Sonido y Visión

AHORA SON 13 O CÓMO ENCONTRAR EL STAR SYSTEM


Steven Soderbergh lo planteaba a principios de este siglo: “El movimiento independiente, tal como lo conocemos, ya no existe y es posible que ya no pueda volver a existir. Ha muerto” (en Biskind, Peter. Sexo, mentiras y Hollywood. Ed. Anagrama, 2006). En efecto, a lo que hoy se le llama cine independiente, difiere mucho de la concepción original; ahora, los grandes estudios atrapan los talentos en la dirección mucho más rápido que antes,

Como una especie de regreso al paraíso perdido del star system, cuando las películas se sostenían por la presencia actoral por sobre el resto de los componentes fílmicos, Steven Soderbergh filmó hace algunos años La gran estafa (01), recordando al famoso Rat Pack; la cinta reunió a varios actores que normalmente participan como protagónicos en sus respectivas apariciones y que a estas alturas del partido, dado el desorbitado pago que se les suele hacer, es difícil conseguir para un mismo film.

La fórmula funcionó en parte gracias al tono de camaradería que trascendió a la pantalla y se realizó una secuela, La nueva gran estafa (04), más bien rutinaria. El impulso alcanzó para presentar una tercera entrega de la glamorosa banda asaltacasinos, con la adhesión de Al Pacino, figura clave en el mundo de la actuación hollywoodense y, ante la ausencia de Julia Roberts y Catherine Zeta-Jones, de Ellen Barkin de quien se había visto poco en los últimos años: ambos ya habían sido protagonistas de aquel thriller erótico titulado Prohibida obsesión (Keller, 89).

Ahora son 13 (Ocean´s Thirteen, EU, 07) parte de la misma premisa y se desarrolla igual que sus predecesoras: la banda asume la misión de echarle a perder la fiesta de inauguración de su hotel-casino a un magnate gandalla (Pacino) que le hizo una mala jugada al viejo Reuben (Elliot Gould). Diseñarán un intrincado plan que incluye alterar los juegos, provocar una mala evaluación del sitio y dejar en ridículo al obsesivo dueño que nunca pierde y que cuando pierde, arrebata. Si bien el dicho plan y su realización no están exentos de ingenio, el énfasis de la cinta está en otra parte: en la mirada a las estrellas hollywoodenses.

Recuperando cierto estilo visual de Tráfico (00) en el uso de la paleta cromática, ya presentado en el segmento con el que el director participó en Eros (04) y una fotografía que pone el ojo en busca de la sofisticación, la cinta se apoya fundamentalmente en las interpretaciones de George Clooney y Brad Pitt: estafadores análogos en una era digital, como bien los describió otro de los múltiples personajes que deambulan por este proyecto coral. Desde el vestuario hay añoranza: los diálogos y el humor generado entre ambos, pueden hacer que valga la pena el boleto. Incluso en algunos intercambios se llegan a confundir los intérpretes y los personajes.

Así, cada determinado tiempo, vemos cómo alguna figura ilumina la pantalla con su sola presencia: de Pacino a Andy Garcia, de los locuaces Bernie Mac y Don Cheadle a los rudos provoca terremotos y huelguistas (otra vez esa mirada a la frontera mexicana), y de ahí a un Matt Damon más suelto y a los actores de la vieja guardia. Parecería que el ángulo propicio para ver este film no está tanto en su gramática narrativa, sino en posicionar al actor como elemento central de cualquier puesta en escena, más allá de los accesorios o los efectos especiales, tan recurrentes en las propuestas de esta época del año.

A diferencia de su predecesora, acá no hay despliegue de locaciones, sino más bien un tono de glamour que termina por volverse un cuanto tanto claustrofóbico, acaso reforzado por la multiplicidad de tramas que por momentos pueden empantanar el flujo de la historia pero que se recupera pronto gracias a algún chispazo de humor o a alguna resolución intermedia. Está claro que estamos frente a la faceta accesible de Soderbergh, que si bien no alcanza los niveles de Sexo, mentiras y video (89) y Vengar la sangre (99), consigue proponer un entretenimiento sólido, con la pequeña gran ayuda de sus amigos.

Con ciertas referencias a clásicos hollywoodenses (El Padrino, por ejemplo) y, desde luego, tanto a los mitos del mundo de Las Vegas (darle la mano a Sinatra, menciones a Dean Martin) como a la televisión (el programa de Oprah), la nueva película de Soderbergh se inscribe en el clásico cine de Hollywood, siguiendo sus reglas y recordándonos que este particular entramado de negocios, manifestaciones artísticas y centro ideológico, sentó una de sus bases en los actores y actrices elevados a un nivel de admiración más allá de la lógica racional o estrictamente artística.

Nos leemos después.

Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx

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