Papelera de reciclaje

El capitán Charles Johnson

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad,

mi ley la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.

José de Espronceda / Canción del pirata

Tengo 15 años y una flacura de rocinante anoréxico, agravada por el perfil de mi nariz infinitamente larga que se asoma entre el desparpajo de mis cabellos largos. Tras de mis pasos han quedado por siempre en el pasado una expulsión tardía de la secundaria por un pacto de caballeros, y una nefasta graduación en el auditorio de la Presidencia Municipal de Guadalupe, sin carta de buena conducta y con un calor de 35º que hacía todavía más odiosas las reglamentarias playeras amarillas. Sin embargo, en ese instante la memoria reciente es un mero susurro lejano ante la premura del presente.

El corazón se bambolea en mi pecho al compás en el que mi cuerpo hace lo propio dentro de la pequeña barcaza mecánica. A nuestro alrededor –no estoy solo- el macabro canto de los piratas aumenta de intensidad conforme nos internamos en el canal. El choque alternado entre botellas de ron y espadas oxidadas se escucha por todos los rincones de la gruta. Conforme la corriente nos jala más y más adentro, el oro comienza a abundar a mares, al tiempo que las sombras se multiplican tras de los cofres vacíos; el reflejo del metálico en nuestras miradas nos mantiene boquiabiertos y demasiado concentrados en la tentación de tomar alguna moneda como para darles importancia. En eso un chasquido y después uno, dos, tres cañonazos poco certeros pero que nos hacen hundir la cabeza entre las temblorosas rodillas. Cuando logro levantar la vista la oscuridad es demasiado densa, aún así, por una milésima de segundo mi estructura ósea en pleno toma conciencia de la inmediatez irremediable del abismo. Sin saber cómo estamos precipitándonos vertiginosamente hacia al vacío mientras una luz bestial nos ciega por completo. Aferradas a las mías están las mismas manos que se soldaron a mí regazo en el avión mientras su bella dueña buscaba con una mirada desesperada la bolsita para el vómito. Finalmente la caída termina y empapados somos obligados a abandonar la pequeña barcaza mientras a lo lejos cientos de luces de bengala iluminan el castillo y Mickey Mouse saluda como idiota desde un balcón.

Esa fue mi primera experiencia con la saga de Piratas del Caribe, mucho antes que Johny Deep filmará la primera de las tres películas inspiradas precisamente en ese laberinto fantástico, una de las atracciones principales de Disneylandia. Del episodio me quedó una foto que aunque pagué nunca conocí y el agradecimiento eterno con el programa de intercambio juvenil entre Azuza, California y la ciudad de Zacatecas, pero particularmente con los Ortega, la simpática familia que me recibió como uno más de la tribu durante las dos semanas y media que duró la aventura. La travesía en el mundo de los filibusteros avivó en mí, también, un gusto por los temas de la piratería, afición que había iniciado varios años antes con las ya míticas novelas de Emilio Salgari.

El gusto, sin embargo, se ha colectivizado de manera impresionante en los últimos años a consecuencia del éxito de la serie de largometrajes de Piratas del Caribe. Un buen reparto, una magnifica dirección y una excelente historia sumados a Johny Deep han dado como resultado el abarrotamiento de las salas de cine. Un fenómeno de alcance mundial que ha superado el ámbito cinematográfico. No me atrevería a decir que estamos ante la mejor película de piratas de todos los tiempos, pues El cisne negro de Henry King, protagonizada en 1942 por Tyrone Power, sigue siendo un hueso duro de roer; sin embargo, y pese al ineludible obstáculo, creo que Piratas del Caribe al menos puede ser considerada, y no conozco a quién se atreva a dudarlo, como la cinta sobre filibusteros de mayor impacto. Aún así el éxito no es tan espontáneo como muchos quisieran, sino que tiene un antecedente demasiado importante, precisamente en una de las artes hermanas de la cinematografía: la literatura.

El primer boom de los piratas se vivió a principios del siglo XIX de la mano del Romanticismo. La animadversión del movimiento hacia los sofocantes postulados racionalistas encontró una bandera digna en la piratería histórica. Yendo más allá: creó una idea de la piratería. Libertad, pasión y aventura son los tres ejes fundamentales que sirvieron de inspiración y de bandera a los románticos para plagar sus creaciones con historias de filibusteros. Más allá del cotejo con los piratas históricos la virtud de los piratas románticos no es otra que la de su propia trascendencia. Antes del Romanticismo algunos autores, entre ellos Miguel de Cervantes y Lope de Vega, dedicaron alguna fracción de su obra a temas de filibustería, sin embargo fue a raíz de las creaciones de autores románticos como José de Espronceda y Lord Byron que obras tan fundamentales para la literatura mundial, como las de Salgari, Stevenson, Verne, Sabatini y Barrie fueron posibles, esto sin medir sus consecuencias indirectas, pues escritores de la talla de García Márquez y Borges se han declarado fanáticos de los libros de Stevenson y compañía.

Sea como sea, y después de ponderar con justicia el papel del Romanticismo en la literatura de piratas, es muy importante destacar una obra anterior a los románticos, muy citada y poco conocida: Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas, escrita por el misterioso Capitán Charles Johnson en 1724, siete años después del famoso edicto del rey Jorge I de Inglaterra que amnistiaba a los filibusteros que así lo pidieran, y declaraba la guerra hasta el exterminio a quienes no. Junto a las memorias de Alexandre Olivier Exquemelin, escritas en flamenco en 1678, la obra de Johnson es fundamental en cualquier buena bibliografía o biblioteca sobre piratas.

La Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas, divida en dos volúmenes, contiene las vivencias de 24 capitanes filibusteros y sus tripulaciones, entre ellas la del capitán John Rackam en la que destacan dos mujeres que por centurias han seducido a literatos, cineastas e historiadores: Mary Read y Anne Bonny. Historia General tiene la premisa de ser la primera obra que aborda a los bucaneros justo después de los bucaneros. Es decir, con la obra de Johnson concluye la historia de los piratas y comienza en todo su esplendor las historias sobre los piratas. Y consciente de tal vicisitud, Johnson contribuyó a la supervivencia del filibustero al engendrar un héroe con tintes mitológicos a partir de la increíble vida del propio pirata de carne y hueso.

Durante siglos los historiadores, tan obsesionados con la ruina de mitos, han intentado desbaratar la obra de Johnson topándose con una fría realidad en la que, en palabras de J. y F. Gall, “lo ilógico se mezcla con lo imposible”. De los 24 capitanes reseñados por Johnson sólo de un trío no se han encontrado datos que corroboren lo expuesto por el autor. La precisión de Johnson ha sido tal que obras fundamentales para la historiografía sobre el filibusterismo como Historia de la piratería de Philip Gosse acuden a él. Incluso libros recientes, con un rigor académico asfixiante, siguen recurriendo en sus notas de pies de página al Capitán Charles Johnson. Lo anterior no parecía tener una importancia significativa de no ser por un hallazgo reciente: Charles Johnson es el pseudónimo de Daniel Defoe, el autor de obras angulares de la literatura moderna, como Robinson Crusoe y Moll Flanders.

¿Hasta que punto la vida real logra burlar a la ficción, y hasta que punto una con otra se confunden? García Márquez ha señalado reiteradamente la imposibilidad congénita de crear ficción si recurrir a la realidad, mientras que Elizondo ha advertido hasta el cansancio la posibilidad abierta de que la ficción se entremezcle con la realidad, creándose y recreándose sucesivamente, hasta que se vuelva imposible distinguir la una de la otra. Me pregunto: ¿no será acaso que en realidad Daniel Defoe es el seudónimo perdido de Charles Johnson? Quizás nunca está por demás decir que al menos en el mundo de los piratas la frontera entre lo posible y lo imposible es en realidad simple ficción.

Veremundo Carrillo- Reveles. Ya no estudia historia. De los cinco años que pasó en la universidad dos los recorrió de la mano de la Soldadera, por lo que agradece a su coordinadora, al consejo editorial, a los colaboradores, pero sobre todo a los posibles e imposibles lectores la oportunidad de crecer junto con ellos.

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