Sonido y Visión


Duro de Matar 4: Puños VS. Chips

Como una mirada nostálgica al héroe preinformático, se empiezan a producir algunas películas que recuperan la capacidad individual y al natural, más allá de artilugios y sofisticaciones propias de la virtualidad. Rocky volvió tras muchos años de ausencia en la pantalla y en el cuadrilátero; en Ahora son 13, los elegantes delincuentes se siguen apoyando más en sus neuronas que en los chips. Toca el turno al imparable John McLane (Bruce Willis), aquel detective siempre en decadencia y abandonado por la esposa (aunque en la primera la rescata) pero, eso sí, duro de matar, aún en tiempos de la sociedad en red.

En las tres anteriores partes (McTiernan, 88 y 95; Harlin, 90) el denominador común era el terrorismo, antes del parteaguas del 11 de septiembre. Ya sea en un edificio de Los Ángeles, en el aeropuerto de Washington o en las tuberías de Nueva York, el quizá último héroe inverosímil con tintes rudos de la iconografía hollywoodense, se ha enfrentado a villanos de lujo, como Alan Rickman o Jeremy Irons, y ha salvado a su patria y de paso al mundo, faltaba más, de estallar en mil pedazos.

Dirigida con buena dosis de adrenalina y congruente sentido de la acción por Len Wiseman (Inframundo 03/06) Duro de matar 4 (EU, 07) recupera la figura del héroe solitario a la vieja usanza en un contexto característico del siglo XXI, en el que todo parece construirse o alterarse a parir de entornos virtuales: ya no es jalar el gatillo, sino oprimir enter; ya no se trata de infiltrarse a un territorio para dominarlo, sino manipular las comunicaciones y los sistemas computarizados: es la guerra entre hackers y programadores, los nuevos soldados del milenio que apenas empieza.

La conocida misión de rutina –trasladar a un pirata informático a que declare- que se convierte en problema mayúsculo, abre el argumento de esta cuarta entrega, en la que nuestro malhumorado héroe tendrá que enfrentarse a un resentido experto programador (Timothy Olyphant) y su novia/cómplice (Maggie Q), quienes junto a un nutrido grupo de secuaces planean desquiciar todos los sistemas habidos y por haber (tránsito, servicios urbanos, financieros) cumpliendo una leyenda urbana que circulaba entre el ambiente hacker.

Sólo apoyado por el tipo al que tenía que trasladar (Justin Long) y cargando a cuestas el desprecio de su hija (Mary Elizabeth Winstead), el rudo y hermético detective funcionará como una molesta piedra en el zapato de todo el plan urdido por los villanos hasta que el asunto, como cabía esperar, se vuelve personal más que patriótico: aunque los sucesos rondan el 4 de julio y ciertas líneas de diálogo apuntan hacia el deber con tu país (“lo hago porque nadie más lo quiere hacer”), el fondo del asunto es que el enemigo está adentro (¿será?).

El desarrollo del film articula las consabidas secuencias de acción, en donde se arriesga el físico y se pone a prueba la capacidad cómplice del espectador por creérselas aunque sea por un rato (un coche que destruye un helicóptero y así por el estilo), y la relación entre el protagónico y su improvisado compinche, recurriendo a la clásica estructura del buddy film, contrastando debilidades y habilidades de uno y otro. Mientras que para el primero las armas siguen siendo pistolas y puños, para el segundo se reducen a una buena computadora portátil y a uno que otro freak informático que lo puede sacar del apuro.

Desde luego estamos frente a un producto de los llamados palomeros que no pretende otra cosa más que movilizar la adrenalina y arrancarnos alguna que otra sonrisa, en particular por el contraste establecido entre los dos héroes. La fotografía cumple con su cometido tanto en los grandes despliegues visuales, a pesar de ser filmada en locaciones en su mayor parte, como en ciertas sutilezas del manejo de la iluminación sobre los personajes –además de la secuencia del túnel-, que podrían pasar desapercibidas dado el tono hiperquinético por momentos injustificado.

Claro que John McLane encarna parte de la ideología de nuestros norteños vecinos: hombre de familia a pesar de los pesares, heroísmo y sacrificio por sobre todo lo demás y una convicción por seguir sus ideales aunque éstos resulten inexplicables e imposibles de cuestionar; el título en inglés lo dice todo: Live Free or Die Hard. Cinta que se debate entre la fobia a la tecnología vía su protagónico y su inteligente empleo, desde la perspectiva de la forma.


Fernando Cuevas

Nos leemos después.

Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx

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