Soldadera 138

¡Cuidado Santo, esto puede ser una trampa!


¡Cuidado Santo, esto puede ser una trampa!... y de repente el golpe fue seco, certero, fulminante. La audiencia se vio inundada en un silencio absoluto. Eustaquio se paralizó de pronto, las palomitas se le cayeron al suelo rompiendo con su sonido el silencio espectral que reinaba en la sala.

Eustaquio nunca creyó que algún día llegaría a ver al Santo derrotado. Pero ahí estaba tirado en el suelo mientras por encima de su cuerpo comenzaban a aparecer las letras con los créditos de la película. Fue el último en salir de la sala. Con la esperanza todavía de que se volvieran a apagar las luces y en la pantalla una vez más el Santo se levantara para acabar con los vampiros. Pero los minutos pasaban y todo seguía igual. Pensó también que tal vez aquello habría sido un sueño, que digo un sueño, una pesadilla y de las peores.

Como aquella que recurrentemente tenía, en la que se veía a sí mismo corriendo por un pasillo interminable que de repente se abría y lo hacía caer en el vacío. Pero no, no estaba soñando, se lo hizo saber el velador quien le pidió de favor que desalojara la sala porque ya iban a cerrar.

Eustaquio caminó lento y pensativo a su casa. Tal vez si mañana regresó otra vez al cine el final será diferente. Se quedó sobre su cama pensando. Cuando no soñaba que corría sufría de insomnio.

El día siguiente lo pasó con sólo una idea en la mente: ir al cine y comprobar si aquello que había visto era totalmente cierto…

¡Cuidado Santo, esto puede ser una trampa!... y otra vez el golpe certero, seco, contundente.

De los ojos de Eustaquio brotaban sendas y tupidas lágrimas. No era posible, ahora sí lo había confirmado. Ya no esperó a que se prendieran las luces de la sala, salió con una tristeza terrible, con una soledad más grande que la que sentía los domingos encerrado en su cuarto esperando que dieran las siete para poder ir al cine.

Llegó a su casa desconsolado, arrancó de las paredes todas las imágenes del Santo, apagó para siempre la veladora que tenía encendida bajo la foto que algún día le autografiara el Enmascarado de Plata.

Se fue al baño y subido en un banco se quitó el cinturón y lo colgó en la regadera, con lentitud y precisión se ató la otra parte en el cuello. Estaba a punto de tirar el banco, cuando de pronto escuchó el grito de advertencia: ¡Cuidado Santo, esto puede ser una trampa!... Y el golpe certero, fulminante y secó de Eustaquio que cayó al suelo, retumbó en todas las paredes del cuarto.

Eustaquio se levantó adolorido, recogió los pedazos de cemento y tubería tirados en el suelo. Sacudiéndose la ropa se fue a acostar a la cama. Ya ahí, se quedó dormido pensando que es una ley que los héroes nunca mueren y que quizá el próximo mes se estrenaría: “El regreso del Santo”.
Pilar Alba











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