Sonido y Visión

RATATOUILLE

DE LA ALCANTARILLA A LA ALTA COCINA

La esperada nueva entrega de Pixar, en pleno romance con Disney, tras la decepción que supuso Cars, acaso el único bache en su ya prolongado currículo fílmico, se instaló en la cúspide de las superproducciones veraniegas sin hacer demasiado escándalo: la cinta con tintes gastronómicos muy pronto ilumina la pantalla con el dechado de técnica al servicio de ideas y las expectativas puestas por las nubes: después de tanta trifulca para poder entrar a las salas durante esta época, lo único que se espera es verse recompensado por un agasajo cinematográfico.

Dirigida y coescita por el hasta este momento infalible Brad Bird (El gigante de hierro, Los Increíbles) Ratatouille (EU, 07) se coloca como la película animada del año gracias a un guión inteligente que inserta puntuales secuencias de acción y humor entre una trama emotiva; a la presencia de personajes redondos en diseño y personalidad, y a un absorbente despliegue visual que va del frenesí persecutorio a las panorámicas parisienses y de ahí al énfasis en la textura, sobre todo de los alimentos, elemento central del discurso visual, así como de la gestualidad del carismático protagónico, del cual uno no puede más que terminar apoyando en su difícil empresa, a pesar del cansado supuesto de que si quieres, lo vas a lograr.

Con cuidados encuadres (sobre todo los nocturnos), de belleza plástica indudable, y una precisa edición que consigue mantener el interés para los niños de todas edades, la cinta fluye con un exacto timing y casting virtual: los empleados de la cocina, el crítico vuelto de golpe a la infancia (de nombre Ego, faltaba más), el ambicioso chef desplazado, la joven luchando en un mundo masculino que domina hasta la cocina, el burócrata displicente y toda la comunidad ratonil, conforman una galería de personajes memorables a pesar de su condición animada

Una de las claves del film se centra en el punto de vista: nos ubicamos a nivel del suelo –o por debajo de él- y dentro de un gorro de cocinero para convertirnos en una joven rata de olfato refinado, tipo El Perfume pero sin locura, con aspiraciones más allá de la basura, siempre acompañada por el espíritu del gran chef muerto de manera prematura, vuelto inspiración no sólo imaginaria. Remy se enfrentará a la siempre difícil tarea de combinar sus dos mundos: el del glamour de la gastronomía de altos vuelos y el de su origen familiar, ubicado en la sobrevivencia y el disfrute sencillo de la vida.

Un joven que pasa de pinche a chef por obra y gracia de su roedor cómplice, que a su vez busca trascender su condición de rata de alcantarilla, conforman un dueto implacable a la hora de moverse en la cocina, a pesar de sus propias limitaciones. La relación que establecen entre ambos, no exenta de conflictos, nace de la conveniencia y transita hacia el afecto genuino que luchará frente a la adversidad y las simulaciones. Si bien sobra la violencia de la anciana, la trama se enfoca más al consistente desarrollo de los hilos argumentales que a buscar el amontonamiento de chistes o acción sin sentido.

No faltan las referencias a la cultura francesa, filósofos, cineastas y escritores incluidos. Desde luego, el desfile de platillos, puntualmente recreados en la animación, no sólo llena la pupila ocular sino que también empieza a provocar las gustativas, como ocurría en el Festín de Babette. Además, por el mismo boleto, nos damos una vuelta a las diferentes facetas de París, la ciudad más hermosa del mundo según muchos de los viajeros frecuentes.

Ideal para la familia entera y para los especialistas en estos asuntos del paladar y sus debilidades, que bien entienden que la gastronomía pasa por la vista, el olfato y el tacto, además del gusto. Un refinado platillo fílmico para estas épocas veraniegas saturadas de empalagosos banquetes.

Fernando Cuevas

Nos leemos después.

Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx

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