Sonido y visión

ENTRE HOLLYWOOD Y LA REALEZA

Llegan a cartelera un par de cintas que rondan los mitos generados a partir de dos instituciones siempre en el ojo de los medios: Hollywood, “el simulacro del simulacro… o la invención de los eruditos” (Carlos Losilla, 2003) y la realeza británica. Veamos.

LA REINA: LA SOBREVIVENCIA POLÍTICA DE ISABEL II

Figuras entre decorativas y de real influencia, aunque también representaciones del poder femenino en sociedades masculinas, las reinas han sobrevivido al paso del tiempo tanto en las sociedades de avanzada, como… en las colonias de insectos. Es curioso, por decirlo de alguna manera, que los pueblos nórdicos, algunos sajones y el español, acepten cargar con el gasto que implica la realeza en pleno siglo XXI: entre la tradición que busca preservar la identidad cultural y el atavismo oneroso, las reinas parecen tener larga vida.

Dirigida por el experimentado realizador Stephen Frears (Mrs. Henderson presenta, 05), La reina (The Queen, Reino Unido, 06) sigue las posturas, reacciones y acciones de Isabel II frente a dos hechos clave de la reciente historia de Inglaterra: el ascenso como primer ministro de Tony Blair, miembro del partido laborista, y la muerte de Lady Di, la llamada princesa del pueblo, quien despertó una inusitada devoción entre la gente dado su carisma y sencillez.

De elegante factura, como cabía esperar por la temática tratada, la decimoséptima entrega de Frears consigue atraparnos incluso más allá de nuestros intereses sobre el tema de la realeza, recientemente salpicada de chismes, rencillas y Relaciones peligrosas (Frears, 88), dignas de la farándula subhollywoodense. Tanto la recreación de la época reciente como el astuto manejo de la cámara y la fluida edición que combina con acierto secuencias reales (de realidad, no de realeza), permiten que ingresemos a la intimidad de las habitaciones donde se toman decisiones, en contraste con el campo abierto cual refugio para los nietos que intentan extraviarse de la tragedia.

El guión de de Peter Morgan profundiza con tino en la situación que rodeó a la muerte de la Princesa, brindando el suficiente peso a las perspectivas de los involucrados y construyendo elocuentes diálogos que muestran conocimiento de los manejos del poder entre la Corona y el Gobierno civil, así como los protocolos y el choque entre el conservadurismo (encarnado sobre todo por la Reina Madre) y la supuesta mirada hacia la modernización: de pronto estamos frente a un manual de cómo hacer política en tiempos de crisis.

En buena medida, la cinta se sostiene en la impecable actuación de Hellen Mirren, quien con un solo fruncimiento de labios o una simple mirada, lo expresa todo. El estoicismo a toda prueba se planta frente a la cámara mientras que los momentos de debilidad se sugieren, dejando al personaje de espaldas: ahí está la secuencia con el simbólico venado, acaso con el único con quien la Reina se expresa, quizá aludiendo a su no muy querida nuera o a la revelación de que las cosas ya no pueden funcionar de la misma manera.

Alrededor del vínculo que establecen, con elocuentes llamadas telefónicas, Blair (Michael Sheen, con sonrisa de Chester Gato) e Isabel II, están sus respectivos cónyuges: la esposa hígado siempre crítica de la realeza (Helen McCrory) y el refunfuñón príncipe Felipe al fin sumiso (James Cromwell), además del obediente Carlos (Alex Jennings) y el protector secretario real (Roger Allam), pieza fundamental para restaurar cierto prestigio de la alicaída imagen de la Reina tras su negativa a aparecer en público tras la muerte de Diana (“Fui educada para no mostrar mis sentimientos, es un asunto privado”).

Entre todas las apariencias y falsedades propias de la política real, está una mujer que asumió el trono siendo casi una niña (Churchill fue el primero al que recibió), hace sesenta años aproximadamente, y que se debate entre la necedad del mantenimiento de las formas (que bien lo sabemos, son el fondo) y la necesidad del cambio, sobre todo ante sucesos inéditos como éste, que provocan la inundación de flores y la presión de la prensa, más allá de lo que ella pudiera pensar como correcto.

“A usted le va a suceder” le espeta Isabel II en tono premonitorio a Blair. No se equivocó: Irak y la complicidad con Bush se convertirían en una mancha difícil de borrar, más allá de los logros económicos, sociales y educativos. ¿Dónde quedaron los sagaces asesores que vemos en pantalla?

HOLLYWOODLAND: SUPERMAN ERA MORTAL

Dirigida por el debutante realizador televisivo Allen Couter (Los Sopranos, Sexo en la ciudad) y con cuidado y combinatorio guión de Paul Bernbaum, Hollywoodland: Misterio y muerte detrás de cámaras (EU, 06) sigue a dos personajes en apariencia antagónicos cuya vida parece entrelazarse irreductiblemente. Con limpia recreación de época que logra capturar la frivolidad reinante en el Hollywood ya dominante y una fotografía siempre con puntual sentido narrativo, vamos siendo testigos de la caída sin fin de este par de criaturas, uno real y el otro ficticio, rebasados por sus propios personajes.

Por una parte, el abusivo investigador privado (Adrien Brody) con amante, clientes a la deriva y esposa a distancia apenas visitando al hijo fan del falso hombre de acero y, por la otra, el decadente intérprete del Superman televisivo (Ben Affleck), vuelto amante de la madura esposa (Diane Lane) de un jefazo de la MGM (Bob Hoskins) y enredado con una codiciosa mujer (Robin Tunney), mientras intenta infructuosamente trascender su empiyamado personaje.

Frente al supuesto suicidio de George Reeves, el detective olerá el dinero y tratará de convencer a la madre, convencida de que se trató de un asesinato, de que vuelva a poner en la opinión pública el caso, con el fin de reabrirlo. Mientras se desarrolla la historia de esta manipuladora investigación, nos vamos episódicamente a revisar la deprimente existencia del actor, borrado de la versión final de De aquí a la eternidad y devorado por el alcohol y la perpetua frustración profesional.

En una red donde todos buscan mentir y sacar el máximo provecho sólo para sí mismos, se va develando la fragilidad humana, entre la ambición por la fama y el dinero, y la búsqueda infructuosa de una felicidad que cada ve parece más efímera. Con una notable edición que no sólo entrevera la vida de los dos hombres, sino las posibilidades de lo que realmente ocurrió, la cinta recupera un contexto ya retratado por James Elroy en el que igual cabe el glamour que el asesinato traicionero, pero donde lo que siempre cuenta es la capacidad por aparentar y los intereses en juego, sobre todo los de la industria cinematográfica.

Fernando Cuevas

Nos leemos después.

Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx

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