23/05/08

LAS CRÓNICAS DE NARNIA: EL PRÍNCIPE CASPIAN
Como una especie de hermana menor de El señor de los anillos y desarrollada en consecuencia del éxito reciente del género fantástico de mundos paralelos, con Harry Potter como otro ejemplo visible, la primera entrega de Las Crónicas de Narnia se ganó un discreto aunque digno lugar en el imaginario fílmico, saturado de propuestas como La brújula dorada, El mundo mágico de Terabithia, Los seis signos de la luz, El misterio de la estrella y Las crónicas de Spiderwick, entre otras.
Basada en los famosos textos de C.S. Lewis y dirigida por Andrew Adamson (Shrek), Las crónicas de Narnia: El príncipe Caspian (EU, 08) representa un retroceso en el desarrollo de la franquicia y su traslado al cine –iniciado con El león, la bruja y el ropero (05)-, acaso porque se confió demasiado en que los efectos visuales provocaran lo que sólo consigue una buena historia: emociones. La gesta de los personajes no termina por integrar al espectador y el argumento se va desenvolviendo de manera predecible y hasta ingenua.
Por otra parte, la posibilidad de admiración se limita notablemente porque varias de las secuencias parecen prestadas de otras cintas, como la del metro, que remite al mago de la cicatriz o muchas otras que nos llevan directamente a la Tierra Media: quizá de las más obvias sean la de los árboles, cual mudos ents, la presencia de los gnomos con los hobbits como sus pares y la del portentoso Aslan –resucitado como Gandalf- con toda la carga de misticismo cristiano, capaz de controlar las fuerzas del río y hacer despertar a un gigante acuático, festín para los diseñadores de los efectos visuales.
Los hermanos Pevensie vuelven un año después a Narnia, aunque en este mundo han pasado 1300. Ahora el dominio pertenece a los telmarines, comandados por el siniestro rey Miraz (Sergio Castellito), que busca perpetuar su poder expulsando a su sobrino y heredero legítimo, un inocuo príncipe que da título a la crónica (Ben Barnes), una vez que su esposa (Alicia Borrachero) ha dado a luz un varón. Ayudado por su mentor (Vincent Grass), Caspian logrará huir del castillo para refugiarse en el misterioso bosque donde se topará en primera instancia con los gnomos Trumpkin (Peter Dinklage) y Nikabrick (Warwic Davis), quienes asumen una agradecible postura ambigua en medio de tanto maniqueísmo.
Apoyado por algunos incondicionales y no tanto, como Lord Sopesian (Damián Alcázar), el perverso monarca se enfrentará a un improvisado ejército de narnianos –la periferia del imperio, digamos- conformado por criaturas reales y mitológicas, el príncipe en destierro y, desde luego, la cuarteta de hermanos convocada a través de un cuerno cuyo sonido parece traspasar fronteras imaginarias. La inminencia de la guerra incluso generará tentaciones por resucitar al régimen anterior, como suele suceder, representado por la bruja de la entrega anterior (Tilda Swinton).
Tanto locaciones como vestuarios y un efectivo uso de efectos digitales, intentan rescatar una historia con escaso brío y de hueca acción, en la que las batallas nunca alcanzan el tono épico esperado y los conflictos se resuelven de manera casi siempre simplista, sin que se pueda generar algún tipo de tensión, no obstante la presencia de una sólida banda sonora, cortesía de Harry Gregson-Williams, y una dinámica articulación de cámaras que más bien se embeleza en los parajes neocelandeses ante la falta de una más interesante acción.
Para rescatar a la franquicia, se tendrá que pensar muy bien la próxima entrega y evitar ese añejo tono disneyano que si bien funcionaba el siglo pasado, deberá considerar cómo han ido cambiando las audiencias y, sobre todo, qué es lo han ido viendo en las pantallas para buscar algunos rasgos de mayor originalidad. De lo contrario, se quedará como el sustituto descafeinado, ya ni hermana menor, de El señor de los anillos.

Fernando Cuevas
Nos leemos después.
Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx

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