12/07/08

29 de junio
Cuando el día inició, Christian y Mateo llegaron a una reunión. La congregación era motivada por el aniversario de un amigo del primero. Los concurrentes a la conmemoración estaban sentados en siete mesas. Casi todos los asistentes se movieron una o dos veces de su asiento inicial. Ellos, aunque eran amigos, o conocían a varios de los asistentes, no ampliaron el diálogo que venían cultivando desde horas antes. Mantenían el interés para obtener más información sobre el pasado y lo que llamaban “la cabrona coincidencia” de sus recientes separaciones; pero también, en el artificio de la comunicación, procuraban exhibir la resiliencia que en otras ocasiones habían mostrado.
Salieron del lugar a la una y treinta. Fueron a un bar de la plazuela Goytia. Negado el servicio –porque estaban en el corte de caja-, marcharon a la cantina de la plazuela de Yanguas. Como había llovido por la noche, el transcurrir lo hicieron sobre los charcos, que reflejaban la luz del alumbrado de la calle. Caminaron por doctor Hierro y escucharon la algarabía que emergía del salón de fiestas del que está frente al sueño de san Agustín. Continuaron por la calle de la explanada del Congreso; ahí miraron el acto casi cotidiano, de cada noche de fin de semana: los transeúntes siguen usando las escaleras para orinar.
En la cantina el tema de la plática no varió lo suficiente, pero los relatos estuvieron aderezados con recuerdos de personajes y episodios de ciertas películas [Vers le Sud, Heights, Segunda piel, El cielo dividido, Quemar las naves]. Ahí, pese al diálogo continuo, en ningún momento negaron la mirada para terceras personas. En esta estancia bebieron cuatro cervezas cada uno. Salieron del lugar a las tres. Tomaron un taxi junto al puesto ambulante de hamburguesas que está en la entrada del callejón Los Mártires de Chicago. Por cierto, en ese carro es frecuente que sus amigos compren una torta, lo hacen sin atender la calidad del tocino, ni de la mostaza, o de la cantidad del gluten en la carne.
Para continuar el concilio, acudieron primero a las tiendas que están en torno al Hospital general. Fueron para comprar cerveza. Luego marcharon a la casa de Mateo. El tema siguió siendo el mismo: cómo manifiestan el abandono en el que están. Pero ahora lo combinaron con referencias extraídas de la novela El talento de Mr. Ripley, para preguntarse quiénes son los que se fueron, ellos o sus respectivas amistades. Sin respuesta –pese a las casi doce horas de permanente discusión-, a las siete am se despidieron.

Marco Flores

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