02/05/08

ANTES QUE EL DIABLO SEPA QUE HAS MUERTO: EL INFIERNO AHORA

Como todos somos pecadores, reza el proverbio irlandés, habrá que asegurarse de llegar al cielo media hora antes de que el diablo se entere que hemos muerto. Justo treinta minutos para evitar que el resto de nuestros días se conviertan en un infierno. Pero cuando ni siquiera sabemos que ya morimos, ese lapso podría pasar desapercibido: la vida, entonces, se convertirá en un constante descenso a los infiernos y cada acción que se tome, sólo provocará un mayor hundimiento del que al final, no podrá haber escapatoria y permeará la angustia de saber que todavía no hemos tocado fondo.
Con un brío sorprendente a sus 83 años y con 43 películas a sus espaldas, el maestro Sydney Lumet, especialista en crisis morales de abogados, policías y delincuentes, nos regala Antes que el diablo sepa que has muerto (EU, 07), rompecabezas fílmico en el que cada pieza cobra un nuevo significado al insertarse con otras y éstas, a su vez, con el resto del conjunto: fracturando la linealidad a partir del robo a una joyería, se desgranan una serie de episodios que reconstruyen el verdadero centro del relato: el vacío existencial de una familia escindida.
Como un perverso mecanismo autodestructivo, los componentes del relato van revelando el laberinto sólo con entrada y nunca con salida en el que se involucran un par de hermanos y el padre de ambos, viviendo crisis agudas de diversa índole, en las que nada cuadra con nada y la justicia pretendida nunca llega, de acuerdo a su propia percepción. Del asalto funcionando como epicentro, nos regresamos algunos días para seguir a cada uno de los personajes y nos adelantamos para vislumbrar las siniestras y devastadoras consecuencias.
Además del arriesgado guión del primerizo Kelly Masterson, estamos frente a un equilibrado duelo de actuaciones, sello del director: Philip Seymour Hoffman encarna al ambicioso y drogadicto hermano mayor ahora ejecutivo de bienes raíces, con un amplio abanico de matices, que van de la indefensión a la histeria y de la derrota a la violencia incontenible; Ethan Hawke es el humillado por todos –incluyendo ex esposa e hija- hermano menor, inseguro y manipulable hasta el límite, y Albert Finney es el en apariencia tranquilo padre que ante situaciones extremas parece no detenerse hasta la venganza que lo lleva a un camino de luz cegadora.
Alrededor o en medio de ellos, la madre anciana y la hermana despreciativa; la esposa de uno y amante del otro (Marisa Tomei) que se mueve entre la rebeldía y la sumisión; el dealer andrógino que hasta suelta consejos no pedidos y el cómplice del asalto con esposa que no se cruza de brazos. En este entramado, de dimensiones shakesperianas, nadie parece estar a salvo ni tener el derecho a tirar la primera piedra: todos son pecadores hasta que se demuestre lo contrario o a partir que el diablo se entere de que han muerto.
Como en sus grandes obras, Lumet (Doce hombres en pugna, 57; Serpico, 73; Tarde de perros, 75; El veredicto, 82) explora a fondo la psicología de sus personajes con toda su carga de ambigüedad moral, revelando transformaciones que denotan una serie de motivaciones no siempre visibles en la superficie o escondidas en situaciones cotidianas, como la obra de teatro infantil, el examen de la vista o la convivencia alrededor del partido de béisbol.
Así, a partir de golpes sonoros y visuales que nos llevan de un episodio a otro y planteando la diversidad de perspectivas sobre los mismos hechos, según el personaje en cuestión e incluso desde la posición de la cámara, el filme se construye de manera poliédrica sin perder intensidad, asistiendo a diversos niveles dramáticos que consiguen absorbernos desde el primer momento y permitiendo que vayamos reconstruyendo la tragedia aún después de que terminó el film. De lo mejor en lo que va del año: un ejemplo de cómo los años, sí se pueden traducir en experiencia narrativa y no en agotamiento estético.

Fernando Cuevas
Nos leemos después.
Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx

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