Portada 102

Arte al ojo

Arcimboldo o el festivo ingenio


Lacayos, esclavos, escuderos, cazadores con su séquito, moros del África del Norte, arqueros tártaros, un bullir de caras y de torsos cuyos tintes iban del lustroso negro de ébano a la amarillenta palidez del marfil, y de crenchas rebeldes dominadas por gorros y turbantes multicolores, entraban por una de las amplias avenidas. En el otro extremo de la bocacalle, saltimbanquis, malabaristas y acróbatas de la cuerda floja con brincos y piruetas, sus gritos en dialectos bárbaros y sus cómicas contorsiones, completaban el estético planteo de la fiesta que se había hecho habitual a los ojos de cualquier contemporáneo de finales del siglo XVI. Praga y Viena resumían el ornato, la algarabía y la gracia de ciudades que a la vez inquietas y ceremoniosas, estupendamente cosmopolitas, conformaban las luminarias del imperio de los Habsburgo.

Por allí también pasaron la astronomía (Kepler), las matemáticas (Tycho Brahe), o la filosofía y la magia (Bruno o Tritemius), pero nadie permaneció tanto tiempo, ni fue más estimado, que el arte del pintor milanés, Giuseppe (Josephus o Joseph) Arcimboldo (1527-1593). Reconocido en vida hasta elevarlo al grado de noble, amado por sus protectores, sólo conocerá la ingratitud del olvido hasta después de su muerte, por supuesto, para entonces poco habría de importarle.

Como los grandes artistas de su época, pudo vanagloriarse de ser al mismo tiempo ingeniero hidráulico, arquitecto, decorador y, sobre todo, organizador de eventos y torneos. Supo hacer del soberano de turno el alma de la festividad. Fernando, Maximiliano y el excéntrico Rodolfo, cada uno en su momento, se lo agradecieron generosamente. Engrandeció la vanidad de sus jefes montando escenografías basadas en historias clásicas o en la mitología, hizo intencionadas alusiones a la política contemporánea siempre con la idea de reforzar el poder del emperador ante la gran masa, desplegó las técnicas de su tiempo para la creación de vestidos, diversiones, juegos y mecanos originales hasta el disfraz de caballos que simulaban dragones, como la aparición apoteósica de elefantes en medio de un desfile o en el centro de una gran plaza.

El bacanal debía generar la impresión al pueblo de que Viena o Praga estaban en el centro del mundo, la constelación de naciones y de etnias que componían el imperio así lo permitía, pero no se reducía a esta función propagandística, también era una forma de evasión, conseguía que el propio soberano y sus allegados se mantuvieran lejos de las dificultades de la realidad política. Y, en ese sentido, Arcimboldo comprendió a plenitud la importancia de la manía coleccionista del imperio: el abigarramiento de imágenes, la acumulación interminable de objetos, de animales y plantas exóticas traídas desde los confines de las Indias americanas o de la lejana Asia.

El arte no era la excepción, las representaciones que concibió el pintor milanés, reflejaron esa obsesión: pintar y repetir cuantas veces fuera necesario las alegorías de las estaciones o de los elementos. Representar rostros que desbordan la acumulación de peces (agua), de flores (primavera), aves (aire), de frutas (verano), de instrumentos explosivos ( fuego), de uvas y frutos del huerto (el otoño), de animales de caza (tierra), de hojarasca y troncos secos (invierno). El mundo se pintaba, se imaginaba, enriquecido como un gran espectáculo, repleto de cambios cíclicos y armónicos.

El vínculo entre el microcosmos y el macrocosmos que los astrólogos y magos del Renacimiento pensaron debía ser el eje de los movimientos de la naturaleza, se veía en la representación del Vertumno, dios de la vegetación y la metamorfosis de la antigüedad romana, la alegoría que elevaba a Rodolfo II – emperador curioso, extravagante y esotérico - a la categoría de símbolo conservador del equilibrio entre lo natural y lo humano: uvas, mijo, tallos de espigas, melones, manzanas, melocotones, cerezas, nueces, moras, castañas, higos se sumaban o se apilaban casi por azar, para producir la figura de una especie de dios Marte, fuerte, joven y orgulloso. Un perfecto engaño al ojo: la irrupción de algo más que el rostro del emperador, la aparición del alma en medio de la lucha entre lo grotesco y lo hermoso, el resultado de la exigencia alquímica de la fusión de contrarios o de elementos aparentemente disímiles para alcanzar la perfecta armonía.


La imagen del Vertumno, alter ego del gran Rodolfo, también lo era de lo que fue el arte de Arcimboldo, es decir: el enaltecimiento de la vida como una cálida, maravillosa y extraordinaria fiesta, pletórica de color, magia y alegría.

Germán Arce-Ceballos

Autodidacta

Escalera al cielo

The Kinks You Really Got Me

“You really got me, una de las canciones más emblemáticas de la década de los sesentas. Fue compuesta por The Kinks, una agrupación británica encabezada por los hermanos Ray y Dave Davies.

You really got me, ha permanecido como una de las melodías más significativas de los Kinks. Este éxito fue lanzado en 1964, alcanzando el número uno en las listas de popularidad en el Reino Unido y posicionarse entre los diez primeros en Estados Unidos.

El sonido se basa en un riff, de sólo dos acordes de Dave Davies, con ese riff feroz, sencillo y alucinante, la banda de los hermanos Davies entró de manera inmediata a la constelación de leyendas del rock de todos los tiempos.

Según muchos críticos, You really got me puede considerarse la primera canción de hard rock de la historia.

En la grabación del tema, intervino también Jimmy Page, futuro guitarrista de Led Zeppelin, pero no tocó la guitarra, sino únicamente la pandereta.

Fue así como You really got me, llevó a los Kinks a su época dorada entre 1964 y 1966, siendo tan populares como los Rolling Stones y los Beatles.

Como dato anecdótico, habría que mencionar que You really got me fue fruto de la casualidad, pues la melodía se obtuvo cuando Dave jugaba con el amplificador y agujas de coser. La historia ha colocado al tema como el primero en grabarse con un amplificador distorsionado.

Sobre su creación, esto comentó el genial Ray Davies: “Estaba harto de la compañía, siempre insistiendo en que hiciéramos temas del estilo Merseybeat. Yo quería un sonido diferente y compuse You really got me, como un ataque a todas esas canciones bobas como She loves you, que detestaba con todas mis fuerzas, tal vez porque no había sido capaz de escribir ninguna igual”.

A lo largo de su carrera, el buen humor y la agudeza de Ray como letrista, la energía y elegancia de Dave como guitarrista, y los vaivenes afectivos de ambos hermanos forjaron una identidad de banda que siguió ejerciendo influencia sobre otras bandas, tal es el caso de Van Halen.

En 1978, Van Halen lanzó nuevamente el cover de You really got me dentro de su primer disco, titulado igual al nombre de la banda, en ese disco, Eddie Van Hallen llevó la técnica de la guitarra eléctrica a nuevas alturas con su manejo de las dos manos y los efectos al “estirar” las cuerdas.

Con este talento, Van Halen volvió a llevar a esta melodía a la cúspide, logrando un disco de platino por las miles de copias vendidas y por la influencia que dejó en las futuras bandas de rock.

Es así como You really got me o Realmente me atrapaste revolucionó y se hizo de un lugar en el universo de la música.


Aurelio Carrillo

Realmente me atraparon...

carrillo_aurelio@hotmail.com

Sonido y visión

ENTRE HOLLYWOOD Y LA REALEZA

Llegan a cartelera un par de cintas que rondan los mitos generados a partir de dos instituciones siempre en el ojo de los medios: Hollywood, “el simulacro del simulacro… o la invención de los eruditos” (Carlos Losilla, 2003) y la realeza británica. Veamos.

LA REINA: LA SOBREVIVENCIA POLÍTICA DE ISABEL II

Figuras entre decorativas y de real influencia, aunque también representaciones del poder femenino en sociedades masculinas, las reinas han sobrevivido al paso del tiempo tanto en las sociedades de avanzada, como… en las colonias de insectos. Es curioso, por decirlo de alguna manera, que los pueblos nórdicos, algunos sajones y el español, acepten cargar con el gasto que implica la realeza en pleno siglo XXI: entre la tradición que busca preservar la identidad cultural y el atavismo oneroso, las reinas parecen tener larga vida.

Dirigida por el experimentado realizador Stephen Frears (Mrs. Henderson presenta, 05), La reina (The Queen, Reino Unido, 06) sigue las posturas, reacciones y acciones de Isabel II frente a dos hechos clave de la reciente historia de Inglaterra: el ascenso como primer ministro de Tony Blair, miembro del partido laborista, y la muerte de Lady Di, la llamada princesa del pueblo, quien despertó una inusitada devoción entre la gente dado su carisma y sencillez.

De elegante factura, como cabía esperar por la temática tratada, la decimoséptima entrega de Frears consigue atraparnos incluso más allá de nuestros intereses sobre el tema de la realeza, recientemente salpicada de chismes, rencillas y Relaciones peligrosas (Frears, 88), dignas de la farándula subhollywoodense. Tanto la recreación de la época reciente como el astuto manejo de la cámara y la fluida edición que combina con acierto secuencias reales (de realidad, no de realeza), permiten que ingresemos a la intimidad de las habitaciones donde se toman decisiones, en contraste con el campo abierto cual refugio para los nietos que intentan extraviarse de la tragedia.

El guión de de Peter Morgan profundiza con tino en la situación que rodeó a la muerte de la Princesa, brindando el suficiente peso a las perspectivas de los involucrados y construyendo elocuentes diálogos que muestran conocimiento de los manejos del poder entre la Corona y el Gobierno civil, así como los protocolos y el choque entre el conservadurismo (encarnado sobre todo por la Reina Madre) y la supuesta mirada hacia la modernización: de pronto estamos frente a un manual de cómo hacer política en tiempos de crisis.

En buena medida, la cinta se sostiene en la impecable actuación de Hellen Mirren, quien con un solo fruncimiento de labios o una simple mirada, lo expresa todo. El estoicismo a toda prueba se planta frente a la cámara mientras que los momentos de debilidad se sugieren, dejando al personaje de espaldas: ahí está la secuencia con el simbólico venado, acaso con el único con quien la Reina se expresa, quizá aludiendo a su no muy querida nuera o a la revelación de que las cosas ya no pueden funcionar de la misma manera.

Alrededor del vínculo que establecen, con elocuentes llamadas telefónicas, Blair (Michael Sheen, con sonrisa de Chester Gato) e Isabel II, están sus respectivos cónyuges: la esposa hígado siempre crítica de la realeza (Helen McCrory) y el refunfuñón príncipe Felipe al fin sumiso (James Cromwell), además del obediente Carlos (Alex Jennings) y el protector secretario real (Roger Allam), pieza fundamental para restaurar cierto prestigio de la alicaída imagen de la Reina tras su negativa a aparecer en público tras la muerte de Diana (“Fui educada para no mostrar mis sentimientos, es un asunto privado”).

Entre todas las apariencias y falsedades propias de la política real, está una mujer que asumió el trono siendo casi una niña (Churchill fue el primero al que recibió), hace sesenta años aproximadamente, y que se debate entre la necedad del mantenimiento de las formas (que bien lo sabemos, son el fondo) y la necesidad del cambio, sobre todo ante sucesos inéditos como éste, que provocan la inundación de flores y la presión de la prensa, más allá de lo que ella pudiera pensar como correcto.

“A usted le va a suceder” le espeta Isabel II en tono premonitorio a Blair. No se equivocó: Irak y la complicidad con Bush se convertirían en una mancha difícil de borrar, más allá de los logros económicos, sociales y educativos. ¿Dónde quedaron los sagaces asesores que vemos en pantalla?

HOLLYWOODLAND: SUPERMAN ERA MORTAL

Dirigida por el debutante realizador televisivo Allen Couter (Los Sopranos, Sexo en la ciudad) y con cuidado y combinatorio guión de Paul Bernbaum, Hollywoodland: Misterio y muerte detrás de cámaras (EU, 06) sigue a dos personajes en apariencia antagónicos cuya vida parece entrelazarse irreductiblemente. Con limpia recreación de época que logra capturar la frivolidad reinante en el Hollywood ya dominante y una fotografía siempre con puntual sentido narrativo, vamos siendo testigos de la caída sin fin de este par de criaturas, uno real y el otro ficticio, rebasados por sus propios personajes.

Por una parte, el abusivo investigador privado (Adrien Brody) con amante, clientes a la deriva y esposa a distancia apenas visitando al hijo fan del falso hombre de acero y, por la otra, el decadente intérprete del Superman televisivo (Ben Affleck), vuelto amante de la madura esposa (Diane Lane) de un jefazo de la MGM (Bob Hoskins) y enredado con una codiciosa mujer (Robin Tunney), mientras intenta infructuosamente trascender su empiyamado personaje.

Frente al supuesto suicidio de George Reeves, el detective olerá el dinero y tratará de convencer a la madre, convencida de que se trató de un asesinato, de que vuelva a poner en la opinión pública el caso, con el fin de reabrirlo. Mientras se desarrolla la historia de esta manipuladora investigación, nos vamos episódicamente a revisar la deprimente existencia del actor, borrado de la versión final de De aquí a la eternidad y devorado por el alcohol y la perpetua frustración profesional.

En una red donde todos buscan mentir y sacar el máximo provecho sólo para sí mismos, se va develando la fragilidad humana, entre la ambición por la fama y el dinero, y la búsqueda infructuosa de una felicidad que cada ve parece más efímera. Con una notable edición que no sólo entrevera la vida de los dos hombres, sino las posibilidades de lo que realmente ocurrió, la cinta recupera un contexto ya retratado por James Elroy en el que igual cabe el glamour que el asesinato traicionero, pero donde lo que siempre cuenta es la capacidad por aparentar y los intereses en juego, sobre todo los de la industria cinematográfica.

Fernando Cuevas

Nos leemos después.

Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx

Artes extremos y otros excesos


Los invisibles


Están ahí y a la vez no están. Se les ve ausentes, imperceptibles. Adentro no hay nada, todo está hueco: tripas, entrañas, esperanzas. A veces mendrugos de pan, alcohol, resistol o thíner.
El hambre produce más hambre y la miseria reproduce más miseria. Los que tienen para comer, vestir y beber, dirían que lo suyo es melancolía o pereza. Empero ni siquiera hay sufrimiento, es un gasto de energía imperdonable. Aunque pueblan la tierra, microorganismos numerosos, no existen para el censo, los bancos y las tiendas, ni siquiera para los políticos o ministros religiosos. Tiene que suceder algo espectacular para que uno o algunos obtengan sus quince segundos de redención televisiva –debido a la explosión demográfica, cada vez tienen menos rating. En suma, no existen.
Son también los inefables, exponen la injusticia como un misterio escandalosamente visible e inescrutable. Si tuvieran agallas, fuerza y palabra, bien pudieran asentir el juicio del nazareno de que su reino no es de este mundo. Su universo impenetrable se resguarda herméticamente para los otros. Carecen de soberbia, no tienen el vigor suficiente para afirmar su absoluta despreocupación. Seguidores del estoicismo sin saberlo o pretenderlo, permanecen indiferentes ante su propia indiferencia. ¿Qué caso tiene la vehemencia cuando se ha nacido desahuciado? ¿Cómo corregir lo incorregible? En el grado cero de la insensibilidad, no se permiten sentir ni expresar nada. La vacuidad que transmiten hace que la indignación que pudieran suscitar se vuelva apatía o tibieza indulgente.
Intocables e inaudibles, hay quien asegura que su existencia ha sido efecto de un delirio colectivo. La mera hipótesis de su posibilidad es una afrenta al orden natural, social y divino. Y sin embargo, es una de las hipótesis más plausibles para entender el origen de la riqueza y del infortunio.
Peregrinación sin origen ni fin, no van a ninguna parte, tampoco vienen de algún hogar o terruño. Nadie los espera o extraña. Su viaje es inmóvil, por más correrías que emprendan siempre están en el país de la carestía; la indigencia no tiene carta de ciudadanía.
Muy pronto aprenden que todo es inútil o no tiene caso. La mayoría se ejercita en el arte del olvido. Unos cuantos, los más desesperados o tercos, amaestran la ensoñación diurna. Ni siquiera intentan recomenzar sus vidas. No tienen vida, tampoco están completamente muertos. Solo están. Nada hay fuera de sus miradas. Pero sus miradas ya no miran, han hecho invisible al mundo que un día los parió. Como si un dios maligno y todopoderoso vomitara sobre la faz de la tierra, y para lavar su culpa, torpemente, la borrara en el mismo instante de su nacimiento. Empero queda la huella. Están ahí en calidad de invisibles, y acaso para nuestras buenas conciencias en calidad de indeseables. (11 de mayo del 2007)


Sigifredo Esquivel Marín


[Del libro Artes extremos y otros excesos cotidianos, obra en preparación]

Es de humanos ensayar

CÓMO LUCIRLO MEJOR


El sostén existe desde siempre. Su evolución va de la mano con la evolución histórica de la humanidad. Su uso varía según las exigencias estéticas de la época. Mientras las mujeres de Creta usaban una prenda para levantar sus senos, las mujeres griegas y romanas usaban bandas pectorales para reducir su tamaño. Se adecua a las distintas exigencias del cuerpo. En ocasiones “minimiza” hasta la exageración, otras veces “destaca” también hasta la exageración.

Moldea el cuerpo femenino de muy distintas formas. Desde la antigüedad usarlo es el tributo, precio y contrato social del único significado de ser mujer: tener senos. Los tamaños no importan, las pieles no importan, los colores no importan, las anatomías tampoco, menos las marcas. No es una prenda barata, tampoco es una prenda tan interior que digamos y ni siquiera contiene instructivo de uso. Para los hombres es el artefacto más sensual y para las mujeres lo que se tiene que aprender para llegar a ser mujer. Arma de seducción y símbolo de liberación. Es una prenda ha nadie le resulta indiferente: hay mujeres que no usan, otras que lo ocultan, sin dejar de haber quienes lo enseñan, pero todas vivimos con un sostén social de limitaciones para el desarrollo y reconocimiento del trabajo productivo y reproductivo de la mujer. Usarlo es igual a tener rellenos, varillas, broches; invisibilidades que alejan la real problemática de la mujer actual. Deja de ser prenda para ser asignación social, evoluciona de universal a ser socialmente adquirible. Quien es mujer sabe lo que significa su uso. Ahora es simplemente un sujetador de ideas, es el encargado de la construcción de género en los seres humanos; representado por la construcción socialmente visible que se basa en el cuerpo, cuya dificultad radica en la identidad, la sexualidad, la función y la cultura; por muy descabellado que parezca él nos advierte las diferencias biológicas y físicas entre hombres y mujeres; en él se asume al cuerpo como un controlador que articula lo social y lo individual. Desde que nacemos ingresamos a su arden simbólico.

Ahora solo se requieren “verdades” de silicón, el lucirlo es seguir representando el yugo masculino, sigue significando cumplir con exigencias de la moda, del perfeccionismo fatal y la desvaloración de la mujer, ese “soporte” que nos mantiene al margen de la evolución de nosotras mismas y de cómo realmente ahora lucirlo.

Hablar de sus prodigios es hablar también de los prodigios de la mujer y los beneficios que brinda a ella y no al hombre. Desde antaño necesidades femeninas quedaron opacadas por necesidades masculinas. El sostén logra ser el símbolo utópico para lograr una excelencia hollywoodense, que va de lo estético imposible a lo insanamente social. Las transformaciones tecnológicas no van de la mano con la transformación de ideas. Hay que dejar de representar desigualdades entre mujeres y hombres, es justo que luzcamos mejor nuestro sostén imaginario con posibles formas de reconocimiento femenino en todas sus caras, es tiempo de olvidar el pensamiento mítico y colectivo de nuestra aun latente cultura falocéntrica. Simplemente hay que lucirlo.

Arely Regalado Flores (Psicologa Social y miembro del Taller de Ensayo y Crítica Literaria del IZC que coordina Sigifredo Esquivel Marín)

Stella

THE GARAGE ROCK

En el 2000 surge un movimiento musical que revive el llamado garage rock, para muchos un ruido estruendoso de guitarras y una ronca voz como estandarte. The Libertines es una de las que lograron mayor fama en Inglaterra, a quienes recordamos con canciones como “What a waster” y “Boys in the band” o “Time for heroes”.

The Libertines no son los Strokes de Inglaterra, pero sí fueron sus teloneros en varias presentaciones y sin duda, al igual que otros grupos, la influencia es evidente, la actitud estrokera sale al exterior.

De alguna forma, cuando escuchamos música ocurre un estado de empatía con el emisor, y en éste caso, hay una especie de rebeldía contra el estado “normal” en que el mundo se mueve. Si el cabello se despeina y no hay problema, así luce bien, y aunque hace calor la chamarra negra de piel suda con nosotros mientras los pantalones aprietan los tobillos y caen en unos convers sucios y rotos.

El estado de empatía con The Libertines también se ve afectado por ese estado psicotrópico que Peter Doherty inyecta en nuestros oídos que llena aún más el sonido ambiental actitudional con una mirada perdida que ve el entorno con indiferencia e incluso con inferioridad.

Debido a problemas entre Doherty y Carlos Barât, ambos líderes e iniciadores de la banda, The libertines se desintegra en febrero del 2004, y luego de un tiempo el segundo personaje mencionado formó Dirty Pretty Things que en realidad no es más que lo mismo e incluso algunas de las mismas canciones o como lo dicen ellos mismos y como dijo Barât en NME: “we´ll be libertines until we die”; mientras que Doherty sin mucho éxito consolidó Babyshambles que tiene un giro más acústico del que sin duda “Dreaming of you” es la canción que ha trascendido por su enorme emotividad y duración.

Sin duda, a mi generación y uno que otro colado, nos ha tocado presenciar uno de los movimientos rockeros más bizarros de las últimas décadas, en el que la actitud es lo más importante, una actitud “valemadrista neta” que va desde el vestuario hasta las intravenosas aplicaciones de placer cerebral mata neuronas y que si alguna vez logramos sobrevivir a ello, podremos presumir a nuestros hijos que tenemos todos los discos de los Strokes o que fuimos uno de los tantos Libertines, que estuvimos muchas veces en “Road to ruin” y que nada era más importante que lanzarse a un concierto.

En el 2007 estas bandas aún no han pasado a la historia aunque ya lo van haciendo y con ellas nosotros los receptores a todo volumen, los mal despeinados, los que trabajamos duro toda la semana haciendo ahorros para el boleto de entrada y hacer catarsis, ya casi, estamos cerca y dentro de un sucio, solo y arruinado garage.


Citlaly Aguilar Sánchez

Escaparate Gráfico

Portada 101

Colaboración especial

Antonio Aguilar también cantó rock

Un par de viejos agradecidos nos despedían a las puertas de su casa, nosotros les correspondíamos a su gesto estrechando su mano y deseándoles lo mejor, en una de esas tardes que es poco probable que se puedan olvidar.

El recuerdo aun perdura pese a los años que han pasado desde aquella ocasión, misma que tuve la oportunidad de vivir gracias al trabajo que realizaba como periodista cultural para un reconocido diario zacatecano, tierra que hoy llora la pérdida de ese viejo que se despidió de nosotros en la puerta de su casa, “El Charro de México”, Antonio Aguilar.

Aquella tarde un grupo de jóvenes viajó hasta “El Soyate” para realizarle un homenaje en vida a uno de los charros más importantes del país, un homenaje que en un principio no parecía propio para el último gran charro de México, ya que este sería realizado por un conjunto de bandas de rock que meses antes habían grabado un disco el cual se tituló “Tributo a Antonio Aguilar”.

Al llegar al rancho, el actual y entonces director del Instituto Zacatecano de Cultura, David Eduardo Rivera Salinas, bajó emocionado de su camioneta y se dirigió al interior de la casa del rancho. Las distintas agrupaciones estaban realizando una prueba de sonido mientras empleados de la familia Aguilar nos ofrecían un trago de tequila o cerveza, según optáramos como elixir necesario para apagar el calor que ese día se sentía.

Yo llevaba una serie de hojas impresas unas horas antes en la redacción del periódico en la cuales de alguna o de otra manera, trataba de tener resumida la trayectoria de ese personaje que mi abuelo escuchaba con agrado y que mi padre ponía en la camioneta cuando se dirigía a alguna comunidad a trabajar.

Los nervios de los que ahí estábamos presentes eran bastante notorios, durante la prueba de sonido se enfrentaron algunas complicaciones y los cigarrillos eran la cura perfecta para calmar el vaivén de ese cosquilleo que se sentía en el interior.

Algunos de los ahí reunidos nos sentimos avergonzados de haber dejado pasar la oportunidad y no haber llevado algún disco del “Charro de México” para que lo autografiara.

En ese momento, la idea de un tributo por grupos de rock zacatecano a Don Antonio Aguilar resultaba interesante, se presentía como un producto que lograría reconocer la influencia del paisano en su gente y sobre todo en las generaciones que lo venímos escuchando por nuestros abuelos y padres.

No habían pasado ni treinta minutos de que habíamos arribado a “El Soyate” cuando apareció Flor Silvestre, la cual, saludo a cada uno de los que estábamos en el patio de su casa, agradeciéndonos el habernos dado el tiempo de viajar hasta allá, algo que sin duda para nosotros era un lujo que pocas veces se puede presumir.

Felicitó a los grupos que habían participado en la grabación del disco, mientras los flash de los fotógrafos trataban de tener la imagen que enmarcara el momento, yo, anotaba todo en la pequeña libreta que llevaba conmigo. Mientras esto ocurría apareció Don Antonio Aguilar, algo maltrecho pues acababa de salir de una operación, algo que no le impidió recibirnos y disfrutar de este tributo, mas que roquero, generacional.

Recuerdo que mi buen amigo David Durón, líder de una de las bandas participantes del tributo traía una cámara de vídeo, no recuerdo exactamente de quien era, pero me hacía desesperadamente señas para que la tomara y lo filmara mientras saludaba a Don Antonio Aguilar. David fue uno de los que inicio este proyecto, un día me lo tope en las calles de Zacatecas, yo tenía unos meses de iniciar mi carrera como periodista cultural y como buen roquero que me considero empecé a escribir de las bandas locales en las páginas del rotativo donde laboraba. Cuando David me anunció el proyecto de alguna manera discutimos de los posibles alcances que este disco podría lograr y del oportunismo de algunos seudo roqueros que verían en el “Tributo a Antonio Aguilar” una plataforma para darse a conocer, pero al final caímos en cuenta de que la idea parecía muy buena y era sin duda un regalo que se le tenía que hacer a un personaje que hizo mucho no sólo por su comunidad, sino por su estado.

Toda esa discusión había quedado olvidada, ese día, meses después de aquel encuentro con David en la calle, nos volvíamos a ver en la casa de Don Antonio Aguilar.

No recuerdo con claridad en que orden fueron pasando los grupos, y tengo que desempolvar el disco para ver las canciones y así poder decir que Alcalina grabó “No Volveré”, Ron Color “¿Qué te ha dado esa mujer?”, Aspid “Tristes Recuerdos”, Goya “Canción Mixteca”, Microfunk “Un puño de tierra”, La Paz de Octavio “Una página más”, Kripton “Mi gusto es”, Planeta “¿No qué no?”, Floko Fly “Échenme a mi la culpa”, Juanones “Árboles de la Barranca”, y Novena Nube “Nadie es eterno”.

Como iban interpretándose las canciones, Antonio Aguilar y Flor Silvestre, sentados en un sillón frente al escenario y tomados de las manos, cantaban en voz baja cada una de las piezas, que al ser terminadas, hacían del “Charro de México” un hombre feliz que lloraba y aplaudía, mientras su querida novia, su amada Flor, lo consolaba y le decía “los hombres no lloran, aguántese”, sacándole una risa al Charro y a los que ahí estábamos presentes.

El director del Instituto Zacatecano de Cultura, Rivera Salinas, se mostraba emocionado, y constantemente se dirigía hacia nosotros los medios de comunicación haciendo la pregunta nerviosa “¿Cómo ven?”, sin que realmente lograra sacarnos gran emoción su pregunta, si no lo que ahí se estaba viviendo.

David se acercó y preguntó mi opinión, recuerdo bien que le dije que mantenía aun mis dudas sobre el proyecto del tributo, pero que me había encantado la respuesta de Don Antonio Aguilar.

Terminado el recital roquero, todos los presentes empezamos a cantar las famosas mañanitas, ya que al día siguiente Flor Silvestre cumplía años, lo que hizo que la eterna enamorada de Antonio Aguilar empezara a llorar mientras el charro, el paisano, la abrazaba y le daba un tierno beso.

Antonio Aguilar, “El Charro de México” hoy partió a dar un concierto eterno, estoy seguro que mi abuelo ya compró boleto para ir a verlo, pero también estoy seguro que la experiencia que muchos vivimos ese día no se nos olvida.

¿Qué fue del disco?... ahí quedo, los grupos, la mayoría ya ni existen, los integrantes del proyecto se dejaron de hablar, fueron otros los sueños, otros los caminos a seguir. El gobierno de Zacatecas apoyó hasta donde pudo, el “Tributo a Antonio Aguilar” queda como un recuerdo que sin duda valió la experiencia vivida en “El Soyate”, cuando Antonio Aguilar recibió un homenaje en vida por aquellos niños que después de admirarlo hicieron sus canciones versión rock, por aquellos periodistas que cantábamos las canciones en las piernas de papá, por un hombre que se despidió junto a su esposa agradecido por el regalo, como lo dijo a la entrada de su casa: “Gracias por la juventud que le inyectaron hoy a mi vida”.

Antonio Aguilar, “El Charro de México”, el último gran ídolo vernáculo de los zacatecanos está en este momento dando un concierto en el más allá, y puedo asegurar, que además de la tambora y el mariachi, en alguna de sus canciones pedirá lo acompañe una guitarra y un bajo eléctrico, la batería y el teclado, porque Antonio Aguilar desde ese día se puso a roquear.

Y… sí, si lo entrevisté, bueno, sólo una pregunta: ¿señor, usted no dejó que su hijo cantara rock, que dice ahora?... se río y me dijo, “el ser humano sabe equivocarse”, Rosy Robledo llegó con su cámara y me dijo, Rolando voltea, abracé a Antonio Aguilar y me tomó un foto, misma que hoy guardo con alegría, y es aquella, que junto al disco “Tributo a Antonio Aguilar”, el autógrafo de él y Flor Silvestre y la copia de la crónica que realicé ese día para el diario en que trabajaba, me hacen homenajearlo a ese “charro que en un día canto rock y hoy hace llorar a un pueblo entero llamado México”.

Rolando Cantú
20 de junio del 2007

De dos a tres caídas

Bella y cariñosa paradoja: el cine de ficheras

Yo soy uno más de aquellos que soñaron alguna vez con Sasha Montenegro. ¿Qué adolescente en la edad de la punzada no la idolatró? ¿Quién no le agradeció al destino que trajera a Alejandra Asimovic Popovic -mejor conocida como Sasha Montenegro- a México cuando el cine comenzaba a tener las oportunidades de mostrar cosas diferentes en pantalla? Gracias a la estupidez de Margarita López Portillo, surgió y tuvo su auge el llamado “cine de ficheras” durante el sexenio de su hermano, José López Portillo mejor conocido como Jolop, quien al igual que su antecesor colocó a un miembro de la familia en un puesto importante, a su hermana como directora de Radio, Televisión y Cinematografía de la Secretaría de Gobernación, ¡todo entre familia!

Margarita, emitió en una ocasión sus propósitos planteados al estar al frente de dicho cargo, mencionó que habría “respeto absoluto a la libertad de expresión en el cine, y luchar porque a través de éste se logre el acercamiento familiar en nuestro medio”, pero igualmente mostró su rechazo “…contra el cine vulgar cuyo contenido pueda lesionar las costumbres y la moral de nuestro pueblo.” Nadie imaginaba el contraste hasta ese momento. Y fueron estas mismas palabras las que dieron el toque de salida a una campaña que atacaba al cine del sexenio de Echeverría, al cual se le acusaba de pornográfico, violento y sobretodo izquierdista, quizá haciendo referencia al llamado “cine de exceso” que mostraba desnudos y sangre como la trilogía de Felipe Cazals (Canoa, El apando y Las poquianchis), o bien a ese “cine histórico” con temática revolucionaria que se creó y que mostraba enormes masacres de insurgentes, reflejando quizá la característica más marcada del gobierno de Echeverría.

Margarita López Portillo optaría por reducir los presupuestos a los cineastas del sexenio anterior, medida que causó que la producción de pelis disminuyera considerablemente, y con la idea de crear un cine de proyección internacional, destinó altos presupuestos a coproducciones con otros países como Francia e Italia y las producciones mexicanas serían encargadas a cineastas extranjeros en su mayoría. Como un plan de revancha, los productores mexicanos comenzaron a crear un cine paupérrimo, de escasa calidad y totalmente inmoral, es entonces cuando surge el llamado “cine de ficheras”, que caracterizaría – paradójicamente- al sexenio de López Portillo.

Así pues la naciente industria dejaba atrás a aquellos directores y actores consagrados y traía a escena a nuevas figuras del cine y sobretodo un nuevo género. La figura descollante de este nuevo tipo de películas fue Sasha Montenegro, una yugoslava nacida en el año de 1950 en Montenegro, de ahí el apellido, que filmó su primera película en México en el año de 1971 al lado de Verónica Castro, el film se tituló Un sueño de amor. El papel que protagonizó en esta cinta fue la catapulta que la impulsó hacia el estrellato fichero, no sin antes filmar varias de distintos géneros, entre ellas algunas de acción al lado del Enmascarado de Plata.

El ritmo de la producción de películas, aunque disminuyó con referencia al sexenio echeverrista, se mantuvo equilibrado gracias a los productores privados que optaron por hacer un cine barato a base de desnudos y albures, y es el film Bellas de noche (1974) de Miguel M. Delgado el que da inicio a esta etapa del “cine de ficheras”. La cinta causó un gran impacto cuando se estrenó al año siguiente de su producción, en diciembre de 1975 todavía bajo el gobierno del “criminal histórico”. Tanto fue el éxito que duró 26 semanas en cartelera, y esto provocó que surgieran secuelas como: Las ficheras/bellas de noche II, Noches de cabaret/las reinas del talón, Las cariñosas y Muñecas de media noche, todas estas realizadas ya durante el gobierno de Portillo. En todas estas películas aparecía la sensual y guapísima Sasha Montenegro, convirtiéndose de esta forma en la diva de este género y tal vez en la mujer más soñada y más deseada del México de finales de los 70, tanto que el presidente también decidió quedarse con ella.

Este tipo de películas paradójicamente fueron bastante sanas para las taquillas de los cines que se mantenían a tope para ver a la Montenegro mostrar sus atributos en pantalla grande, y fueron surgiendo a lo largo del sexenio del afortunado López Portillo más cintas con la misma temática, como Las del talón en 1977, Guerra de sexos en el 78 y El sexo me da risa en ese mismo año. Era tanta la aceptación del público, en su mayoría hombres, que el género de las ficheras se volvió bastante rentable, que incluso las productoras estatales incursionaron también en él dándole en toda la madre a Margarita López Portillo que decidió derrochar el presupuesto en películas intrascendentes. Aunque claro estaba que estas productoras se limitarían más y sus intentos serían diferentes, es decir, hacer un cine de ficheras de más calidad, sin desnudos y con tintes existencialistas como ¡Oye Salomé! Donde la Montenegro bailaba moviendo su cuerpazo al ritmo de salsa la canción que le da título a la película oye Salomé perdónala, perdónala, perdónala… Otra creación de las productoras estatales fue La vida difícil de una mujer fácil, que en mi opinión, es la mejor película de ficheras que se realizó, ya que no solamente muestra la belleza de Sasha Montenegro, sino además sus dotes histriónicos. La historia de la película se basa en flash backs, (retrocesos en el tiempo), donde Montenegro va recordando sus andanzas como prostituta. Pero quizá esta película es la que menos les haya gustado a algunos machos mexicanos, ya que el final se podría decir que es insólito, la Montenegro fallece en su habitación, mientras las vecinas deciden con qué vestidos de ella quedarse.

Este fue el cine que caracterizó extrañamente al sexenio de López Portillo, cuando según él y su hermana querían un cine que no fuera ramplón ni que atentara contra la moralidad del pueblo mexicano, la década de los 80 fue el momento de auge de este género pero a la vez el de su decadencia, ya que no se podría mantener una industria con films carentes de calidad. Para el sexenio de Miguel de la Madrid, la crisis cinematográfica se acrecentó. De la Madrid mencionaba que su sexenio (1982-1988) sería el de “la renovación moral”, pero es en esta etapa cuando surgen un sinfín de películas que van más allá de lo adocenado y lo vulgar. Las tramas ya no centran en la figura de la mujer, sino en la del macho, y las locaciones dejan de ser los cabaret y los burdeles y se pasa a filmar en vecindades y arrabales. Es cuando surgen actores cómicos como Alberto “el caballo” Rojas, Alfonso Zayas, Rafael Inclán, “El Flaco” Ibáñez, “El flaco” Guzmán y Luis de Alva “Juan Camaney”, por mencionar a los más conocidos.

Todavía hoy menciona, al momento de ver una película estelarizada por uno de los actores mencionados, que es cine de ficheras, ya que en algunas películas siguió apareciendo la diva Sasha Montenegro que estelarizó más de 40 películas de este género, pero seguir englobando a los films de estos actores dentro del género de las ficheras es un equívoco, ya que este cine basó su éxito en el albur y en una metodología para ser un sancho insaciable y no en la vida nocturna dentro de los burdeles que es donde trabajaban las vedette, es por eso que se le ha dado el nombre de “cine de albures” aunque yo le nombraría “cine de sanchos”.

Alejandro Ortega Neri

“…vuelve a mí cabaretera, vuelve a ser lo que antes eras…”

Revistero

REVISTA FOTO

A casi diez años de su publicación, por una escondida librería del centro he encontrado las imágenes de la Revista Foto. Encontré dos ejemplares, datan de 1998, julio y agosto, la publicación es de España, ahora es mía.

En la de julio, John James Wood hace que las verduras sean el enfoque principal, las texturas, lo comestible, el queso, la carne colgando de una cuerda o el huevo con una pluma; preciosas metáforas de la vida o incluso paisajes que se reconstruyen en el universo infinito del estómago. Y también las Drag Queens que son como figuras hermafroditas, pintadas del esmalte más exótico de la vida: la vida, y captadas desde cerca de través de la lente omnisciente de Isabel Muñoz.

En la de agosto, la visión de Humberto Rivas lleva espaldas, cabezas, frentes, los ojos cerrados, el olvido, una nostalgia descolorida que va quedando atrás. Y sobre el agua o bajo, varios fotógrafos nos ofrecen un agradable menú húmedo, justo para nuestros días de lluvia ¿Cuándo nos secaremos?

Casi diez años, y en realidad es como mirar hacia atrás, ver la pared, nada ha pasado, todos somos aún mortales y no hemos muerto, podemos recordar, recorrer las ventanas viendo hacia fuera, quizá callados pero aún aquí, inmóviles como una fotografía.

Sí, la Revista Foto me ha transportado hacia allá, dónde el mundo es de papel y reflejos ópticos, lleno de brillos y cromos; dónde las caras seguirán teniendo la misma expresión por el resto de sus vidas pase lo que pase y yo con el cambio, mi cambio, las cambiaré, moveré lo intacto del recuerdo para llegar a dónde quiero estar, cualquier emoción basta para volver a aparecer dentro de un marco o estar enfocada.

Citlaly Aguilar Sánchez

No aquí.

Sonido y visión

VIRGIN BLACK: OSCURIDAD MELODRAMÁTICA

Transitan entre el cliché melodramático y la emotividad genuina, buscando desprenderse de esta moda que combina, sin demasiada originalidad, cánticos operísticos con toques metaleros y sazón gótica. Si en varios casos la mezcla suena a impostura, habrá que reconocerle a Virgin Black su autenticidad y convencimiento al momento de interpretar sus bombásticas creaciones.

Formada en Adelaida, Australia, hacia principios de los años noventa, la banda conjuntó el amplio rango vocal del tecladista Rowan London, que puede transformarse en barítono o en metalero gutural, con la sensibilidad de Samantha Escarbe, que también le pega a la guitarra. Ambos, acompañados por Ian Miller en el bajo, Dino Cielo en la batería y Craig Edis en la guitarra rítmica, empezaron a hacer ruido en la lejana isla de dimensiones casi continentales con algunos demos, hasta que presentaron en 1998 su EP Trance.

Con secciones de cuerdas y coros que daban paso a pasajes de intensidad metalera, apareció Sombre Romantic (00) su primer largo, con el que mostraron una buena dosis de creatividad más allá de los cánones que el género impone. Apostando por un tono más bien depresivo, que se exalta con andanadas de pausados riffs generadoras de cierta angustia, el disco consigue momentos de sombría belleza y fuerza punzante: del monasterio con los cantos gregorianos, nos trasladamos a bosques de escándalo acechante con secuencias inteligentemente integradas, en las que igual se escucha un lánguido chelo que una rítmica frenética.

Se advierte una religiosidad que reniega de la institucionalidad, en busca de un misticismo sin intermediarios: el ensamblaje letrístico y musical apuntan hacia la creación de un particular estado de ánimo que logra ahuyentar a la indiferencia. Un disco que representó una grata sorpresa dentro del llamado rock gótico. Elegant… and Dying (03), su segundo álbum, plantea el desvanecimiento de la pureza, claramente expresado en la portada. Las letras, según lo ha planteado el propio vocalista, buscan acercarse a las problemáticas de la sociedad actual.

El tono parece oscurecerse más, como se puede escuchar en Cult of Crucifixion, y la presencia del estilo sinfónico se refuerza en forma prolongada, como en The Everlasting. Hay tiempo para la evocación, como en And the Kiss of God's Mouth, y también para la tristeza, como en Beloved. Una obra que confirmó la posibilidad de la banda para combinar, dentro de los márgenes de su propuesta, cierta versatilidad.

Su más reciente producción, Requiem mezzo forte (07), cuenta con la colaboración de la Orquesta Sinfónica de su tierra y Rowan London funge como tenor, mientras que Susan Johnson es la soprano. La atmósfera funeraria envuelve las siete piezas y supone una búsqueda de nuevos terrenos, más cercanos al clasicismo que al doom metal, sin abandonarlo del todo. Si bien por momentos se puede acusar cierta monotonía no obstante las veladas pinceladas épicas, el disco exige cierto estado de ánimo para ser escuchado.

Requiem Kyrie sienta las bases por las que transita el conjunto del disco: la presencia de la guitarra, como en In Death, consigue apuntalar el dejo de desesperación contenida y se inserta en el concepto general del álbum, primera parte de una trilogía y plagado de teatralidad y pasajes que inciden en la tristeza e incomprensión, como en Midnight Hymn con todo y sus coros de solemnidad absorbente que parecen encontrar su propio Tanatos.

…and I Am Suffering suena a sentido lamento en el que el dolor no encuentra respuestas claras y parece no terminar, con la presencia de una guitarra limpia y bien afilada, mientras Domine arranca en tono más roquero y, junto a la guturalidad de la vocal y el bajo de Grayh, se arrastran pastosos riffs, recordando sus anteriores trabajos. Cierran el disco Lacrimosa (I Am Blind With Weeping), título que recuerda a la banda del mismo nombre, y Rest Eternal, anunciando la conclusión de un réquiem que mira más allá del tiempo y el espacio: la muerte, pues.

Este fin de semana, Virgin Black visita Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México. Habrá que estar listos para envolvernos en el dramatismo de la oscuridad, donde la razón siempre será superada por el sentimiento de una invasora melancolía, siempre desarmante.

Fernando Cuevas

Nos escuchamos después.

Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx

Papelera de reciclaje

El capitán Charles Johnson

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad,

mi ley la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.

José de Espronceda / Canción del pirata

Tengo 15 años y una flacura de rocinante anoréxico, agravada por el perfil de mi nariz infinitamente larga que se asoma entre el desparpajo de mis cabellos largos. Tras de mis pasos han quedado por siempre en el pasado una expulsión tardía de la secundaria por un pacto de caballeros, y una nefasta graduación en el auditorio de la Presidencia Municipal de Guadalupe, sin carta de buena conducta y con un calor de 35º que hacía todavía más odiosas las reglamentarias playeras amarillas. Sin embargo, en ese instante la memoria reciente es un mero susurro lejano ante la premura del presente.

El corazón se bambolea en mi pecho al compás en el que mi cuerpo hace lo propio dentro de la pequeña barcaza mecánica. A nuestro alrededor –no estoy solo- el macabro canto de los piratas aumenta de intensidad conforme nos internamos en el canal. El choque alternado entre botellas de ron y espadas oxidadas se escucha por todos los rincones de la gruta. Conforme la corriente nos jala más y más adentro, el oro comienza a abundar a mares, al tiempo que las sombras se multiplican tras de los cofres vacíos; el reflejo del metálico en nuestras miradas nos mantiene boquiabiertos y demasiado concentrados en la tentación de tomar alguna moneda como para darles importancia. En eso un chasquido y después uno, dos, tres cañonazos poco certeros pero que nos hacen hundir la cabeza entre las temblorosas rodillas. Cuando logro levantar la vista la oscuridad es demasiado densa, aún así, por una milésima de segundo mi estructura ósea en pleno toma conciencia de la inmediatez irremediable del abismo. Sin saber cómo estamos precipitándonos vertiginosamente hacia al vacío mientras una luz bestial nos ciega por completo. Aferradas a las mías están las mismas manos que se soldaron a mí regazo en el avión mientras su bella dueña buscaba con una mirada desesperada la bolsita para el vómito. Finalmente la caída termina y empapados somos obligados a abandonar la pequeña barcaza mientras a lo lejos cientos de luces de bengala iluminan el castillo y Mickey Mouse saluda como idiota desde un balcón.

Esa fue mi primera experiencia con la saga de Piratas del Caribe, mucho antes que Johny Deep filmará la primera de las tres películas inspiradas precisamente en ese laberinto fantástico, una de las atracciones principales de Disneylandia. Del episodio me quedó una foto que aunque pagué nunca conocí y el agradecimiento eterno con el programa de intercambio juvenil entre Azuza, California y la ciudad de Zacatecas, pero particularmente con los Ortega, la simpática familia que me recibió como uno más de la tribu durante las dos semanas y media que duró la aventura. La travesía en el mundo de los filibusteros avivó en mí, también, un gusto por los temas de la piratería, afición que había iniciado varios años antes con las ya míticas novelas de Emilio Salgari.

El gusto, sin embargo, se ha colectivizado de manera impresionante en los últimos años a consecuencia del éxito de la serie de largometrajes de Piratas del Caribe. Un buen reparto, una magnifica dirección y una excelente historia sumados a Johny Deep han dado como resultado el abarrotamiento de las salas de cine. Un fenómeno de alcance mundial que ha superado el ámbito cinematográfico. No me atrevería a decir que estamos ante la mejor película de piratas de todos los tiempos, pues El cisne negro de Henry King, protagonizada en 1942 por Tyrone Power, sigue siendo un hueso duro de roer; sin embargo, y pese al ineludible obstáculo, creo que Piratas del Caribe al menos puede ser considerada, y no conozco a quién se atreva a dudarlo, como la cinta sobre filibusteros de mayor impacto. Aún así el éxito no es tan espontáneo como muchos quisieran, sino que tiene un antecedente demasiado importante, precisamente en una de las artes hermanas de la cinematografía: la literatura.

El primer boom de los piratas se vivió a principios del siglo XIX de la mano del Romanticismo. La animadversión del movimiento hacia los sofocantes postulados racionalistas encontró una bandera digna en la piratería histórica. Yendo más allá: creó una idea de la piratería. Libertad, pasión y aventura son los tres ejes fundamentales que sirvieron de inspiración y de bandera a los románticos para plagar sus creaciones con historias de filibusteros. Más allá del cotejo con los piratas históricos la virtud de los piratas románticos no es otra que la de su propia trascendencia. Antes del Romanticismo algunos autores, entre ellos Miguel de Cervantes y Lope de Vega, dedicaron alguna fracción de su obra a temas de filibustería, sin embargo fue a raíz de las creaciones de autores románticos como José de Espronceda y Lord Byron que obras tan fundamentales para la literatura mundial, como las de Salgari, Stevenson, Verne, Sabatini y Barrie fueron posibles, esto sin medir sus consecuencias indirectas, pues escritores de la talla de García Márquez y Borges se han declarado fanáticos de los libros de Stevenson y compañía.

Sea como sea, y después de ponderar con justicia el papel del Romanticismo en la literatura de piratas, es muy importante destacar una obra anterior a los románticos, muy citada y poco conocida: Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas, escrita por el misterioso Capitán Charles Johnson en 1724, siete años después del famoso edicto del rey Jorge I de Inglaterra que amnistiaba a los filibusteros que así lo pidieran, y declaraba la guerra hasta el exterminio a quienes no. Junto a las memorias de Alexandre Olivier Exquemelin, escritas en flamenco en 1678, la obra de Johnson es fundamental en cualquier buena bibliografía o biblioteca sobre piratas.

La Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas, divida en dos volúmenes, contiene las vivencias de 24 capitanes filibusteros y sus tripulaciones, entre ellas la del capitán John Rackam en la que destacan dos mujeres que por centurias han seducido a literatos, cineastas e historiadores: Mary Read y Anne Bonny. Historia General tiene la premisa de ser la primera obra que aborda a los bucaneros justo después de los bucaneros. Es decir, con la obra de Johnson concluye la historia de los piratas y comienza en todo su esplendor las historias sobre los piratas. Y consciente de tal vicisitud, Johnson contribuyó a la supervivencia del filibustero al engendrar un héroe con tintes mitológicos a partir de la increíble vida del propio pirata de carne y hueso.

Durante siglos los historiadores, tan obsesionados con la ruina de mitos, han intentado desbaratar la obra de Johnson topándose con una fría realidad en la que, en palabras de J. y F. Gall, “lo ilógico se mezcla con lo imposible”. De los 24 capitanes reseñados por Johnson sólo de un trío no se han encontrado datos que corroboren lo expuesto por el autor. La precisión de Johnson ha sido tal que obras fundamentales para la historiografía sobre el filibusterismo como Historia de la piratería de Philip Gosse acuden a él. Incluso libros recientes, con un rigor académico asfixiante, siguen recurriendo en sus notas de pies de página al Capitán Charles Johnson. Lo anterior no parecía tener una importancia significativa de no ser por un hallazgo reciente: Charles Johnson es el pseudónimo de Daniel Defoe, el autor de obras angulares de la literatura moderna, como Robinson Crusoe y Moll Flanders.

¿Hasta que punto la vida real logra burlar a la ficción, y hasta que punto una con otra se confunden? García Márquez ha señalado reiteradamente la imposibilidad congénita de crear ficción si recurrir a la realidad, mientras que Elizondo ha advertido hasta el cansancio la posibilidad abierta de que la ficción se entremezcle con la realidad, creándose y recreándose sucesivamente, hasta que se vuelva imposible distinguir la una de la otra. Me pregunto: ¿no será acaso que en realidad Daniel Defoe es el seudónimo perdido de Charles Johnson? Quizás nunca está por demás decir que al menos en el mundo de los piratas la frontera entre lo posible y lo imposible es en realidad simple ficción.

Veremundo Carrillo- Reveles. Ya no estudia historia. De los cinco años que pasó en la universidad dos los recorrió de la mano de la Soldadera, por lo que agradece a su coordinadora, al consejo editorial, a los colaboradores, pero sobre todo a los posibles e imposibles lectores la oportunidad de crecer junto con ellos.

Escalera al Cielo

The Whoy My Generation


“Nos critican porque estamos en movimiento; lo suyo nos resulta tan frío que espero morir antes de hacerme viejo”. Fragmento del exitoso single My Generation de la banda inglesa The Who, una de las más grandes agrupaciones de los sesenta, quienes aparte de su música, se volvieron famosos por “romper guitarras en el escenario”.

En el otoño de 1965, The Who edita el que sería el himno del movimiento mod My generation que en unas cuantas semanas llega a colocarse en los primeros sitios de popularidad en el Reino Unido y actualmente se considera una de las canciones más grandes del rock.

El movimiento mod, fue un movimiento juvenil de inconformes dispuestos a romper con el pasado y cambiar la sociedad en que vivían.

Esta forma de pensar, se adecuó perfectamente al estilo de The Who, por lo que se les abanderó como el símbolo de este movimiento.

Así fue como Pete Townshend, guitarrista y principal compositor del grupo, conectó su música y sobre todo sus letras con los mods: el mejor ejemplo es la ya famosa frase de My generation “I hope I die before get old”- Espero morir, antes de envejecer-. Curiosamente, tanto el creador de la frase como el intérprete (el cantante Roger Daltrey) siguen vivos hasta hoy, mientras que los otros dos miembros del grupo ya han muerto. Debe ser lo que llaman humor negro.

Cuando Pete Townshend, escribió My generation tenía veinte años y según comentó él mismo, la compuso en un momento de su vida en que la amargura estaba en la cumbre de la moda y la agresividad era el requisito absoluto de todo mod.

Esta canción, representa el punto máximo de éxito de The Who, pues contiene una gran combinación de voces desparramadas encima de varios cambios de tono, un solo de bajo excepcional, para concluir en una rápida combinación de batería, bajo y guitarra.

The Who fue una banda compuesta por un trabajador de hojalatería, un contador, un vago de escuela de arte y un loco, que juntando todas sus frustraciones de adolescencia en una simple pieza de pop, para una audiencia que se sentía exactamente como se sentían ellos; dieron como resultado el todavía sorprendente My Generation que se mantiene como el mejor single de esta agrupación.

En el L.P. The Who Sings My Generation, que contenía el sencillo My Generation, los Who fueron pioneros del uso de excesiva distorsión en el sonido. Tanto fue así que la empresa americana encargada de la distribución, exigió otra copia de la cinta porque no sabían que la distorsión se había puesto a propósito

Fue así como cuatro chicos completamente diferentes se juntaron y fueron más que la suma de las partes. El guitarrista Pete Townshend girando con el brazo en el aire cuando tocaba los riffs. Roger Daltrey gritando eufórico, el baterista Kieth Moon volando por encima de los tambores y el bajista Santiago Galibert quien no movía ni un pelo.

Por este estilo único, definitivamente dejaron huella en la historia de la música.

Aurelio Carrillo

Espero morir hasta llegar a viejo…

carrillo_aurelio@hotmail.com

Escaparate Gráfico

Portada

Librarium

Sigifredo Esquivel Marín.

Ensayar, crear, viajar. De la tentativa como forma de arte.

Ediciones Medianoche / Instituto Zacatecano de Cultura, 2007.

El boceto y la marea[1]

El último libro de Sigifredo Esquivel Marín titulado Ensayar, crear, viajar de la tentativa como forma de arte, es una suerte de boceto. El boceto es una imagen inacabada, siempre en construcción. Las mejores obras de la plástica se deben al ejercicio continuo del boceto. El pintor ve una imagen y la quiere recrear a imagen y semejanza de su intención. Pensemos en un cuerpo. El pintor quiere pintar un cuerpo. Hace trazos desesperados, el papel sobre el que descansa su ejercicio va cobrando una forma. La forma dibujada, sin embargo, no se acerca a su intención. El pintor descubre que esa no es la idea que tenía, rasga el papel, lo arruga, lo rompe, lo tira con coraje. Se levanta de su sillón, camina por la habitación, ve sus manos, quiere que sus manos cumplan el papel de súbdito, de obediencia ciega. Que sus manos lean sin errores lo que tiene en su imaginación. Vuelve a sentarse, lo único seguro que tiene el pintor es su sillón y su intención.

Repite el ejercicio agregando nuevos trazos, la mano se adelanta súbitamente. Es veloz, termina un primer boceto, la mano se adhiere al boceto, no quiere renunciar a él, porque es su creación. El pintor se da cuenta que se ha acercado a su intención. Tiene frente a sí una imagen llamada boceto. La contempla. El boceto es sujeto de contemplación. El pintor se aleja y lo observa desde otra perspectiva, en la lejanía recuerda que ha olvidado el inmenso mar, no puede renunciar a él. Con enojo va y corta milimétricamente con un cúter el boceto: primero las piernas, después la cadera, termina con el rostro inexpresivo. Olvidó la presencia del mar. Imperdonable.

Piensa que su intención no estaba acabada. Se sincera consigo mismo. Sigifredo se dice, esto es inacabable. Nunca podré tener plasmado en un boceto la una imagen semejante a la que imagino.

Sin embargo, reintenta. Se sienta nuevamente en lo único seguro que tiene: su viejo sillón. El sillón lo reconoce, como si fuera parte de su cuerpo. El pintor, bajo un nuevo aliento, decide —desde el inmenso mar— reiniciar el boceto. Al principio de la aventura siente un miedo incomprensible, el miedo hace que se tambalee. Sigifredo cae, se marea, pero vuelve a sentarse en su viejo sillón. El agua es movimiento y el pintor no acaba de acostumbrarse. Es difícil acostumbrarse porque el pintor también es movimiento. Su miedo radica no en el naufragio, sino en no darse cuenta que está en movimiento. Se recuerda que él es movimiento, que su sillón viejo por más que permanezca sobre un suelo firme, está en movimiento. Cómo entonces detener el lápiz para hacer su boceto. Este ejercicio mental le lleva algunas noches naufragando en el insomnio. No lo puede resolver. Hasta que finalmente se da cuenta que no es posible resolverlo. Entonces, lo acepta. Acepta la idea del movimiento: no sólo la del oceano mar, sino la del propio dibujante, el suyo. Desde ahí toma el lápiz para renovar el trazo y acercarse a su primera intención. Se pregunta si es posible reflejar fielmente en una hoja su intención. Se da cuenta también que la fidelidad es una ficción. Es una lucha continua entre lo que quiere y lo que puede hacer. Sigifredo se da cuenta que esa es su lucha. Su lucha radica en hacer bocetos, nunca imágenes terminadas porque sabe que si logra terminar una, tan solo una, es posible renunciar al viaje.

Se da cuenta el pintor de su movimiento y el darse cuenta de su movimiento con los pies bien firmes sobre el oceano mar, es su condición para ejecutar, viajar, crear, ensayar. Se da cuenta que sólo así es posible ensayar, crear, viajar, tentar.

Ahora se encuentra en esta nueva condición. La mano toma el lápiz, cobra cierta autonomía, el pintor se asombra, no estaba en sus planes dibujar esa imagen. Se sorprende de lo que ve, pero más se sorprende porque él mismo es el autor de lo que ve.

Termina el boceto, que en sí mismo es interminable. Logra tener una imagen que está alejada de su primera intención y, sin embargo, no se siente traicionado. Más bien sorprendido. Consciente de ello, viaja. El pintor inicia el viaje. Un viaje sin destino y retornos continuos. No importa si es a las islas Canarias, a Machu Pichu, a Chichén Itzá. Viaja para abrir su horizonte. Otros están en lo mismo. En el viaje se encuentra con pintores de quienes habia escuchado y leído algo de ellos. Pintores que ensayan bocetos. Se siente parte de este gremio que en realidad no tiene fronteras precisas, sabe que no es ningún gremio. Conversa. De café en café inicia y deja abiertas conversaciones. Se pregunta cuándo tendrán punto final. Eso ya es lo de menos, siente un placer inaudito conversar porque es una manera de viajar, de crear, de prefigurar un ensayo.

Conversa con hombres, conversa con sepulcros. Abre uno, se encuentra con el ensayo de un cadáver exquisito. Es el enamoramiento. El pintor se enamora de los tesoros que encuentra bajo sepulcros. Sabe que puede conversar con ellos. El sepulcro es un punto de partida que no tiene un punto claro de llegada. Otros —durante cientos de años— también quisieron hacer bocetos. Y los hicieron. Con coraje rompieron hojas, lienzos, ensayaron y crearon. Renunciaron a la condición de estabilidad a pesar de que también estaban sentados en un viejo sillón. Se dieron cuenta que estaban sostenidos por un inmenso mar oceano. Supusieron —esos otros— que su viaje no terminaría, porque cuando llegaran a buen puerto, es porque otros arrebatarían su lápiz para iniciar un boceto. La mayoría de esos náufragos en realidad hacían sus bocetos sobre los bocetos de otros. Resultaba una imagen híbrida, pero nueva, nueva al fin.

La intención del boceto de Sigifredo Esquivel Marín en este nuevo libro es construir con imaginación un diálogo en el que prive la inteligencia. La inteligencia de saberse finito y a la vez atemporal; la de reconocerse aquí y a la vez universal; la inteligencia de imaginar y fusionar su horizonte temporal con la inteligencia de sus semejantes.

Estoy segura que Sigifredo, antes de editar este bosquejo, se sentó en un viejo sillón, tomó un lápiz, quiso llegar a buen puerto, y no llegó. Supo que nunca llegará, renunció a esa idea, porque llegar a buen puerto es sentir la seguridad del conformismo. Nuestro autor es mucho más allá de todo esto. Desde su viejo sillón, observa y se observa. Contempla otros sepulcros, sabe que el suyo lo aguarda y que otros abrirán con miedo la lápida para encontrar acaso un boceto, siempre inacabado. Sigifredo con este nuevo título no llega a buen puerto, ensaya, ensaya, ensaya… Sólo así, está seguro de lo que significa el peso del viaje y la vuelta a la marea.

Mariana Terán



[1] Texto leído, por partida doble, en las presentaciones del libro que tuvieran lugar en el Ex Templo de San Francisco en Pinos Zacatecas el 29 de mayo y en la Novena Jornada Editorial en el Patio de Rectoría de la UAZ el 11 de junio del presente año.