La menos popular de la escuela.

I.

Basta preguntarle a cualquier estudiante acerca de sus materias escolares para que sin gran esfuerzo exprese sus impresiones sobre la clase de historia. Se cuentan con los dedos de una sola mano aquellos que la consideran interesante. La mayoría coincide en que es aburrida, que no sirve para mucho y casi todos se preguntan cuál es el objetivo de que esa asignatura aparezca en el programa escolar.

Hace ya algún tiempo en un encuentro con un grupo de preparatorianos, cuestionándoles sobre su acercamiento con la historia –y sin pretender que esto sea generalizado- se hicieron notar dos extremos: por un lado, una porción consideraba que sus clases eran interesantes, mientras que la otra, aburridas. De igual forma catalogaron a sus profesores: bien preparados y buenos para enseñar y, al mismo tiempo, poseedores de buenos conocimientos pero malos para transmitirlos. Sus respuestas al cuestionamiento acerca de la didáctica de los docentes hicieron suponer que ésta fuera la responsable de la situación radical. Los alumnos llegaban a su clase a tomar el dictado del profesor, pasaban el tiempo en lecturas, resúmenes y memorización de fechas.

II.

La historia ha sido vista por algunos -generalmente los que no se dedicaron o dedican de forma profesional a este ejercicio- como mera narración de hechos pasados, recordados como anécdotas que sólo cumplen con la función de entretener y cuyo objetivo es no permitir que determinados acontecimientos sean olvidados, ya sea por maravillosos o nefastos. Muchos historiadores le han conferido a este ejercicio el mote de educadora o “maestra de la vida”, según la frase de Cicerón, entonces tomándola literalmente, el pasado aparecería como una guía para resolver determinadas situaciones del futuro. Sin embargo, esto resulta cuestionable debido a que los acontecimientos son irrepetibles, si bien puedan tener características en común. Por lo tanto, en este sentido la utilidad de la historia como guía no parece viable.

Algunos la han utilizado para justificar generalmente el disfrute del poder. Aun aquellos personajes privilegiados de pueblos que no desarrollaron formas de escritura se dedicaron a contar de generación en generación las hazañas de sus gobernantes, usanza que ha permanecido hasta nuestros días en la denominada historia oficial y cuya razón de ser es formarnos cierta identidad como pueblo o nación. Pero justamente en ello radica su deficiencia, porque no es un intento por aproximarse a un conocimiento e interpretación de lo que antes ocurrió, sino una elaboración deliberada que obedece a determinados intereses.

Otros han visto y ven la historia como un tribunal y a los historiadores como sus jueces; esperan que las generaciones venideras determinen si sus acciones fueron justas o no. En este sentido se haría historia para procesar y sería necesario que quienes la hacen tuvieran un código con base en el cual emitir veredicto.

Los más, pretenden averiguar el qué, cómo, dónde, por qué y para qué con el fin de dar explicación e interpretación a los acontecimientos pasados cuyas fibras se ligan al efímero presente.

Con todo, inquieta la idea de que este conocimiento elaborado con tanto énfasis pueda repercutir. Parece preocupante que los historiadores sólo escriban para otros historiadores ¿Cómo tener influencia directa en los ajenos al gremio? ¿Cómo interesar a los estudiantes en el conocimiento histórico? ¿Cómo convencerlos de que tiene utilidad?

III.

No sé si sea un fenómeno global lo que en México se ha venido dando en los últimos años. Poco a poco se le ha venido restando espacio en la educación al conocimiento generado por la reflexión histórica. Se cree de forma general que éste es, además de aburrido, totalmente inútil para la vida diaria –como ya lo mencionamos anteriormente.

Si bien, los historiadores hacen su mayor esfuerzo para generar información que permita una mejor comprensión del devenir histórico, ésta, de forma sumamente tardía permea las capas hasta llegar a la población común. Muchas veces ni los mismos encargados de transferir o generar dichos conocimientos –docentes- están concientes de su forma de percibir la historia, con ello, la información que dan a sus alumnos es vaga. Entonces el proceso educativo que debería fungir como vehículo de alimentación entre unos y otros se ve truncado. Por ello no es de extrañar que sean ya generaciones enteras de mexicanos que al recibir una educación deficiente, conciban dicha disciplina totalmente improductiva, que sólo sirva para tener un vasto conocimiento de cultura general.

Así, poco a poco hemos venido sufriendo una creciente pérdida de interés, conciencia histórica e identidad. No encontramos el vínculo entre el pasado que ha producido lo que ahora vivimos, mucho menos somos concientes de que el presente es base para lo que el futuro será. Más allá, no nos concebimos parte fundamental y activa de nuestro entorno, sino que creamos una realidad en la que todo el medio está aislado de nosotros mismos. Nos hemos conformado con la idea de que ser y sentirnos mexicanos es participar en celebraciones de falso y fugaz nacionalismo.

IV.

Por ello, es absolutamente necesario un cambio en el concepto de la historia –y en la enseñanza de la misma- que nos permita reconocernos y sentirnos parte de un todo.

Está claro que el lenguaje desempeña un papel sumamente importante en la educación. Sin duda será difícil conseguir la atención de niños de nivel primaria para llevar a cabo una mesa redonda con temas relativos al conocimiento histórico, pues resulta obvio que para su momento lo importante es que recuerden quienes fueron los “malos” y quienes los “buenos”. Sin embargo, también es trascendente que los jóvenes no terminen sus estudios reglamentarios sin haber tenido la oportunidad de cuestionar y reflexionar sobre la información recibida.

Resulta revitalizante escuchar a las generaciones que vienen después de nosotros interesarse por su clase, considerar que su profesor es inteligente al no centrarse en dictados de cronologías –si bien son necesarias para ubicarnos en el tiempo y el espacio-, sino en permitirles la reflexión y discusión, mismas que producirán una concepción de la Historia –devenir- y de la historia –disciplina científica- no impuesta sino construida.

Arazú Tinajero Rodríguez

Egresada de la Licenciatura en Historia

en la Universidad Autónoma de Zacatecas

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