Las había trigueñas, morenas, claras, altas, bajitas y de estatura media…llenitas, delgadas, con largas trenzas enmarcando su cara, o breves rizos que redondeaban la figura del rostro, bocas y narices de fino trazo...Una faz salpicada de lunares, o bien acentuada por marcas de viruela o dolosas cicatrices...Mujeres de mirada inexpresiva, dulce, melancólica, retadora, burlona, practicantes del amor sin amor, remansos y abismos...Ellas son las Mariposas Nocturnas del Archivo Histórico del Municipio de Zacatecas.

Ubicado en la Presidencia Municipal, este gran baúl de recuerdos alberga documentos desde el año 1825 hasta la actualidad, dentro de sus fondos se encuentran los Libros Copiadores que abarcan el periodo 1845-1950 donde se encuentra el registro de los varios oficios que se ejercían en la época, entre ellos la prostitución.

Fue en septiembre de 2006 en la Casa Municipal de Cultura que el Archivo presentó la exposición “Las mariposas nocturnas”, una selección de las más de 200 fotografías que contienen los siete libros de registro de meretrices entre los años 1916-1945.

Los retratos de la presente publicación corresponden a los Libros Copiadores 431 del año 1917 y 432 de 1925. El primero lleva la etiqueta de “Encuadernación y Fábrica de Libros en Blanco” del Hospicio de Niños establecido en Guadalupe, Zacatecas, con el sello de la Jefatura Política en cada una de sus páginas; da cuenta de 73 registros, en los que abundan las mujeres de 20 años, Manuela López procedente de Guadalajara es la más pequeña de 14 y Leonor González de Monterrey es la más grande, de 29. El segundo, lleva en su portada la etiqueta mecanografiada en tinta roja “Registro de rameras”, fue hecho el 15 de agosto de 1916 en la Papelería “El Lápiz del Águila”, Fábrica de sobres y libros en blanco. En su primera página aparecen acotaciones al margen en tinta violeta que rezan “Puta”; como parte de los datos de las mujeres se incluye “señas particulares” mismas que eran marcadas sobre las fotos, en el caso de Genoveva Bautista la número dos del registro, nos habla de lunares en distintas partes de la cara, que fueron señalados con una lluvia de puntos en tinta negra sobre el retrato. De los 89 registros se conservan 24 fotografías originales, Ángela Benítez es la más pequeña con 12 años, no tiene foto pero la descripción nos dice que su cara estaba marcada por la viruela, Esther González es la mayor con 38 años tampoco existe foto, sus señas particulares mencionan que le faltaba el ojo izquierdo.

En ambos libros hay retratos que se han perdido en el vaivén de los archivos y otros que han sido arrancados premeditadamente en los tiempos en que no había control ni cuidado de estos documentos. De la fauna de Mariposas Nocturnas no domina una procedencia, además de Zacatecas, Villa de Cos, Fresnillo y Jerez, el resto emprendió el vuelo desde México, Monterrey, Morelia, Aguascalientes, San Luis Potosí, Jalisco, Guanajuato, Tepic, Veracruz, Zamora, Guadalajara, Paso del Norte, Kansas City, Dolores, Durango, entre otros.

¿Y por qué se hacía el registro con fotografías? Porque estaba estipulado en el artículo dos del Reglamento de la Prostitución en Zacatecas de 1878, que establecía: “Toda mujer pública que se presentare a la Inspección para ser inscrita, expresará su voluntad de entregarse a la prostitución y dejará en la Sección tres retratos en forma de tarjeta: uno para su libreta, los otros dos para los registros de la Sección de Sanidad y de la Jefatura Política”.

En la libreta se anotaba su estado de salud según la revisión que les hacía un médico cada lunes, la que no se presentara era multada con 50 centavos. También incluía los datos: nombre, edad, estado, patria, color pelo, color ojos, nariz, boca, estatura, señas particulares y domicilio.

Según el Reglamento había dos clases de mujeres: aisladas, las que viven solas y públicas, aquellas que viven en reunión. Entre las obligaciones que establece dicha publicación podemos mencionar: portarse y vestir con decencia; abstenerse de escándalos en lugares públicos y de pasear en las calles reunidas en grupos que llamen la atención; no saludar en la calle a los hombres acompañados de sus mujeres y niños; no provocar la prostitución con señas o palabras; no permanecer a la puerta de los burdeles, ni en los balcones o ventanas de ellos; no visitar a familias honradas; evitar todo escándalo en su misma casa; vivir distantes del centro y de los establecimientos de instrucción y beneficencia; no permitir la entrada a su casa de menores o hijos de familia.

En el apartado que se refiere a “Burdeles y matronas”, se dice que una matrona es una mujer mayor de treinta años, obligada a cuidar de que las mujeres a su cargo vistan con aseo y decencia, a no maltratarlas y alimentarlas convenientemente, así como a proveerlas de jeringas, esponjas y de las sustancias que aconsejen los médicos como preservativos de contagio.

De los Burdeles, se establece que no deberían tener una señal exterior que indiquen lo que son, los cristales de los balcones o ventanas deberían estar opacados y con cortinas interiores, de manera que en ningún momento se percibiera por la parte de afuera lo que pasaba al interior. No se permitían los juegos de azar ni la venta de licores, las domésticas menores de 40 años también se consideraban prostitutas y no podían vivir en los burdeles niños mayores de tres años.

Al separarse de la prostitución las mujeres debían de dar aviso a las autoridades, argumentando sus motivos y dando el aval de una persona decente que estuviera al tanto de su conducta, las que se casaban eran borradas del registro sin mas trámite. Las anotaciones en los libros consultados nos hablan de un grupo trashumante, que si no retornaba a sus lugares de origen se trasladaba a otras ciudades en busca de mayor suerte.

Viudas, solteras, casadas, mujeres en flor o en plena madurez, han edificado Catedrales del Amor a lo largo de la historia, como esa que acogiera al hombre más enamorado de la literatura, Florentino Ariza de El amor en los tiempos del cólera que durante sus tardes en el hotel de paso asegurara que no había sitio mejor desde que conoció a Fermina Daza, porque “era el único lugar donde no se sentía solo”.

Yolanda Alonso

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