Sonido y visión


CRIMEN PERFECTO: LEYES A CONVENIENCIA

Una combinación usualmente eficaz es la del thriller psicológico y el drama de abogados: mientras que el primero se sostiene por intrincados guiones, personajes ambiguos y atmósferas cargadas de misterio eludiendo la acción desmesurada, el segundo “sitúa cerebral y angustiosamente su trama en el abismo que separa la verdad objetiva y la verdad demostrable, en el limbo de un generalizadísimo estado de coma de la justicia” (Ayala Blanco en El Financiero, 11/06/07).

Dirigida por Gregory Hoblit (La raíz del miedo, 96; Poseídos, 98; Desafío al tiempo, 00; En defensa del honor, 02) y con guión consistente de Pyne y Gers, salvo por ciertos detalles poco creíbles, Crimen perfecto (Fracture, EU, 07) sigue puntualmente las reglas de este par de géneros a partir del conocido caso del rico marido viejo que atenta con toda premeditación contra la esposa infiel (Embeth Davidtz), incluyendo un plan para que, a pesar de lo que todos sabemos, resulte imposible acusarlo frente a la falta de evidencias contundentes.

Forzando la coincidencia de que el policía que llega a la escena del crimen (Billy Burke) sea el amante de la esposa, la trama se desarrolla a partir del enfrentamiento entre el asesino, un brillante ingeniero aeronáutico que sabe encontrar la fragilidad en todo y todos (Anthony Hopkins, recordando inevitablemente a su Hannibal Lecter), y el ambicioso fiscal de distrito siempre triunfador (Ryan Gosling, confirmando su talento actoral), en pleno ascenso laboral y navegando entre su actual responsabilidad bajo la supervisión de su jefe (David Strathairn, sólido) y el coqueteo con su próxima chamba y mentora (Rosamund Pike), ya en el paraíso de oropel de la iniciativa privada.

Con el empleo de precisos desenfoques, orientados a fortalecer el estado de confusión, y flashbacks explicativos, el toque visual del film mantiene cierta sobriedad, salvo el oportuno trabajo de iluminación que enfatiza la ambigüedad moral de los personajes. La cámara hace sus recorridos con precisión y no pierde los detalles, como los movimientos de las manos o las secuencias en las que los juguetes del inventor aparecen como símbolo de precisión aunque también falibles, con esas canicas que van y vienen en un movimiento al fin cíclico, un poco como la intención narrativa.

Cierto es que el guión de pronto parece caer en algunos baches: que a un fiscal tan talentoso no se le ocurra dónde pudo quedar la pistola, no parece muy creíble, sobre todo cuando espectadores como quien esto escribe, poco duchos en adivinar lo que va suceder, lo detectan de inmediato. Pareciera que el romance con la jefa tampoco encuentra demasiada justificación, más allá de la férrea defensa que establece ella ante el mandamás del bufete jurídico.

Por ello, la cinta se sostiene básicamente por el duelo entre los dos protagónicos y, aunque el desenlace decepciona, las secuencias que los colocan frente a frente acaban por ser intensas, gracias al oficio de ambos actores y a los juegos psicológicos ya inevitables dado el ego desbordado y lo que está de por medio: el asunto se vuelve personal, como cabía esperar y, más allá del repentino interés por la víctima, se incorpora la consigna de hacer que el culpable pague con todo y la duda por la siembra de evidencia.

Desde luego queda el polémico asunto de cómo la impartición de justicia depende más de la demostración que de la verdad: los artilugios legales, que pueden usarse para bien o para mal, no siempre se encuentran del lado de la Justicia, con mayúscula, sino de la capacidad para retorcer los hechos o, en su caso, de contar con los recursos para poder infringir las leyes y seguir en la calle como si nada: ejemplos sobran, sobre todo cuando no se cuenta con un mínimo de dignidad y, en cambio, con un mucho de cinismo.

Por desgracia, sólo a veces este tipo de personajes reciben una sopa de su propio chocolate. En la mayoría de las ocasiones, la legalidad se reduce a un artículo de uso disponible para el mejor postor, lejos del mantenimiento de la moral pública.

Fernando Cuevas

Nos leemos después.

Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx

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