Es de humanos ensayar

CÓMO LUCIRLO MEJOR


El sostén existe desde siempre. Su evolución va de la mano con la evolución histórica de la humanidad. Su uso varía según las exigencias estéticas de la época. Mientras las mujeres de Creta usaban una prenda para levantar sus senos, las mujeres griegas y romanas usaban bandas pectorales para reducir su tamaño. Se adecua a las distintas exigencias del cuerpo. En ocasiones “minimiza” hasta la exageración, otras veces “destaca” también hasta la exageración.

Moldea el cuerpo femenino de muy distintas formas. Desde la antigüedad usarlo es el tributo, precio y contrato social del único significado de ser mujer: tener senos. Los tamaños no importan, las pieles no importan, los colores no importan, las anatomías tampoco, menos las marcas. No es una prenda barata, tampoco es una prenda tan interior que digamos y ni siquiera contiene instructivo de uso. Para los hombres es el artefacto más sensual y para las mujeres lo que se tiene que aprender para llegar a ser mujer. Arma de seducción y símbolo de liberación. Es una prenda ha nadie le resulta indiferente: hay mujeres que no usan, otras que lo ocultan, sin dejar de haber quienes lo enseñan, pero todas vivimos con un sostén social de limitaciones para el desarrollo y reconocimiento del trabajo productivo y reproductivo de la mujer. Usarlo es igual a tener rellenos, varillas, broches; invisibilidades que alejan la real problemática de la mujer actual. Deja de ser prenda para ser asignación social, evoluciona de universal a ser socialmente adquirible. Quien es mujer sabe lo que significa su uso. Ahora es simplemente un sujetador de ideas, es el encargado de la construcción de género en los seres humanos; representado por la construcción socialmente visible que se basa en el cuerpo, cuya dificultad radica en la identidad, la sexualidad, la función y la cultura; por muy descabellado que parezca él nos advierte las diferencias biológicas y físicas entre hombres y mujeres; en él se asume al cuerpo como un controlador que articula lo social y lo individual. Desde que nacemos ingresamos a su arden simbólico.

Ahora solo se requieren “verdades” de silicón, el lucirlo es seguir representando el yugo masculino, sigue significando cumplir con exigencias de la moda, del perfeccionismo fatal y la desvaloración de la mujer, ese “soporte” que nos mantiene al margen de la evolución de nosotras mismas y de cómo realmente ahora lucirlo.

Hablar de sus prodigios es hablar también de los prodigios de la mujer y los beneficios que brinda a ella y no al hombre. Desde antaño necesidades femeninas quedaron opacadas por necesidades masculinas. El sostén logra ser el símbolo utópico para lograr una excelencia hollywoodense, que va de lo estético imposible a lo insanamente social. Las transformaciones tecnológicas no van de la mano con la transformación de ideas. Hay que dejar de representar desigualdades entre mujeres y hombres, es justo que luzcamos mejor nuestro sostén imaginario con posibles formas de reconocimiento femenino en todas sus caras, es tiempo de olvidar el pensamiento mítico y colectivo de nuestra aun latente cultura falocéntrica. Simplemente hay que lucirlo.

Arely Regalado Flores (Psicologa Social y miembro del Taller de Ensayo y Crítica Literaria del IZC que coordina Sigifredo Esquivel Marín)

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