Bitácora de un lector

[Jueves, julio 19 de 2007]

A pesar de que es la cuarta semana de estar en la ciudad, el cambio de horario y el ambiente veraniego le han impedido tener una estancia plena. El martes, por ejemplo, salió temprano del archivo. Abandonó el lugar antes de la hora que programó como el tiempo de trabajo posible [entre nueve am y siete pm]. En la libreta Jordi Labanda© escribió, como justificación del acto, que salió de allí porque necesitaba relajarse, y enfatizó con los siguientes enunciados: “¡Qué importa que me atrase en las lecturas –o en la información que debo reunir-¡, ¡necesitó descansar!”

Ese día también modificó su itinerario. Al llegar a la puerta principal de la Universidad Pontificia, no siguió en dirección al edificio Monterrey –para ir al departamento-. Lo que sí hizo, conscientemente, fue caminar rumbo a la Plaza Mayor. No anotó en la libreta, pero les contó a sus coinquilinos que ese día le apeteció ir por una cerveza de barril. Y casi llegó a la plaza; pues los anuncios de una librería lo detuvieron. No dudó para entrar al lugar, finalmente deseaba ‘hacer tiempo libre’. Sobre este hecho escribió en la libreta: “Revisé los anaqueles de narrativa –me detuve más en los libros de Alfaguara© [los libros están colocados por sello editorial]. No encontré novedades. Lo que está ahí también lo puedo encontrar en la Gandhi[1] y en Localia.”

Después de hojear un libro de Tobías Wolfe, revisó con más detenimiento la antología de Carmen Laforet. Si bien el precio [16 e. Algo así como doscientos cincuenta pesos] lo disuadió para adquirirlo, nada impidió que se sentara para leer el impreso. Para hacerlo con comodidad, ocupó un banco –de los que usan en las librerías para alcanzar los libros de los estantes altos-. Nadie le llamó la atención, así que leyó completos un par de relatos. El texto que más lo detuvo fue el de Fuga i

Yo soy la luna vieja de un pueblo de Castilla. Yo soy esa a quien ladran los perros, yo soy la que enciendo los corazones en las noches claras de julio...

No acostumbro a escribir las historias que provoco, pero ésta me ha hecho mucha gracia, y por eso te la cuento a ti, criatura, para que la escribas.

Una noche de lo más hondo de la primavera tuve un coloquio con una mujer, casi tan vieja como yo, que se pasaba la vida soñando...

-Mujer -le dije en un soplo caliente- ¿por qué has dejado pasar así tu vida?

-¿Quién me habla así? -me dijo.

-Yo, tu luna. ¿Creerás que no te he visto así, en esa ventana noches y noches? ¿Crees que no sé tu historia, mujer? Te conozco desde que empezaste a abrir los ojos de par en par a la vida y desde que la vida te fue ahogando todas las ilusiones. Te conozco, de llorar loca de rabia esta vida miserable que has vivido sólo para tus vecinas, te conozco de leer a escondidas los versos de tu padre, que se moría de hastío aquí... Te conozco, mujer, mejor que nadie, y sé que aquí no vives, te conozco porque una noche, hace muchos años quisiste, aquí a mi luz seguir a un hombre y nunca te llegaste a atrever […]

Al departamento [que en esa ciudad llaman piso], arribó antes que el reloj marcara las 10 pm. Esa noche no vio tv, pero se entretuvo en la computadora leyendo los emilios que le enviaron sus amigos desde Localia.

[Sábado, julio 21 de 2007]

Consciente de que la estancia de investigación concluirá pronto, destinas los siguientes dos fines de semana para concluir la lectura de los recortes de periódicos y revistas que reuniste desde tu arribo a la ciudad. El ritual de la lectura que harás esos días, es similar a los precedentes. Te levantas entre las 8 y 9 am. Limpias tu habitación y luego te aseas. Antes de las 10 am vas al puesto de periódicos, el que está frente a tu edificio. Los sábados compras el abc y El País. Los domingos incluyes El Mundo, las promociones de los diarios y alguna revista. El gasto no pasará de 12 e.

Previo a instalarte en la mesa de la estancia principal, prepararás Nescafé© y un par de bocadillos. En la mesa organizas los impresos. El orden es conforme querrás hacer la lectura. Primero El Mundo, abc y El País. Irás de la portada a la sección de cultura, no leerás la información económica ni la deportiva –salvo que una fotografía, de alguna de corrida de toros, atrape tu mirada-. Al concluir cada diario separas los textos de opinión, las columnas y las notas que persigues [la consolidación mediática de Sarkozy, Brown y del clan de Génova. No ignora la cobertura sobre las colecciones artísticas de don Plácido Arango, la exposición de Patinir y el debate político acerca de la asignatura escolar Educación para la ciudadanía].

Luego lees los suplementos Abcd y Babelia. Comienzas por la poesía y los textos literarios, sigues –ahí sí con detenimiento intensivo- con las reseñas bibliográficas y las entrevistas. Después, si queda tiempo matutino, revisas las páginas de arte y de teatro. Al concluir la lectura, efectúas el recorte de textos. Esa labor no siempre la haces con cuidado de sastre; pero sí, inmediatamente, pegas las notas impresas en la libreta que compraste especialmente para ello. Así serán los siguientes fines de semana.

Marco Flores.



[1] Para situar la historia de la recepción mundial y el comercio de esta librería capitalina, se recomienda hojear Mauricio Achar. Un librero de nuestro tiempo, Inés Rancé coord. México: Ed. Océano, 2005.

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