Soldadera Móvil en la UNIVER Zacatecas




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DOS FILOS

Siempre hemos tenido mucho tiempo, no hay prisa; hay que calzar las viejas botas, meter lentamente los dedos en los guantes de vagabundo, encender el motor de un cigarro y emprender alguna hazaña breve con un ala bajo el brazo: la lectura que repta a lo ancho de unas hojas, horas.

Dos Filos, edición ciento uno es la sugerencia porque festeja de mano de Alejandro Toledo ‘El cuarenta aniversario del Sargento Pimienta’, memorable personaje de The Beattles que se nos ocurre a bordo un submarino amarillo naufragando por aquí por allá por el vacío negro que apenas existe en el universo y se extiende como red.

El club de corazones solitarios tiene ahora en bajo su brazo sólo un par de razones para no irse todavía; tiene la visión de papel y la lluvia de ganas en una revista, ganas de una sorpresa como consecuencia de un golpe en el codo, visión de papel, ganas de lluvia, papel como avión, lluvia con ganas y hace frío.

Para cortar el papel de las ganas, hacen falta dos filos que hagan figuras de papiroflexia en las que podamos abordar con nuestras razones para no irnos. Sí, Dos Filos nos ofrece ‘La historia interna del submarino amarillo’ que manipula Paul Jonson cuyo Morse decodifica Carlos Gerhard y ¡oh! una ‘Yo, Sirena’ que se asoma por la ventana del submarino como queriendo hechizar y de repente la brújula nos arroja hacia ‘El reino de nunca acabar’.

Nuestro tiempo volando como globo terráqueo entre una galaxia y otra, nuestro tiempo hojeando nuestra visión de ganas; eso que tenemos de más en nuestros bolsillos para dejar a alguien esperando, puede esperar. Mientras seguimos aquí, nada pasa, viendo a través de las páginas como se mira a alguien que se quiere ver desde hace tiempo: con atención, en silencio.

Nos vamos, lo sentimos pero es hora de irnos, naufragar por una tarde somnífera de los mares octubrinos, con tripulaciones alérgicas a la melancolía que lloran con gas pimienta. Nos vamos, con Dos Filos bajo el brazo, como un sobre en el que se guarda el tiempo transcurrido en lo que se imagina un personaje beattlesco.

Citlaly Aguilar Sánchez

Hablándole al teléfono…



FANTASÍA INFANTIL

Un trío de cintas que ubican a niños como puentes entre mundos que coexisten aún sin saberlo. Además de lidiar con sus propias realidades familiares y escolares, de pronto se ven asumiendo misiones para las cuales tendrán que prepararse casi de inmediato, sin pensárselo demasiado. Es la imaginación infantil capaz de ver lo esencial vía el corazón (El principito dixit), mientras que los ojos adultos se mantienen ciegos y sólo alcanzan a ver sus narices, aunque luego le entren también al quite. Veamos.

1. Dirigida por el húngaro Gabor Csupo y basada en la novela de Katherine Paterson, El mundo mágico de Terabithia (Bridge To Terabithia, EU, 07) es una conmovedora incursión a un bosque encantado cual espejo de la realidad cotidiana, con sus respectivos miedos, triunfos y angustias que parecen traslaparse de uno y otro lado del río, cual frontera que sólo puede cruzarse a través de la cuerda mágica en apariencia resistente. Un mundo mucho más allá de lo que puede ofrecer la televisión y que requiere, de entrada, una buena dosis de imaginación.

En tono más dramático que épico y eludiendo la espectacularidad, nos centramos en un niño molestado en la escuela y regañado por su padre que hace migas con la alumna recién llegada; ambos empezarán a vivir una aventura única en una doble realidad. Con buen desarrollo de los personajes centrales y una emoción centrada más en las relaciones que se establecen que en la propia acción, la cinta apuesta por la humanidad de sus personajes, incluyendo sus transformaciones, soportada por discretos efectos especiales y una fotografía funcional. La amistad como plataforma para explotar la propia imaginación.

2. Dirigida por Ricardo Arnaiz y con imaginativa participación de nuestros paisanos de EsComics!, La leyenda de la Nahuala (México, 07) es un loable esfuerzo por crear una cinta de animación que igual se sostiene por la creación de sus personajes, más que en el derroche tecnológico tan usual en las producciones estadounidenses. Si bien por momentos los protagonistas parecen ajenos a las logradas escenografías y al inicio priva cierta dispersión, la cinta consigue despegar cuando se introduce de lleno en la mansión embrujada donde la susodicha pretende hacer de las suyas.

Un niño temeroso tendrá la oportunidad de enfrentar sus peores miedos cuando se ve obligado a salvar a su insufrible hermano, atrapado en la famosa casona. Contará con el apoyo del cura, de un locuaz caballero, un alebrije, la abuela, la panadera jarocha y fantasmas de todo tipo que habitan los dominios de la Nahuala, recuperando una historia mexicana en medio de las múltiples influencias externas sobre la fiesta del día de muertos, como para que nuestros pequeños tengan la oportunidad de conocer algo más que las calabazas y las brujas.

3. Dirigida por David L. Cunningham y basada en la novela de Susan Cooper, Los seis signos de la luz (The Seeker: The Dark Is Rising, EU, 07) no consigue trasladar el original a la pantalla y se queda como una adaptación más bien caprichosa, en la que falla la secuenciación y se extraña a un villano de mayor envergadura. No faltan, sin embargo, los momentos de cierta emoción ni los episodios de indudable espectacularidad, a través de un adecuado aprovechamiento de recursos visuales e ingeniosas perspectivas de cámara.

Estamos una vez más frente a un niño llamado a cosas grandes que empezará a desarrollar poderes para cumplir con la trascendente misión que le ha sido encargada. La premisa suena demasiado familiar, en esta batalla entre la luz y la oscuridad que tiene como elemento clave a un niño/joven cuyo origen se revelará de pronto. Ante esta limitada estructura narrativa, se tendrá que recurrir a idas y vueltas en el tiempo con peleas incluidas y personajes de dudosas intenciones que terminan sin mayor sorpresa, reduciendo la intensidad a efímeros momentos.

Fernando Cuevas

Nos leemos después.

Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx



Hasta el viento se aburrió

A veces no comprendo con que afán se crean remakes, no sé si para tratar de mejorar la obra original o bien para darle un mayor crédito a ésta y parecer que es insuperable. En estos últimos días apareció en la pantalla grande una nueva versión de Hasta el viento tiene miedo, con nuevo director, nuevo reparto, una nueva temática y por supuesto nuevas técnicas cinematográficas.

Realizar una película de terror en México es quizá una tarea ardua. Es un género poco trabajado en la “industria” del cine nacional y los resultados, cuando se intenta hacer un film de este tipo, son muy pobres. A lo largo de la historia del cine mexicano ha habido pocas películas de terror contando las del Santo, Capulina, El resortes, Pepito y Chabelo y uno que otro cómico con carencia de talento más. Sin embargo ha habido buenos intentos y buenas películas según los criterios de Saúl Rosas Rodríguez en su libro “El cine de horror en México”. Entre los buenos intentos podemos nombrar Dos monjes, El libro de piedra, La tía Alejandra y La invención de Cronos de Guillermo del Toro; y entre las mejores El fantasma del convento, El vampiro, La puerta y Hasta el viento tiene miedo dirigida en 1967 por Carlos Enrique Taboada.

Cómo no recordar esta última película, la cual, de acuerdo con los críticos de cine mexicano, es la mejor creación del género terror que se haya realizado – y esto lo digo antes de ver Cañitas, thriller basado en las misteriosas historias del cazafantasmas y superpoderoso choper mexicano Carlos Trejo-.

Volviendo a Hasta el viento tiene miedo de 1967, es una historia que aún en estos tiempos mantiene pegado al espectador a espetas de lo que suceda en la peli, a la cual hasta el nombre quedó ad hoc debido a las sensaciones que producía. Si se recuerda, la historia versaba sobre una estudiante que tras haber muerto hace cinco años regresa al internado donde pereció para cobrar venganza. En la trama aparece Marga López como Bernarda quien es la directora del internado para señoritas. Su carácter es fuerte, ocasionando el repudio de las alumnas. Caso contrario es del personaje de Maricruz Olivier como Lucía, quien es la maestra benévola, comprensiva y querida por las internas. Estaba incluida en el reparto Alicia Bonet en el papel de Claudia, una nueva interna y Norma Lazareno.

Comienza con Claudia, en una pesadilla ve a una mujer colgada de las vigas de una vieja torre idéntica a la que se sitúa en el jardín del internado, ese fantasma con voz suave la llama por su nombre. En su inquisición por saber qué es lo que encierra esa vieja torre, a la cuál se les ha prohibido el acceso, Claudia cae de lo alto de ésta y fallece instantáneamente, sin embargo días después despierta ilesa aunque su personalidad no es la misma y su comportamiento es bastante raro. A partir de ahí comienzan a suceder cosas extrañas, el viento se ensaña con las cortinas y las ventanas, y la lluvia baña a diario el lugar, el cuerpo de Claudia ha sido poseído por el espíritu de Andrea, la alumna fallecida un lustro atrás y habitante de los sueños de Claudia. En ese caos y ese terror ocasionado por la presencia de Andrea en el internado, la directora (Marga López) trata de terminar con la situación y sigue a Claudia- Andrea hasta la torre donde por fin se consuma la vengaza, la directora está muerta.

Si se observa bien esta cinta se puede ver que está realizada con pocos recursos y aún así el director logra crear buenas atmósferas terroríficas como el viento y su silbido, los truenos, las lluvias torrenciales, los pasillos lóbregos del instituto, las sombras y los planos generales hacía el jardín y la torre iluminada y sobre todo la imagen difusa del fantasma a través de la ventana. Además no falta quizá la principal característica del cine de terror que es esa lucha entre el bien y el mal, esta vez “el bien” las alumnas y la maestra y “el mal” la directora.

Pues cuarenta años después Alfredo Moheno dirige el remake de este exitoso film. Quizá la actriz más reconocida en el reparto es Martha Higareda, que como en todas sus películas nuevamente vuelve a enseñar las tetas, que uno como espectador y amante secreto lo agradece pero como crítico de cine a veces no se termina por comprender.

La historia es la misma, aunque la venganza por parte del fantasma es buscada por otro motivo. En la película de Taboada de 1967, la revancha es a causa de que cuando le comunican a Andrea (el fantasma) que su madre se encuentra en estado de gravedad, pide permiso para salir del internado para ir a verla, pero la directora con su carácter estricto y fuerte le niega la salida argumentando que es una vil mentira. Tiempo después la madre de Andrea muere y ésta cae en una profunda depresión que la lleva al suicidio. En la nueva versión esta historia cambia un poco y la trama gira en torno a una relación lesbica.

Andrea, que es interpretada por una actriz de la cual cuyo nombre desconozco y que tiene una cara de niña traviesa que no puede con ella, mantiene una relación con la maestra-doctora del internado Lucía, que a parte de buenos sentimientos es buena en caricias y besitos cerca del oído. La directora al descubrir esta relación se llena de celos porque a ella también le atrae sexualmente la interna, entonces en un arrebato por obtener una caricia de ésta, sucede el accidente que termina con la vida de Andrea.

Martha Higareda hace el papel de Claudia y convive en la casa con otras cinco internas: drogadictas, anoréxicas, locas y hasta una aprendiz de teibolera parece en la recreación de la escena del streaptease, que a diferencia de Norma Lazareno en la primera versión, la de esta si enseña..

Moheno, el director de esta nueva versión de Hasta el viento tiene miedo, no logró crear lo que Taboada sí pudo cuarenta años atrás. No hay buenas atmósferas de terror, la película es demasiado oscura, creo que no supo aprovechar esas nuevas técnicas que los cineastas de hace algunas décadas no tenían, no hay muchas conversaciones sobre el fantasma para adentrar al espectador en la trama y las actuaciones me parecen muy malas, y sobre todo creo que no existe esa contienda entre “el bien” y “el mal”. La actuación de la directora en nada se compara a la de Marga López ni la de la maestra-doctora a la de Maricruz Olivier, tal parece que estas se concentran más en obtener una buena lengua de gato – y no me refiero precisamente a los chocolates-.

Quizá Moheno intentó tratar en este film temas actuales pero que a la vez parezcan ya un tanto trillados, tales como las relaciones gay, la drogadicción y los desórdenes alimenticios – y eso que les faltó el aborto -. Así es que si están esperando sentir terror o miedo, éste les llegará cuando salgan de la sala de cine y vean lo que gastaron, porque de seguro pagaran el de su pareja que llevaron pa´ que los abrace en momentos de suspenso y tensión.

Alejandro Ortega Neri

“caminando sin rumbo va…”



Silencio



Veme aquí, público querido, tendida en este hermoso cofre de madera, con este pálido cobijo mortuorio ante el vulgar espectáculo en el que se ha convertido mi funeral. ¡Cuán amarga se torna la palabra “eternidad” al verse frustrados los últimos deseos de silencio por una masa de ignorantes que lloran insensiblemente por uno!

¡Silencio! Quiero recrear en la imaginación los momentos previos a la culminación de mi única y verdadera obra maestra. Estaba yo tranquilamente sentada en mi estudio ante la pluma y el papel que en mi esfuerzo por obtener la aniquilación total de mis demonios (y por ende, de mi ser), sólo me habían podido dar modestas victorias. Por azares del destino, éstas catapultaron mi nombre a la fama, aunque en mi boca, ese tipo de gloria me supo a ceniza. ¡Aquéllos que me leen y me idolatran no saben de la vida! ¡No saben nada! Ellos nunca escribirán y escribirán hasta que sus venas se partan como las mías, mucho menos impregnaran su sangre en la tinta ni utilizarán su saliva para borrar los errores. No, no han tenido noches sin sueño en los que el alba llega a las 3:45 de la madrugada y el sol se oculta cuando la conciencia se va. No, sólo creen conocerme y por eso lloran.

Estaba harta, exhausta de mi cara. Me había dado cuenta de que no hay máscaras perfectas: hasta ésta, la pieza más fina y delicada de marfil que llevaba puesta en el rostro tenía un defecto. La grieta crecía con cada latido malogrado, con cada soplo inútil que el viento tenía que ofrecerme. El agobio que me provocaba la vida había superado mis fuerzas y necesitaba estar preparada con un instrumento adecuado para el momento en el cual mi fortaleza decayera por completo: una botella de veneno. Finalmente, ese día llegó, el día en el que el velo que me separaba del mundo se desgarró y vi la ruindad en todo su esplendor: miseria, guerras, hambre, infamia, calentamiento global, enfermedad, un clima incomprensible, tristeza, más guerras, petulancia, soberbia (me basta con la mía), tranquilizantes; en fin, la lista nunca terminará. Cada cara, cada huella y rastro del quehacer y pensamiento humano me daban asco. Todos los que me rodeaban se habían convertido en una raza de aduladores falsos e imbéciles, y era preciso emprender la fuga antes de que su imbecilidad me contaminara.

Sentada en mi trono de falsos consuelos, tomé lentamente el contenido tóxico de la pequeña botella. Con cada sorbo, la percepción del mundo a mí alrededor se iba desvaneciendo hasta que mis sentidos se apagaron; ¿para qué conservarlos, si todo lo que saboreaba me era acre, incluyendo el veneno que habría de rescatarme? Ya no queda rastro de él en mi lengua. ¿De qué me servía la piel si era constantemente rasguñada, maltratada, comunicando dolor y odio hacia los demás y hacia mí misma?; por fortuna, ese órgano sensorial ya no funciona. El olor a concreto, sudor, madera, lágrimas y descomposición ha desaparecido. Y mis ojos, mis benditos ojos, ventanas a la inmundicia externa, están secos, sin brillo, sin vida. No gracias, los sentidos no los quiero, prefiero estar sumida en esta oscuridad, habitando el palacio cristalino de mi mente, mi fastuoso refugio, aislado por completo de mis admiradores, retractores, de todos, de Dios. No los necesito. Yo sola puedo.

El ruido no cesa. ¡Demonios! ¡Mi felicidad nunca es completa! ¡Ya cállense! ¿Qué no me ven aquí en este ataúd, por fin en mi último hogar corpóreo? ¿Qué parte de “estoy muerta y no voy a regresar y no quiero regresar” no entienden? ¡Váyanse! ¡Dejen de lloriquear! ¡Aléjense de mí! ¡Ahora! Un momento. Ya no hay cantos. Poco a poco el rumor de las voces decrece. Escucho algo caer sobre mi féretro. Es tierra. Todo se calla, se entremezcla con el silencio sin perturbaciones. El tiempo se ha detenido. La existencia es ahora inexistente.

Mi mente y yo. Yo y mi mente. Uno, dos, tres, ya me aburrí de contar. No sé si los días han seguido transcurriendo allá arriba. Nada nuevo que contarme a mí misma. He roto todos los pilares de mi vidrioso templo. Ni siquiera puedo escuchar los gusanos que seguramente carcomen mi cuerpo. Mi voz tiene un timbre fastidioso, chillón, siempre se queja. No se calla. ¡Cállate! ¡Sí, sí, ya sé que nada te entretiene, que antes cuando menos te podías burlar de los demás, humillándolos, recordándoles lo imperfectos que eran, pero no, tenías que suicidarte! En un vano intento por preservar tu autoproclamada superioridad, te mataste porque sólo así quedarían intachables tu vida, tus milagros, tus ideas. Pero yo sé que eres patética, que tu muerte es patética, tanto que da risa. Yo doy risa. Yo soy motivo de burla, porque no reconocí que eran los demás los que mantenían viva mi soberbia, y mi soberbia era el combustible de mi genio. Ahora no puedo volver porque los muertos no reviven y el orgullo no me deja.

Qué aburrida estoy. A veces me pregunto si no estoy repitiendo siempre los mismos pensamientos.

Pero aún así, no me merecen.

Mariana Ríos Maldonado





Tan cursi como una comedia romántica

Un domingo por la tarde en compañía de la familia, o un miércoles de dos por uno al lado de un buen amigo es admisible ver una comedia romántica.

Dejando atrás las pretensiones de cinéfilo experimentado y el análisis de trama y fotografía, disponemos las palomitas y relajamos la mente para reírnos de los desacuerdos entre una pareja ficticia.

Damos inicio a una de esas cintas en que se plantean los problemas del amor y las relaciones sentimentales con un toque humorístico, aquellas en las que se resuelven los asuntos más cotidianos con un adelantado final feliz.

Nos dejamos llevar por la portada del DVD, damos una rápida leída a la sinopsis y nos fiamos de la popularidad de los actores hollywoodenses.

Algunos ya tienen a sus favoritas: Drew Barrymore, Meg Ryan, Julia Roberts, Cameron Diaz y Jennifer Aniston, por mencionar a las más cotizadas.

Por parte de ellos: Adam Sandler, Hugh Grant, Aston Kutcher y algunos más.

El oráculo de estos tiempos, Wikipedia la enciclopedia libre, define las comedias románticas -en primera instancia- como un subgénero de las películas de comedia y de las romáticas.

El argumento básico de una comedia romántica –continúa Wiki- es que dos personas se conocen, bromean entre ellas, pero a pesar de la atracción obvia para la audiencia, no se ven románticamente involucrados por algún tipo de factor que pude ser interno –aparentan no gustarse- o externo –cuando uno de ellos tiene una relación amorosa con otra persona, por ejemplo.

En algún momento, después de diversas escenas cómicas, se separan por alguna razón. Entonces, él o ella se dan cuentan que son perfectos el uno para el otro, y -normalmente después de un espectacular esfuerzo o una increíble coincidencia- se reencuentran, declaran su amor eterno y viven felices para siempre.

Nuestro oráculo aclara que hay ciertas excepciones donde los protagonistas no terminan juntos y menciona como ejemplo el final de La boda de mi mejor amigo, en la que participan dos de nuestras más populares actrices.

Aquí es a donde quería llegar.

Este tipo de cintas son sumamente entretenidas cuando reúnen las características antes mencionadas, sin embargo, en cierto estado de ánimo ¡resultan tan inverosímiles! Parecerá ogro desear que alguna película de estas no termine como se supone que debe.

Por ejemplo, echaré mano de las dos últimas que he disfrutado y sufrido, curiosamente protagonizadas por Jennifer Aniston. Dicen por ahí y Viviendo con mi ex.

En la primera, el personaje interpretado por Aniston está comprometida pero insegura ante el matrimonio. Debido a la boda de su hermana menor, regresa a su ciudad de natal para pasar tiempo con su familia, de la que siempre ha dudado por las pocas coincidencias que los unen.

Sin entrar en demasiados detalles, el asunto es que Sara, en la búsqueda de su verdadera identidad, entra en una relación con otro hombre y es descubierta por su prometido.

El asunto termina en que ella –tras ser infiel- se da cuenta de que verdaderamente desea pasar toda la vida con su novio. Sin embargo, como bien lo señaló Wikipedia, la trama sube a un punto de tensión donde tiene que pedir perdón y es rechazada. Todo parecía ir bien hasta que él, finalmente la absuelve.

¡Yo no podía creerlo! Le fue infiel sin la más mínima consideración y en un dos por tres, sin hacerse un poco del rogar, él la perdona, se casan y la película termina enviándote el mensaje “y vivieron felices para siempre”.

En Viviendo con mi ex, todo comienza con una súper pareja que se lleva de lo lindo hasta que una ligera discusión se torna en rompimiento.

La cinta narra el lento enfriamiento entre ambos hasta que, a pesar de sus esfuerzos, la relación parece estar sumamente dañada y ella decide terminarla.

El final fue sorprendente, se trataba de una de las pocas comedias románticas donde no se esfumaban las situaciones de desencuentro y la pareja terminaba feliz.

La última secuencia muestra a los protagonistas encontrándose casualmente, después de cierto tiempo, para sólo saludarse cordialmente y al fin alejarse en sentidos opuestos.

Con todo, lanza un ligero destello de esperanza ya que ambos vuelven la mirada –al mismo tiempo- para ver al otro y hacer saber a los espectadores que hay posibilidades de reencuentro, pero finalmente cada uno se va por su lado.

Hasta aquí todo parecía ir bien –si no para los protagonistas- sí para quienes deseábamos un final diferente aunque no correspondiente a los requisitos de una comedia romántica. Aun así, celebrando haber presenciado un final opuesto al clásico, abandonas el asiento con cierta tristeza por el “fracaso del amor”.

Sin embargo, el director de la cinta no pudo soportar el peso de afligir a los espectadores con ese final y otorgó un desenlace alterno.

En el afán de dejar al público con un buen sabor de boca, reúne nuevamente a los protagonistas, aunque no como pareja pues cada uno está acompañado por una persona que –curiosamente- se parece a su ex.

El punto es, termine la pareja felizmente unida o separada, la película no permitirá que cargues una aflicción más, por el contrario, te dará los ingredientes necesarios para reírte de las situaciones trágicas de la vida.

Arazú Tinajero

Escaparate Gráfico 120

Portada 119



*

Deja

blue
*

* *

Leerse mientras se escucha: Confortably numbs/Pink Floyd

(musicae in memoriam sunt meos versi)

Tenías la risa mojada

vecina imperfecta

de mi ignorancia sobre tu nombre

venas tan azules

como tus ropas

que

hoy maldigo lejos

y bendije pronto

(por ser tan pocas)

Como los días que acaso lloras,

como las bocas y sus demoras,

como las notas que alcanzan las olas

//

Y antoja el coro del agua

tu entrepierna en la arena

opio de la primavera

magia desde tu cadera:

azul que sube

azul que baja

azul que empapa

espero

Roberto Galaviz Avila

En compañía musical de David ¨Zucosos¨ Castañeda y

¨Pepildoro¨ little chosto



CINE Y MUERTE

El misterioso tránsito al más allá, con toda su fascinación, esperanza y horror que pueda caber, ha sido una y otra vez recuperado por el cine desde diversas estructuras genéricas: del horror al humor, del thriller psicológico a la comedia social y de la metafísica al romanticismo trascendente o de plano lleno de sacarina. Aprovechamos la celebración del día de muertos para recordar algunas de las cintas que han rondado este misterio para siempre inexpugnable.

LAS OBRAS MAESTRAS Y LAS CLÁSICAS

Para reflexionar sobre la muerte y sus circunstancias, qué mejor que los grandes maestros: Wiene le entraba de lleno al expresionismo mortuorio con El gabinete del Doctor Caligari (19); Kurosawa lo hizo con Vivir (52), en la que se alternaban las percepciones en un funeral con las vivencias del susodicho; Bergman propuso en El séptimo sello (57), una vital partida de ajedrez entre un caballero en estado de cuestionamiento profundo y la muerte, iconográficamente representada por un hombre blanquísimo ataviado con una sotana de monje, en una de las estampas clásicas del cine mundial.

Hitchcok, entre muchas visitas a la muerte, jugó con los regresos a manera de espejo en Vértigo/De entre los muertos (58); Tarkovski mostró su preocupación de la muerte espiritual, la peor de todas, en El sacrificio (86) y de la posibilidad del reencuentro más allá de las estrellas en Solaris (72). Con base en el relato de Thomas Mann, Luchino Visconti rodó Muerte en Venecia (71), sobre la finalización de una vida entre reflexiones sobre la belleza.

Seres que desafían la dicotomía vivo/muerto que se han vuelto referencia para el cine de terror: Nosferatu, el vampiro (Murnau, 22) y la interminable lista de películas relacionadas con estas criaturas al fin llenas de dolor por la pérdida, viviendo en la penumbra, como El fantasma de la ópera (Julian, 25), entonando canciones mientras la mujer amada se pasea por el inalcanzable escenario. Desde luego, Frankenstein (31) y La novia de Frankenstein (35), dirigidas por James Whale, generando el milagro de la vida a partir de retazos de muerte, aún con necesidad de amar.

Por su parte, ahí están La momia (Freund, 32) en busca del amor extraviado frente a los laberintos del poder con todo y las recientes versiones más orientadas a la parafernalia de los grandes estudios, y los zombies como muertos en vida sin mayor sentido que su instinto carnívoro, recuperados por el patriarca George A. Romero (La noche de los muertos vivientes, 68) y por una importante lista de seguidores que aún hoy siguen mandando al estrellato a estas criaturas de hambre insaciable.

FANTASMAS Y DEMÁS

Espeluznantes o simpáticos, estos espíritus que no terminan por irse a descansar, han estado presentes a lo largo de la historia del cine, desde El fantasma va al Oeste (Clair, 35), hasta las recientes entregas del cine de terror oriental (El aro, La maldición, Los poseídos), llenas de pálidos niños con cabellos interminables que insisten en reclamar venganza, cariño o lo que les hiciera falta para terminar de despedirse de este mundo. Por ahí transita Suspiria (77), obra de culto de Dario Argento, sólo para iniciados.

Adaptaciones de clásicos como La carreta fantasma (Sjöström, 21), basada en un relato de Selma Lagerlöf; El fantasma de Canterville (Dassin, 44), de la novela por entregas de Oscar Wide; El fantasma y la señora Muir (Mankiewicz, 47); Suspense (Clayton, 61), basada en Otra vuelta de tuerca de Henry James; Los muertos (Huston, 87) recuperando el relato corto de James Joyce y Los fantasmas contraatacan (Donner, 88), basada en Christmas Carol de Dickens.

Toda clase de espíritus han sido presentados en mansiones que alguna vez les pertenecieron o donde sufrieron algún percance como en Al final de la escalera (Medak, 79), aunque también pueden ser como Abbott y Costello en El fantasma huye (Barton, 46), en absoluto tono de comedia. Deben evitar ser víctimas de Los cazafantasmas (Reitman, 84), o se les permite armar todo un desastre como en Beetlejuice (Burton, 88) y hasta se quedan como eternos enamorados como en la exitosa y descaradamente cursi Ghost: la sombra del amor (Zucker, 90). Y cómo no, con El sexto sentido (Shyamalan, 99) vimos gente muerta sin que nadie, ni Bruce Willis lo supiera y en Los otros (Amenábar, 01) quedó clara su maldición de vivir al margen de la corporeidad.

MUERTOS PROTAGÓNICOS

En El ocaso de una vida (50) del maestro Billy Wilder, William Holden nos cuenta su vida, mientras flota muerto en la alberca, al igual que En Belleza Americana (Mendes, 99), Kevin Spacey nos platica, desde su segura muerte, las peripecias de su familia de suburbio, y en La muerte le sienta bien (Zemeckis, 92), nos carcajeamos de los desfiguros de Meryl Streep por parecer una persona viva. En Muerto al llegar (Jankel y Morton, 88) fuimos testigos de la indagación extenuante de un hombre por saber quién lo había matado, aunque no estaba muerto del todo y en Muerte a la medianoche (01) del recién fallecido Robert Altman, se armaba todo un análisis de la sociedad inglesa de los treintas a partir de un asesinato.

En el otro extremo, por ahí se colaba entre sueño y sueño el famoso Freddy en Pesadilla en la calle del infierno (Craven, 84) y en Halloween (Carpenter, 78) se hacía un macabro honor a la fecha según la usanza del país del norte, mientras que con El cadáver de la novia (Burton, 05) se unían en matrimonio los dos mundos. La muerte del señor Lazarescu (Puiu, 05), por su parte, recupera en tono de comedia negra lo difícil que se ha vuelto, en esta época, morir sin contratiempos.

Léase como sólo un esbozo de todas las películas que han abordado la muerte desde diversas perspectivas, como corresponde a uno de los fenómenos que más inquietan a nuestra especie.

Fernando Cuevas

Nos leemos después.

Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx



DIARIO

I. Éste es otro sábado. Al concluir la lectura de ABC, seguí con el libro de Scherer García. Una media hora después, tras subrayar algún sustantivo preciso, un verbo rápido o uno de los adjetivos que suelen caracterizar la redacción del fundador de Proceso, me pasé a la computadora. En la máquina revisé una reseña sobre las revistas literarias que circularon en el xix en la ciudad; eso sí, de rato en rato juegue con el Spider solitario, para distraer la mirada…

II. Justo, en ese sábado, cuando le fastidió seguir leyendo en la computadora, el lector creó un nuevo archivo para escribir sobre sus percepciones –muy limitadas, por cierto- de la estancia veraniega. Sigue el proceso visible de un sujeto poco letrado y menos competente en la escritura literaria: redacta lentamente, lee y relee para corregir. Escribe, obviamente, lo que no puede contar a otras personas. Por ejemplo, dice que con ese día han transcurrido tres sábados fuera de localia y que la melancolía está acentuada por las ausencias y la insoportable distancia.

El lector escribe, utilizando las imágenes de Ciudad de ciegos, el efecto que le provoca el ruido de las llaves en la cerradura de la puerta del departamento. Más cuando el sonido es generado por la persona deseada. El objetivo del texto, que redacta el lector, es reconstruir las rituales esperas sabatinas:

Le espero en el sillón ejecutivo, frente a la tv y junto a la mesa de trabajo. En ella, como efecto del trabajo diario, están los periódicos que leí (EP –viernes y sábado-, y Milenio). Para dar fe de ello hago, sobre todo en los suplementos, anotaciones, rayas y notas que le compartiré en la conversación. Le aguardo con paciencia, pero también tengo la maldita espera a flor de piel –por si no llega-…

Asienta que la espera inicia a la media noche. Que puede pasar la una am, pero si arriba solo a las dos, el siguiente encuentro será una semana después. Anota que la soledad es interrumpida cuando ocurre el estruendo que genera el abrir y empujar la puerta mal instalada del departamento. Relata que la visita avanza directamente a la silla que es parte de la mesa de trabajo. Y no saluda con la mano, sino con el clásico -¿Qué haces?

El lector reconoce que no le frustra que la visita se sigue con el monopolio de la palabra; pues, sin esperar respuesta, reseña las cuitas del día o de la semana -y que nunca repite un episodio-. Pero sí le acongoja que lo dicho sea de asuntos domésticos: que la ropa, el decir de sus compañeros de trabajo, las nuevas formas de hurtar en la tienda, -donde, por cierto, los objetos en venta son de un precio superior al salario mínimo obrero-.

Como no está asentado por el lector, se puede intuir que en la perorata de la visita no aparece la cita de un libro (pese, a que la tienda vende múltiples impresos de diferente contenido). Otra omisión notoria en el texto del lector son los detalles sobre terceras miradas, los guiños para otros rostros y las otras malditas aguas saladas que cotidianamente aparecen y se consumen sin remordimiento. Tampoco señala cómo interrumpe o en que momento le corresponde hablar. Pero sí está lo que dice: los paseos, las adquisiciones en el mercado nuevo y las lecturas que hizo ese día. En la línea de la lectura, coloca el fragmento de un poema que posiblemente leyó en Babelia o Laberinto:

Ven, déjame,

Que no queden márgenes entre tu cuerpo perfecto y mis manos,

que pierda el control con tus superficies trémulas,

único horario esclavo al que consagro cada segundo.

Ven y deja que me envenene contigo,

satisfecho por la cicuta jugo de tus pupilas sorprendidas.

Ven y deja que venere el grito desenrollado

Que mi laringe hace arrancar a tu vientre,

que ese instante sea lastre suficiente para el resto de mis días.

Ven este jueves por la madrugada,

o ven mañana.

Ven cualquier día o ven siempre. Pero ven.

Me gusta suponer que la lectura es en voz alta, que las palabras son pronunciadas sin declamar, porque el afán es persuadir con tiento, para procurar que perviva su historia.

III. Si el texto que leíste, le agrada, te tomará la mano, recorrerá tu rostro con la mano izquierda, o directamente te besará. Suave al principio... y a partir de ahí, sin que el tiempo se detenga, al cielo le tenderán una sombrilla, el foco puede seguir encendido, está es una story común. Recuerda: si es week-end sin quincena de pago, al abrir tus ojos estará junto a ti

[…] Descansa, le dije, descansa

porque esta plegaria pierde su valor

como salvoconducto al empapado harén de recuerdo perfectos justo con la luz del día.

Ahora descansa, sólo descansa. [Octavio Gómez Milián]

Marco Flores



DR. STRANGELOVE

Existe, realmente existe alguien encargado de salvar al mundo de su desolación; un personaje de brillantes ideas, grandiosas explicaciones del comportamiento humano y espléndidas propuestas para la vida post apocalíptica: El Dr. Strangelove.

En 1964 Stanley Kubrick produce un filme que satiriza la temida guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, al cuál conocemos por el título de Dr. Strangelove or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb. A unos cuantos años distantes de su producción, la banda neoyorquina de post-rock Blonde Redhead, reproduce en cierta medida al famoso doctor.

Sabemos (quizá por programas genéticos indescifrables) que el amor es extraño por naturaleza, en cuanto a que nadie lo entiende, todos lo sienten (o dicen sentirlo) de alguna manera y siempre varía de acuerdo a la persona, la cual puede ser incluso influida por el medio en el que se encuentre. El Dr. Strangelove o en su traducción literal ‘Doctor Raroamor’ y de acuerdo con la idea que Kubrick trató de retratar en el cine, es un personaje que aporta las ideas prácticas a un mundo al borde de la catástrofe, lo cuál desde mi ángulo, sí es un reflejo inmediato de una rara forma de amar: el amor como una idea, un algo práctico.

Para Blonde Redhead el personaje de Kubrick es un observador de la tristeza y la monotonía que hace girar al mundo. La canción es un desierto de gente que se mueve al ritmo de la inercia y que siempre nos arrastra, como una bomba atómica latente que cada segundo amenaza con explotar ¡bang! ‘Es tan triste ¿no es cierto?’

Extrañamente esta banda neoyorquina, Blonde Redhead, tiene algo de kubrickiano en sus canciones; sonidos espaciales en My Impure Hair que pueden remitir a la ‘Odisea en el espacio’, en 23 se suele aparecer Alexander DeLarge con su famosa mirada de pestañas postizas y SW simplemente reproduce una atmósfera de la que manan duendes esquizofrénicos. Y por otro lado (y sólo como apunte curioso) se encuentra Mogwai, otra banda de post rock, que presentan a Stanley Kubrick como canción (o sólo el título).

El amor como un efecto extraño de la humanidad y estresado por una bomba atómica es transformado en melodía. La desesperación del hombre por salvarse del fin de todo, salvarse de sí mismo, le hace procurarse guerras y perderlas. Un doctor aparentemente loco aparece como héroe, como observador; y luego desaparece sin decir adiós, tan fugaz, tan irónico, como una bomba exterminante, como una canción de cuatro minutos y medio, y aún así lo más sorprendente ocurre: Nos salva.

Citlaly Aguilar Sánchez



Apología del suicidio

Algunos dirán que ya es un error haber nacido, o que siempre es demasiado tarde para suicidarse. Otros afirmarán que no hay acto más deleznable que el suicidio y que corresponde a un alma pusilánime y sin fe. Como sea, al hombre que se mata a sí mismo puede recriminársele todo, menos pasividad. Quien se entrega a la muerte por voluntad propia es un ser que cae en el vértigo de la existencia, lo que implica, quiérase o no, una forma de movilidad o desprendimiento.

Si cobarde es quien retrocede, entonces el suicida se sale de tal definición. En su defecto, la cobardía representa más una retro-acción que una acción. Aquel que no se sujeta al vértigo de la vida alcanza un grado mayor en la escala del movimiento, se atreve. El verdugo de sí es una especie de revolucionario, ya que incita la propia existencia y la conciencia de los otros, los aún atrapados en el torbellino del sentido. Para entender esta afirmación, consideremos el problema de la transmigración del alma o la perspectiva escatológica en el cristianismo: para un creyente —pensemos al suicida un cristiano recalcitrante— no debe haber mayor regocijo que la voluntad de acelerar el momento de la redención, dejando al margen todo tipo de imperativos que impiden el camino falso para liberarse de la existencia; nuestro asunto radica en el problema de la salvación a través de la muerte, no más. En tal contexto, es indudable que no hay mayor piedad que la del autoasesino, ya que su desdén por la vida representa, más que un apego a la angustia y desesperación, un acercamiento con el destino.

Por eso, si me preguntan “¿qué es un hombre de acción?”, yo responderé sin duda que quien asume y practica la propia muerte. Me explico: si en asuntos de acción el que se mueve más es el hombre más vivo, en ello no apuesto a la presencia del cobarde sino por el suicida muerto, esa figura oscura que en su rostro ya no dibuja la conformidad de este mundo que ofrece nada; ente que es la representación de la levedad en su estado más latente. En efecto, no hay hombre más patético que quien se deja llevar por la marea del consuelo y el porvenir, híbrido de la aquiescencia, la uniformidad y el miedo a la contravención. En un mundo tan racionalizado como el que vivimos, es una ironía que el hombre caiga en la irreflexión acerca de sí y del mundo, y que ello abone en seguridad, costumbre y desahogo, enfermedades crónico-pasivas que vuelven acrítico un animal que se concibe para el dominio. Atrevámonos, el suicida es hombre de acción porque él mismo apresura lo ineludible y deja atrás el significado y la esperanza en su apuesta por la muerte. Que la pasividad no se traduzca en desencanto ni en desesperación sino en asentimiento –y en ello cabe más la inacción que la dinámica. La estática del hombre moderno, afirmémoslo, representa mayor autoinmolación que la decisión de nuestro suicida.

Colofón

La costumbre por la vida significa mayor desaparición que el acto mismo de muerte, porque se vive en una agonía permanente; si el hombre es un animal resignado a transcurrir cabalmente la vida, entonces se confirma lo que ya dijo Balzac: la resignación es un suicidio cotidiano.

Agustín Castillo Márquez (Miembro del Taller de Ensayo y Critica Literaria del Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde que coordina Sigifredo Esquivel Marín).



ITINERARIO DE UNA DISIDENCIA


Hasta la década de los noventa del siglo pasado, la ciudad de México, la más grande del mundo, era considerada como puerto de abrigo para aquellos que huían de la atmósfera opresiva y asfixiante de una provincia conservadora y castrante en que al disidente de la norma sexual se le castigaba con modos distintos de discriminación, según su origen de clase y posición social.
Fue hasta fines de los años setenta, una década después de la matanza en
la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, luego de asimilado el hecho, cuando grupos de emancipación sexual salieron, organizados, a las calles a exigir un lugar y un respeto al "disidente" de la norma y las pautas de conducta; movimiento que incluía a uno y otro sexo.
Acaso al calor de la experiencia, directa o indirecta, de la derrota del imperio en los campos vietnamitas, quizá al espíritu creado en Woodstock primero y en Avándaro después, a la música de los Rolling Stones, Los Beatles, a las figuras solitarias de Hendrix y Janis Joplin, a su vocación de románticos suicidas, que grupos como el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR), Oikabeth y Lambda, fueron ejemplo que luego seguirían otros en Guadalajara y Puebla.
Seis años después, en 1985, como una actividad paralela a
la Marcha del Orgullo Homosexual, inició la Semana Cultural Lésbica-Gay en un espacio universitario, el Museo del Chopo, en la capital del país, animada y convocada por José María Covarrubias (1947-2002), entre otros, quien convocó a pintores, escritores e intelectuales a reflexionar en torno a un modo distinto de ver y asumir la creación artística.
De ese mismo año data la película, Doña Herlinda y su hijo, de Jaime Humberto Hermosillo; y la obra de Arturo Ramírez Juárez, quien diseñó un cartel con la imagen clásica del San Sebastián martirizado; la obra del pintor Enrique Guzmán con elementos del kitch y de un aliento surrealista; la de Paul Antragne con la recreación de la figura milenaria de Heliogábalo; la de Fernando Andrade Cancino con elementos del pop art y la mercadotecnia; de esa década se desprende la novela Donde deben estar las catedrales (1984), de Severino Salazar, con un alto aliento poético.
Pero nada se da por generación espontánea pues detrás de la cinta de Hermosillo está el relato de Jorge López Páez en que se basó la cinta, como anteriormente se conocían las películas "La piel del zorro", "El asesinato de la hermana George", "El hombre del clavel verde" y en teatro "Los chicos de la banda" y otras cintas del propio Jaime Humberto, "El cumpleaños del perro" y otras de Francisco del Villar con libreto de Hugo Argüelles.
Que este preámbulo funcione como introducción al libro de Antonio Marquet, El crepúsculo de heterolandia (o Mester de jotería), en donde se reúnen ensayos, crónicas y notas informativas, amén de un mazo de fotografías, que dan cuenta de los avatares de la cultura Queer en artes pásticas con los pinceles de Daniel Lezama, Fernando Guevara y Nahum B. Zenil, entre otros; en el cine de Ang Lee y el teatro de Sabina Berman (esta vez vapuleada), Bouchard, Gustavo Vasconcelos, Jesusa Rodríguez y un etcétera interminable.
Volumen publicado por
la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), unidad Azcapotzalco, a disposición del interesado en hacer un seguimiento de la cultura cosmopolita del siglo 21 no sólo en el país sino en Europa y los vecinos del norte, que a estas alturas siguen hechizados con la obra de Frida Kalho y sus alrededores. El posible interesado, decíamos, puede acudir a la Librería La Azotea de esta ciudad de mezcal y plata. Salud.

Uriel Martínez

Escaparate Gráfico 119

Portada 118



La danza que nunca sería inmortalizada

Por: Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza

A Falina, una gran amiga

Romina jaló el gatillo del revólver. La bala, tras romper el viento con su velocidad, perforó la cabeza. Algunas gotas de sangre cayeron sobre el muro de atrás. El impacto empujó la cabeza y el cuerpo al suelo. Ella naufragó en un Nilo rojo y pegajoso cuyo cauce aumentaba velozmente.

Un dedo índice tembló y después fue imitado por los demás. Las manos cogieron los senos mientras que el cuerpo realizaba movimientos bruscos. El rostro se tornó morado y unos sonidos guturales eran expulsados. Hermoso Nilo rojo, como en tiempos de sequía, iba reduciéndose hasta quedar en un arroyo.

Romina se levantó, miró alrededor y vio que su danza de la caída jamás sería inmortalizada.

Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza, Zacatecas, 1988 Actualmente estudia en la Facultad de letras de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Participa en el taller literario coordinado por Alejandro García.



Las ciudad y el misterio. Sal, si puedes, de Salsipuedes

La ciudad como misterio, como anclaje, como esa suerte de paisaje que siempre viene a la memoria, aun cuando se está lejos de ella. Borges hizo lo propio con Buenos Aires, Baudelaire con París. Ambos le imprimieron a su urbe un cariz de inmortalidad. Alrededor de las ciudades se tejen historias, cobran vida los poemas, se trazan nuevas cartas de navegación, acaso para aquellos que desean huir, hartos del marasmo que sobreviene al anclaje. Lo que quieren es salir de ahí y perderse en el olvido.

Todos somos tránsfugas, viajeros de paso que encuentran no sitios para vivir sino lugares para aprender a sobrevivir. Sal, si puedes; olvida, si es que alguna vez tuviste memoria. Así son la urbes, es parte del encanto que guardan con todo y los personajes que alojan.

Granja de hormigas, caldo de cultivo para sentimientos y, sin embargo, el devenir de los años no hace otra cosa que arrojarnos en la cara la certeza de que hemos sido nosotros mismos desde el principio.

De eso está conciente Alejandro García, también tránsfuga, también viajero incansable y empedernido bibliófilo, que teje alrededor de una ciudad, no inventada sino intuida, un puñado de historias que por momentos parecen devorarse entre sí.

Salsispuedes: el sitio. Salsipuedes: el personaje. Salsipuedes: la recomendación y, al mismo tiempo, la advertencia. Alejandro García nos dice que las cosas pueden verse desde una perspectiva un tanto oblicua. Incluso hace dicho planteamiento en varios de los relatos que integran su libro de cuentos llamado Salsipuedes.

Nos ofrece no una, sino diversas posibilidades de lectura y no menos niveles del discurso. Hay en Salsipuedes un abierto desafío a la estructura tradicional del relato. Todos los caminos llevan a Salsipuedes, parece advertirnos y, a la vez, invita a mirar hacia el interior, a lo más profundo de la condición humana, donde conviven el placer, la tristeza, el dolor, la alegría

Alejandro se vale de un tono que alcanza su máxima algidez cuando parece resignarse a aceptar la nula existencia de una salida de emergencia. Como decía el Rey Lagarto: nadie sale vivo de aquí. Salsipuedes también es un paseo inmoral por una ciudad que no existe y en la que, sin embargo, conviven personajes que por momentos parecen no entes sino voces, susurros en ocasiones, o una entramado de alegatos que emulan el barullo de una urbe, que bien podría servir de fondo para que se desarrolle ahí cualquier fantasía pop.

Abróchese o desabróchese el cinturón. Está usted a punto de entrar o de salir, si lo prefiere. Salsipuedes será su guía, la voz, voces, personajes a quienes parece pesarles la idea de estar en ningunaparte e ir a ningúnlado, con la terrible certeza de que ellos mismos se ha convertido en apenas una sombra de lo que pudieron haber sido alguna vez.

Hace tiempo, cuando tuve la fortuna de realizar una primera lectura de esta colección de cuentas, recuerdo que llamó poderosamente mi atención la capacidad de Alejandro para llevar el discurso al máximo.

Reconozco en él a un escritor no sólo preocupado por la forma, sino también interesado en explotar nuevas vías para abordar la narrativa, de tal manera que permita la menos concesiones al lector. En ese sentido, me atrevo a decir que Salsipuedes es un una de sus obras (llamémosle así) más experimentales. Con una destreza inquietante revela en la lectura varias posibilidades de abordar la historia, pero también abre otras nuevas que rebasan el concepto más conocido de la anécdota.

Los temas (vicisitudes humanas, en su gran mayoría) son de la más variada naturaleza. Hay cuentos como «Placer», donde asistimos, por ejemplo, a una sesión sinestésica de la mano de nuestras fantasías más cachondas. Y otros donde la crueldad del hombre también queda al descubierto hasta que, poco a poco, sucede lo mismo con los demás tópicos sin que parezca haber un atisbo de salida.

Se trata del juego eterno de tratar de salir de Salsipuedes, porque eso ocurre sólo en esta ciudad sin principio ni final visibles, en la que el horizonte termina justo donde comienzan a ver nuestros ojos: «Hoy vuelvo a constatar que morir es involuntariamente fácil, casi proporcional a la dificultad de vivir. También, confieso, eso duele, matarte es tan duro como el vivirnos».

Otro rasgo distintivo de esta obra es su mapa aleatorio de voces. Una imagen sugerente sería pensar en la Hydra relatando el mismo suceso pero pensando con todas sus cabezas individualmente, hasta que las bocas comenzaran a narrar en una especie de lógica del non sense, que nos lleva por una amplia variedad de registros.

No obstante, el orden y la disposición de los relatos obligan a hacer una relectura, a través de la cual se logra vislumbrar el panorama de una ciudad inexistente con problemas que sólo existen en el imaginario colectivo pero que suenan abrumadoramente reales. La metáfora de los tiempos modernos y la necesidad del hombre de convencerse de su naturaleza efímera.

Ah, si tan sólo dejáramos de ser hombres. Si sólo pudiéramos salir de Salsipuedes. Si Salsipuedes pudiera salir de sí mismo y develarnos el misterio que oculta en su estructura laberíntica, tan parecido al trazo caprichoso de esta callejuelas.

Me viene a la mente una minificción de Luis Felipe Lomelí, El emigrante, que queda a la perfección:

«—¿Olvida usted algo?

—Ojalá».

Juan Gerardo Aguilar

zacatecas, zac: octubre de 2007