Jasper Johns: Decir o Mostrar

Estamos lejos de la apariencia engañosa, del efecto. El pintor moderno hace tiempo que dejó de imitar la naturaleza, como lo señalaba el canon clásico, pero, lo que es peor, ya no produce “como si” lo que hiciera fuera una representación de lo real. El pintor no dice: “lo que usted ve es una bandera de los Estados Unidos de Norteamérica, es el símbolo de la nación más poderosa de la modernidad, del sistema que sus fundadores concibieron bajo los ideales de la democracia, la libertad de actuar, pensar y competir, en la búsqueda de la felicidad, pero también es el símbolo para muchos de los habitantes del planeta, del poder político y económico más omnímodo y destructivo de nuestro tiempo”. Eso no lo dice el pintor.

Jasper Johns no se propone decirnos nada con sus banderas estadounidenses. Ni siquiera podría decirse que son banderas de una nación cualquiera. Simplemente su Bandera (1954) es una bandera, un cuadro en el que se superponen estrellas plateadas y barras rojas, un objeto que no es ni siquiera semejante a una bandera de Estados Unidos, sino a lo sumo, similar.

En efecto, hay una gran diferencia entre lo similar y lo semejante en la concepción artística de este pintor contemporáneo – nacido en 1930 en Georgia (Estados Unidos) - , pues la semejanza representa, señala esto es esto, aquello o lo otro; la similitud, si se quiere, falsifica, diferencia – como lo dice la raíz de la palabra – simula, aparenta ser lo que no es. Las banderas de Jasper Johns, y ésta en particular, no pueden decir que son semejantes a las del Imperio americano o representaciones de la democracia occidental, sólo hace manifiesta, muestra, la simulación.

El cuadro es una pintura sobre una bandera, pero no designa la verdad de la bandera, su función icónica. Por el contrario, los materiales, el óleo, el color, el relieve que marca el paso de la espátula, la imperfección de las líneas hechas adrede imponen la presencia del cuadro. Sin embargo, no es una bandera, es un cuadro sobre una bandera, pero tampoco, pues aunque la pintura evoca una bandera, a pesar de ello niega que sea una bandera. El cuadro muestra que no es una bandera, sino una pintura sobre una bandera que simula ser una bandera.

La obra de Johns, admirador del surrealista Magritte, pero aún más de la ruta inaugurada por Ducham, la cual descubre en compañía de sus amigos, el también pintor Robert Rauschenberg y el músico John Cage, con quienes incursiona en los “readymades”, perciben que la esencia del arte contemporáneo no es la creación, sino el encuentro. Los objetos se encuentran, se yuxtaponen y se muestran como obras acabadas. El artista sólo es un hombre afortunado, sus preconcepciones casi siempre fallan, la obra tiene que surgir por sí misma de la cotidianidad, de los objetos que nos rodean, de lo inmediato. El objeto debe imponerse sobre las sugestiones iniciales del hacedor, quien al final se reduce a comprender, a resaltar la singularidad de ese objeto dentro de una multiplicidad de cosas que invaden nuestro ambiente y han terminado por hacérsenos indiferentes. El artista debe así dotar y destacar con un sentido de vida lo ordinario.

Bandera (1954) es la primera de una larga serie que dominará la primera época de Jasper Johns. Cumple con esta condición: la de presentarse como un epigrama, y como tal es sorprendente, provocador, gracioso, subversivo, elegante y al mismo tiempo profundamente serio. En ese sentido, el concepto de este cuadro consiste en recrear un objeto, para el caso una bandera, cuyos bordes coinciden con los del lienzo. Se rompe el espacio entre el objeto y el espectador. La similitud entre el cuadro y la bandera se repliega en el propio cuadro, ya no remite a otra cosa. El cuadro no interpela al espectador, diciéndole: “ésta es una bandera”, por el contrario, inaugura un juego de transferencias que corren, proliferan, se propagan, sin afirmar o representar nada.

Pérdida grande para la propaganda política, si pensaba aprovecharse de la serie de banderas de Johns, mucha mayor pérdida para los valores estéticos tradicionales y convencionales que ven como se anuncia la crisis de la representación. Lo que en Duchamp era la declaración de un anti-arte, el estadounidense lo ha retomado positivamente, un arte sin pretensiones, sin referencias, sin ideología, sin soportes, expresivo, poético, agudo, epigramático.

Así, pues, Johns extrema lo que se va a convertir en una costumbre de los tiempos que corren: aprovechar lo que se tiene a la mano. En un medio sin tradición artística como era el norteamericano de mediados del siglo XX, un individuo no tiene más remedio que acudir a aquello que le rodea: tarjetas (figura 5, 1957), alfabetos (1956), números (0 a través de 9,1959), mapas de Estados Unidos (1961), dianas (1955-1974) o tarros de cerveza (Bronce pintado, 1960). La pobreza cultural se compensa con pragmatismo e ingenio: lo importante no es pensar, sino saber mirar alrededor.

Germán Arce-Ceballos

Zacatecas, Octubre 2007

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