Sonido y Visión

LOS PIRATAS DEL CARIBE 3: EL FIN DEL MUNDO ¿Y DE LA SAGA?

En las infancias de antes, los piratas ocupaban un lugar privilegiado: en los juegos de rol (aunque no se llamaban así), en las películas, en los cuadernos para iluminar (aún conservo el mío) y en los libros, particularmente los de Emilio Salgari: de pronto nos convertíamos en Sandokan, Yañez o el mítico Corsario Negro, dejando el papel de Yolanda, la hija de aquél, a la hermana o prima que le entrara a las escaramuzas, siempre contra el maloso de Van Guld. Así, nuestro imaginario infantil recorría los mares del patio de la casa entre los Piratas de la Malasia, los últimos filibusteros o el Pirata Morgan.

El término ahora se ha usado para definir a quienes se dedican a la copia y venta de artículos originales y a quienes, en el mar cibernético, hacen de las suyas con datos, chips e información. El cine de aventuras, ése de matiné dominical, se olvidó del asunto y empezó a buscar otras temáticas, acaso de mayor actualidad, tampoco con demasiado éxito.

Si atendemos a la idea de Johnny Deep en cuanto a que los piratas de hoy son los roqueros, cuestión confirmada al ver a Keith Richards en su cameo, podremos explicarnos la devoción que pueden llegar a causar éstos, similar a la que provocaban aquéllos, los reales y los generados por famosas novelas como El capitán Singleton (Daniel Defoe, 1720), La isla del tesoro (Robert Louis Stevenson, 1882), la nutrida saga cortesía del ya mencionado Emilio Salgari, escrita entre finales del XIX y principios del XX, Garfio (J.M.Barrie, 1911) y El capitán Blood (Rafael Sabatini, 1936), por mencionar algunos clásicos.

Hacía tiempo que los piratas habían desaparecido de la faz del cine: además de Errol Flyn dirigido por Michael Curtiz, de manera reciente recordamos el intento de Polanski a mediados de los ochenta y La pirata (Harlin, 95), interpretada por Geena Davis. Pero llegaría, cortesía de una atracción de parque de diversión, la revitalización del tema gracias a una apuesta calculadamente arriesgada con Los piratas del caribe (03) que generaría una eficaz secuela tres años más tarde y, faltaba más, una tercera para continuar con este rito de las trilogías.

Dirigida nuevamente por Gore Verbinski (El aro, El sol de cada mañana), Los piratas del Caribe: En el fin del mundo (EU, 07) parece un cierre un cuanto tanto extraviado y derivativo de la serie, acaso perdiendo ese tono desfachatado y olvidándose tanto del humor como de su propia esencia: el entretenimiento sin mayor rebuscamiento. En efecto, estamos frente a una cinta que se extiende más allá de lo que podría soportar su propia estructura argumental y ni así consigue cerrar todos los hilos innecesariamente abiertos.

Por momentos la historia se torna incomprensible y tanto las acciones como las motivaciones quedan por momentos a oscuras. Se empleó demasiado tiempo en plantear situaciones y es hacia la tercera parte cuando se empiezan a intentar resolver, acaso demasiado tarde. No funciona del todo el tránsito entre la acción pura y los episodios de drama, sobre todo románticos, y se dificulta la fluidez del argumento, particularmente por las excesivas subtramas que terminan por devorarse, cual Kraken moribundo, a la columna vertebral del film.

No obstante, hay momentos bien logrados, como el arranque de la historia, toda la parte del desenlace con las batallas múltiples y la secuencia en donde Jack Sparrow habita en la tierra de los muertos con todo y sus alucinaciones de dobles, barcos encallados en la arena y cangrejos-roca. Funciona también el eje transversal de la relación paterna de los tres personajes principales, así como las intervenciones de Geoffrey Rush, Bill Nighy y Chow Yun Fat. Orlando Bloom y Keira Knightley siguen cumpliendo con sus respectivos papeles y Deep continúa cargando toda la película sobre sus riesgosos amaneramientos, contrastantes para lo que se supone debe ser un fiero pirata: justo ahí radica su acierto.

Un poco forzada es la presencia de la bruja vuelta diosa atrapada, la convención de piratas en donde todos están confundidos –hasta los espectadores- y la presencia de las autoridades siempre buscando sacar tajada de la situación, acordando con unos, engañando a otros y manipulando a todos, o al menos eso creen. La clave del éxito del guión de las anteriores versiones, radicaba en la sencilla premisa de que todos buscaban algo por diferentes motivos y se necesitaban para tal efecto o, en su caso, requerían eliminarse: acá la búsqueda no es nítida y los vínculos que se establecen no terminan por cerrarse.

Impecable y espectacular resulta el aspecto formal: del cúmulo de efectos digitales a las sutilezas de la puesta en escena, pasando por el juego de la cámara, la cinta mantiene un sello inconfundible de parque de diversiones elevado a las exigencias del siglo XXI, incluyendo un cuidadoso diseño de arte y un juego diverso de atmósferas marítimas que se combinan con sobreiluminadas secuencias en tierra firme, soportadas por la blanquísima arena como reflejo.

Así termina el segundo gran blockbuster del verano, con un dejo de decepción aunque con la confirmación de que habrá ciertas temáticas y ciertos géneros que, sabiéndolos trabajar, siempre podrán ser fuente inagotable de entretenimiento en estado puro.

José Fernando Cuevas

Nos leemos después.

Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx

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