09/05/08

Todos tenemos una isla en el pecho; poética de la infancia.
A propósito de la presentación de la revista:
Poesía desde Tijuana/Puntos Suspensivos



Mejor léase mientras se escucha: Seasons in the sun/ Terry Jacks

¨Todos tenemos dos vidas: la verdadera, que es la que soñamos en la infancia
y que continuamos soñando cuando adultos, en un sustrato de niebla;
la falsa, que es la que vivimos en convivencia con otros,
que es la práctica, la útil, aquella que acaban por meternos en un ataúd ¨
Fernando Pessoa/Álvaro de Campos



Aprendemos a viajar siempre que ya es demasiado tarde para hacerlo, cuando nos duele el ruido de las playas apagadas, y la intuición de las despedidas que jamás sucederán nos constriñen a la soledad, cuando comenzamos a creer que tenemos certeza de algo, de cualquier cosa; es siempre demasiado tarde; demasiado tarde siempre.
Estamos a la espera de una señal, una que nos desvista de nuestra memoria, en espera de un golpe de suerte que nos arruine, en espera del regreso de la noche para fugarnos de nuestro cuerpo, en espera de la menor provocación para deshabitarnos; en espera del ocaso de cualquier cosa, para disimular el nuestro.
Nos oprime ya la levedad y el vértigo de los abismos pequeños, somos un escalofrío elegante y entero, somos lo que fuimos y lo que no seremos; una desnuda pretensión de existencia, un hermoso desencuentro.
Debimos haber viajado mucho tiempo antes, en los tiempos en que no vestíamos nuestro inútil e impecable traje de adulto y gente seria, debimos haber escapado en un papalote con forma de catarina roja y puntos blancos, debimos haber partido un día en esa hermosa simetría. Los verdaderos poetas escriben con las palabras de su infancia, con el miedo de la noche en que han quedado en tinieblas. Un poeta, sabe cómo dialogar con el niño que fue alguna vez, sabe perpetrarlo y hacerlo su cómplice, sabe cómo viajar hacia su pasado.
Pero no te apartes de lo primero que quise decirte; es demasiado tarde cuando por fin decidimos partir, porque siempre quisimos hacerlo, porque partir es lo único cierto, y sin embargo a veces los destinos no llegan a tocarnos, nos tienta el centro, echamos raíces en un lugar simple y frágil, donde de un momento a otro nos alcanza la llanura y el temor de permanecer quietos, y es en ese momento, de extraña seducción, en que la apología al vacío y la tragedia de la belleza nos obliga a escribir, en contra de las incompletas verdades de este mundo y de nuestra propia carne, escribimos para pagar los viajes que no hicimos, que nunca realizaremos y escribir poesía es un ensayo de despedida hacía nosotros mismos.
Los jueves de Mayo como hoy, me hacen pensar así la poesía, cómo la posibilidad de una isla, una consagración del tiempo y el espacio a la deriva, a los espacios donde aun puede habitar la conjetura, un lugar donde no es bien visto estar seguro de nada, y no es necesario salir en búsqueda de esa ínsula, puedes preguntarte por qué si quieres, y tal vez te sorprenda que la razón sea tan humilde y sencilla, cómo alguna vez me lo hizo saber un gran amigo: todos llevamos una isla en el pecho; Sí, David, es cierto, todos llevamos una isla en el pecho.
Hablamos hoy de poesía desde Tijuana, pero la ubicación geográfica no es más que un referente para no perdernos en la bruma de los horizontes; la colección que presenta Yolanda Alonso es el resultado de una multiplicidad de causalidades, las voces ahora atrapadas en esta edición de aniversario de Puntos Suspensivos, son voces bifurcadas, diálogos unipersonales de los que yo no puedo decir más que mi experiencia al leerlos.
Encuentro, sin lugar a dudas una anacrónica rosa de los vientos, (al final de cuentas, todos los puntos cardinales apuntan al fin), un meridiano de Greenwich que sólo resuelve un huso horario. Encuentro en esas letras, un poco de mí, y por qué no, un poco de ustedes que ahora escuchan, pero construyo una y otra vez con singular escrúpulo, los rostros que no existen en esas páginas, los rostros de los que se han ido, y los que jamás pudieron llegar.
Por eso vislumbro, que la poesía es un viaje a destiempo a nuestra isla, hemos llegado en la imposible espuma, de algún imposible mar, y nos alejaremos con ella, con esa espuma que es el epitafio perfecto de nuestra muerte.


Roberto Galaviz Ávila

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