30/05/08

Mayo uno de 2008

11:00 am Libres las vías para entrar al centro de Localia, llegó a La Acrópolis sin contratiempo. Entró a la cafetería justo en el tiempo pactado. Pero el profesor Flores Zavala no estaba. Para esperarlo se sentó en el gabinete donde está el dibujo autógrafo de Rufino Tamayo [Tinta sobre papel, 1986]. Pidió un café y un vaso con agua. Luego leyó las notas que asentó en la noche anterior en la libreta Wilson Jones ©. Al recibir el servicio –acto que le interrumpió su lectura-, miró la decoración del lugar. Lo hizo sin detenerse demasiado en las obras. También observó los gestos de los comensales. Por los alimentos dispuestos en las mesas, y por la relativa concentración que se prestaban las personas, imaginó quiénes eran los tertulianos habituales de la cafetería y quiénes eran los asistentes esporádicos o foráneos. Al terminar el recorrido visual volvió a la obra de Tamayo –junto ella está un dibujo de Paloma Torres-. Por cierto, sonrió tras leer lo que asentó la esposa del artista oaxaqueño: “Yo lo que diga Rufino. Olga. Faltó el cheque”.
El profesor llegó quince minutos después de lo pactado. Se detuvo en un par de mesas para saludar a algunas personas. Si bien ninguna de ellas se levantó y otros no le extendieron la mano, los gestos y los movimientos que efectuaba daban visos de que los suyos eran actos del ritual implícito con los cuales se re/integraba a la habitual sociabilidad gastronómica del lugar. Sin pedir disculpas por el atraso, asumió la dirección de la plática y la hizo transcurrir por dos temas: el contenido de su desayuno y los libros que debía leer inmediatamente. También le aviso que “más tarde” se integrarían otras personas [A la una llegaron Berenice y un amigo de ella –Marcel, un ‘poeta’ de Aguascalientes-. Veinte minutos después llegó la pareja del profesor].
Mientras el profesor hablaba de lo delicioso que son los frijoles de esa cafetería –tal vez lo único que no le gusta de ahí son los jugos de frutas-, y de la Torta de barrio [© ?]. Hojeó los libros que le llevó el profesor. Por cierto, Flores Zavala le platicó que la torta la consumió por primera vez en 1978, que lo hizo en los puestos que existían en la calle Ventura Salazar.
El primer impreso que revisó fue Tres hombres escriben el mundo, de Martín Escobedo. Como es casi ‘el orden natural’ de la lectura, miró la cubierta frontal. Atraído por la imagen, procuró los datos de la obra y supo que las manos que proyectan escribir son un fragmento de San Mateo y el ángel, de Caravaggio. No lo comentó, pero al día siguiente escribió en su página del Hi5 © que es paradójico ver figuras de “santos” en obras que dan cuenta de la emergencia secular en las labores escriturales y de lectura en el Zacatecas dieciochesco. Después de ver la página legal, revisó el texto de la cubierta posterior –escrito por Mariana Terán-. Luego fue a la introducción, donde miró el único subrayado que contiene el libro: “La escritura es aquella actividad concreta que consiste en construir, sobre un espacio propio –página- un texto que tiene poder sobre la exterioridad de la cual –como dijera Michel de Certeau- previamente, se ha aislado. En este nivel elemental, cuatro elementos resultan decisivos: el autor, el discurso, la intención y el contexto”.
El profesor le llamó la atención para que considerará a este texto, junto con El artificio de la fe de Mariana Terán –que en esos momentos le entregó-, como las obras que debían atenderse para situar las condiciones generales en las cuales se desenvolvían los lectores. Le propuso que las tres primeras décadas del siglo XIX las viera no por las posibilidades que proporcionó el liberalismo y la actitud ilustrada que pudo tenerse, sino que considerara que las prácticas culturales tenían en su constitución los rasgos imperativos del Antiguo régimen. Para cerrar su intervención, le dijo que los libros de Escobedo y Terán le serían “útiles para tu investigación”.
Al terminar la torta, misma que consumió despacio, cuidando que el contenido no se desbordará del pan –para no mancharse las manos-. Pidió una Coca. Ésta la bebió de la lata. La consumió en tres sorbos. El primero lo efectúo al entregarle el libro de Roger Chartier El orden de los libros. Sobre este texto recomendó hiciera una lectura cuidadosa para ver cómo se construye la figura del autor y el rol “de las varias maneras de leer en el proceso que da sentido a los textos”.
El segundo sorbo lo hizo después de que un conocido suyo llegó al gabinete para saludarles. La interrupción también sirvió para responder a un mensaje que le llegó a su móvil. Aunque el remitente era un conocido de ambos y sabía de esa reunión, sólo invitaba al profesor para asistir a una fest en la tarde. La respuesta fue “Ok. No puedo ir. Acepto lo que dices. Y sí, adiós amigo académico”.
Previo al tercer sorbo, vio el grueso volumen de La misteriosa llama de la reina Loana. Acerca de esta novela ilustrada, el profesor comentó que siguiera el relato como el modelo para conocer la vida de un lector. Bebió lo que le quedaba de refresco y agregó: “para complementar este asunto revisa y reseña para el lunes El último lector de Piglia y El turno del escriba de Montes y Wolf”.
[Por cierto, el libro de Eco tiene como separador un papel que contiene un fragmento de un poema de Pexegueiro: “Y el ojo del tigre era grande y me devoraba/ El ojo del tigre./ Y yo me hice garza, pluma./ Y volé sobre el ojo del tigre que era grande / y me devoraba/ … ahora mi cuerpo y el horror caminan juntos/ Es toda la historia del mundo/ ¡Y es el ojo del niño el que me mira!]

Marco Flores

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