De dos a tres caídas

El tiempo pasa y no se puede olvidar.
El cine de Antonio Aguilar

Crecí, junto con la mayoría de los de mi generación, viendo las películas mexicanas que programaban en los canales de televisión abierta. Veía desfilar por la pantalla a las grandes luminarias del cine nacional. Películas pertenecientes a la llamada época de oro, hasta esas que fueron víctimas de la crisis de la industria
Recuerdo muy bien una secuencia, -en una de esas películas que veía- que mostraba una figura masculina a contraluz caminando por una antigua calle zacatecana mientras su sombra se proyectaba en el adoquín y las espuelas de sus botas iban dejando eco. ¿Cómo olvidarla? Tiempo después identifiqué con más facilidad a ese misterioso hombre y supe quien era, su origen y el título de la película que me mantenía pegado a la televisión, La muerte de un gallero.
A mi edad – en ese entonces- me fue difícil asimilar la importancia que tenía que el protagonista de aquella cinta, de nombre Antonio y apellido Aguilar, hubiera nacido en el mismo Estado que yo, que fuera de aquí, como se dice.
Ahora, ya pasado algún tiempo, comprendo la importancia que esto tenía.
Hablar de cada una de las películas en las que participó este importante personaje zacatecano sería una tarea bastante ardua y a la vez extensa - aproximadamente 128 películas- pero no hablar de varias de ellas sería como negarle a la historia del cine mexicano una de sus dimensiones.
La llegada de don Antonio Aguilar a la industria cinematográfica data de los inicios de la década de los cincuentas, cuando el cine resentía la aparición de su mayor rival, la televisión, y debido a eso tenía que optar por la utilización de nuevas técnicas y nuevas temáticas. Las locaciones de provincia fueron abandonadas para filmar solamente en la capital, el cine retrataba una ciudad en constante crecimiento así como un ascenso social y una mentalidad de modernidad.
La primera aparición de Antonio Aguilar en la pantalla grande, fue a lado de Meche Barba en las cintas Yo fui una callejera y La mujer desnuda donde se interpreta a sí mismo como el exitoso cantante Tony Aguilar, ambas películas de 1951. Aunque su popularidad se debía a su voz que se transmitía por radio, ésta creció cuando aparece en 1952 al lado de Pedro Infante y Marga López en Ahora soy rico y Un rincón cerca del cielo.
Y así a lo largo de esa década aparece en gran cantidad de películas, con un prestigio en ascenso, los papeles otorgados al hijo pródigo de Zacatecas eran más relevantes. Tan solo en 1952 aparece en seis filmes más, todos con una temática diferente y al lado de grandes personas de la actuación.
Cómo no recordarlo como el marido alegre y moderno en Mi adorada Clementina, como el profesor de Historia en Reventa de esclavas, como el macho peleonero y cantarín Manuel Santoyo en la cinta Pueblo quieto.
Pronto Antonio Aguilar se convirtió en el amo del llamado “cine de caballitos” o del “western a la mexicana”, cintas donde además combinaba sus habilidades histriónicas con el sonido de su voz, como en el Rayo justiciero y el Gavilán vengador de 1954.
Pronto los productores lo reclamaban para convertirlo en estelar o actor especial de varias películas. El había sorteado ya los obstáculos que como novato se le presentaban y estaba preparado para mejores empresas. Y quedó demostrado en el drama revolucionario Tierra de hombres donde alternó con un elenco de primera, entre ellos Domingo Soler, Joaquín Cordero y Julio Aldama.
Esta es también la década que quizá marca la línea que seguiría Antonio Aguilar a lo largo de su carrera cinematográfica. Aparecen en 1957 cintas donde encarna al sinaloense Heraclio Bernal, mejor conocido como el Rayo de Sinaloa, un bandido justiciero que antecedió al estallido de la Revolución mexicana. Recordemos la trilogía Aquí está Heraclio Bernal, La venganza de Heraclio Bernal y La rebelión de la sierra todas dirigidas por Roberto Gavaldón en las cuales los corridos ven nacer su triunfo en la voz del Charro Zacatecano.
Los éxitos continuaban, siguió La cucaracha, tal vez la cinta mexicana con el elenco más envidiable donde Aguilar personifica al carrancista Capitán Ventura compartiendo créditos con María Félix, Dolores del Río, Pedro Armendáriz, Emilio Fernández e Ignacio López Tarso, bajo la dirección de Ismael Rodríguez y la fotografía de Gabriel Figueroa.
Después una breve participación en la película más censurada en la historia del cine mexicano La sombra del caudillo, que estuvo guardada por treinta años, donde encarna al Coronel Jáuregui.
La nueva década, los sesentas, fue testigo de una de las mejores películas que protagonizó Antonio Aguilar, Los hermanos del Hierro, (1961) donde aparece como Reinaldo del Hierro y busca junto con su hermano vengar la muerte de su padre, en un drama con tintes sicológicos admirables, donde reina la violencia y deja entrever la habilidad del actor quien logra dar a su personaje diferentes matices.
En ese miso año, ya con un alto prestigio como actor, aparece en la pantalla grande al lado de uno de los personajes más importantes que ha dado el cine mundial, el histrión japonés Toshiro Mifune en una de las mejores películas del cine mexicano, Animas Trujano, donde Aguilar hace el papel del mayordomo Tadeo y derrota a golpes a Animas (Mifune) y que incluso le gana el cariño de la mujer en disputa protagonizada por Flor Silvestre.
Al terminar el año, aparece la saga de los Argumedo, con Ahí vienen los Argumedo y Vuelven los Argumedo.
Es en estos años, cuando el cine mexicano pierde fuerza nuevamente casi hasta languidecer, la comedia ranchera se encontraba un marasmo casi incurable y la nueva temática parecía ser de nuevo la Revolución, que se puede decir que había empezado desde el 58 con la trilogía que nos mostraba a Armendáriz como Pancho Villa y a María Félix como la heroína de la revolución.
Le tocaba también a nuestro personaje imbuirse de ese nuevo espíritu revolucionario que llegaba al cine nacional. Lo vemos así pues en Caballo Prieto Azabache (la tumba de Villa) donde actuó al lado de su esposa y le sirvió para demostrar su amor también por los caballos y los personajes revolucionarios como el Centauro del Norte. Realizó en ese mismo lapso más cintas caracterizado como los héroes populares de la revolución como; Juan Colorado, Lucio Vázquez, Gabino Barrera, Valentín de la sierra, el Ojo de vidrio entre otros integrantes de la memoria colectiva, representantes de la justicia popular y de la justicia humana. Héroes a los que se les acreditó todo tipo de hazañas y que con las interpretaciones de Aguilar sus mitos crecieron cada vez más. Igualmente en estas cintas se podía ver las habilidades ecuestres de Antonio Aguilar, así como los paisajes zacatecanos que fueron una constante locación en las películas que protagonizaba el charro de México.
En las postrimerías de esta década, Antonio Aguilar vuelve a compartir escena con otro de los grandes del cine, Johon Wayne en la cinta Los invencibles ambientada en los años después de la Guerra Civil de Estados Unidos.
Llegó 1970 y con él una de las películas más ambiciosas del cine mexicano, Emiliano Zapata. Un esfuerzo de Aguilar por hacer del “Atila del sur” el personaje principal de una película mexicana y romper con la imagen de Marlon Brando en el papel del revolucionario. Antes de esta cinta, el caudillo no había sido más que una simple referencia en varias cintas, igualmente en otras se dejaba entrever una ideología zapatista pero ningún cineasta se había atrevido a tratar tal tema.
Se utilizaron 12 millones y dos meses y medio de rodaje. Estaba a cargo de la dirección el principiante Felipe Cazals y contó también con un buen elenco, Jaime Fernández, Mario Almada y el también zacatecano y magnífico actor José Carlos Ruiz, entre otros. La cinta duró dos meses en su sala de estreno y se pudo observar aquí a un Antonio Aguilar con un maquillaje un poco exagerado, con tez morena, cabello lacio y con una seriedad a la que no nos tenía acostumbrado en sus otras películas.
Además debutaba como productor y argumentista con la colaboración de Mario Hernández, quien después sería su director de cabecera, y Ricardo Garibay en los diálogos.
El resultado no fue lo que se esperaba, la cinta salió bastante lastimada del tribunal de la censura por órdenes del gobierno, dejando una obra malograda con la cual Antonio Aguilar no quedó contento al igual que el director Cazals. Un filme al que se le criticó las fallas de rigor histórico y que quedó convertido en una historia oficialista priísta, porque el guión fue extremadamente cercenado quitándole lo que no convenía para el gobierno. Y eso que a la llegada de Echeverría a la presidencia se habló de una “política de apertura democrática” donde la revisión histórica en el cine era una herramienta política necesaria.
En el 72 las locaciones vuelven a ser en su hacienda de San José Tayahua, con dos cintas coescritas por él mismo La yegua colorada donde criticaba el caciquismo de los años 40 y Valente Quintero otro héroe popular revolucionario.
Otro de sus grandes éxitos fue en 1973 con la película Peregrina, un biopick del ilustre gobernador socialista yucateco Felipe Carrillo Puerto, ambientada en los años 20.
Volvía después a personificarse como el otro gran icono de la revolución mexicana, Pancho Villa en La muerte de Pancho Villa donde nuevamente se aprecian lugares zacatecanos como Vetagrande, Tacoaleche, Guadalupe y la capital. Es una trama basada en flasback que muestran las hazañas revolucionarias del Centauro del Norte, que aparece benévolo, llorón y pasivo en su casa de Canutillo y de Parral, hasta el día de su asesinato.
Como actor versátil, Aguilar interpretó a lo largo de los siguientes años películas con temas campiranos incluso trabajando al lado de su esposa y sus dos hijos como fue en Benjamín Argumedo (el rebelde), Volver, volver, volver, El rey y El moro de cumpas solo por mencionar algunas que fueron inspiradas en exitosas canciones.
Ya con más de un centenar de películas, siguió participando en distintas cintas donde mostraba sus dotes de cantante y actor, ya fueran comedias rancheras, revolucionarias y además trabajando en sus nuevas facetas, ya fuera como productor o argumentista.
La década de los ochenta veía como el cine mexicano se deterioraba cada vez más, pasando por las películas de cabaret y arrabal hasta los llamados narcofilms. Con una participación menor en estos años, Antonio Aguilar financió otro tipo de producciones de crítica social, sin embargo lo vemos trabajar en películas como Lamberto Quintero y El hijo de Lamberto Quintero donde alterna con su hijo Pepe Aguilar.
Sin embargo en 1988 regresa a otra película de corte histórica espectacular retomando al caudillo del sur Emiliano Zapata en Zapata en Chinameca también con un elenco estelar: José Carlos Ruiz, María Rojo, Blanca Guerra, Salvador Sánchez y Ernesto Gómez Cruz entre otros. Donde Antonio Aguilar volvía a encarnar en Emiliano. Tal vez su héroe revolucionario predilecto.
Zapata en Chinameca fue dirigida por Mario Hernández quien había participado en el guión de la de 1970. Y recreaba las escenas que fueron censuradas a la dirigida por Cazals. Ésta estaba inspirada en la novela “La muerte de Artemio Cruz” de Carlos Fuentes. La cinta abordaba el tema de la muerte de los ideales de la Revolución y el triunfo de los traidores. Y giraba en torno a la historia de un general falaz y apóstata al ideal de “tierra y libertad”, que se convierte después en terrateniente dedicado a ocultar títulos de propiedad hasta convertirse en un ambicioso cacique.
La cinta presenta un doble discurso histórico, el explícito: aquel que nos habla de la Revolución y la vida de Zapata; y el implícito, aquel que trata acerca de la muerte de los ideales de la revolución, reflejando la mentalidad de la sociedad en que ha sido elaborada la cinta. Recordemos que es 1988 y el país sufre cambios trascendentales en cuestiones políticas. Zapata en Chinameca manifiesta, en palabras del propio actor y cantante, “la realidad de la política mexicana”.
Extrañamente poco se ha hablado de esta cinta, que ha quedado un tanto escondida bajo el cine de deterioro que se realizó a finales de esa década. Después de está vinieron sólo cuatro filmes más, para terminar en 1992 con La sangre de un valiente, última en su carrera cinematográfica.
Una ocasión mencionó “el cine no me importaba mucho, me interesaba más cantar”, imagínense ¿cómo hubiera sido si le hubiera importado?
Sus películas son importantes para la historia del cine mexicano porque fue uno de los actores que más personajes históricos y populares encarnizó en las pantallas del cine nacional. Interpretó a las dos principales figuras de la Revolución, ambos asesinados en una trampa, aunque se identificó más con Zapata.
Tal vez Antonio Aguilar nunca se imaginó interpretar al revolucionario sureño, que justamente murió sólo un mes antes de que el intérprete naciera, en el año 1919. Tal vez nunca pensó que él, al igual que el verdadero Emiliano sería un dolor de cabeza para el poder, uno por su guerra, otro por su cine. Aún así siguió en pie, soportando la censura y plasmando en la pantalla sus ideales de hombre justo, amable y sencillo.
Es, indudablemente un pilar grande de la industria cinematográfica mexicana, principalmente de ese que deja entrever el folclor y además gran difusor de su tierra natal, de su Estado.
Tuvo la fortuna de alternar con otras luminarias del cine, de filmar bajo el mando de grandes directores y ser captado por grandes fotógrafos, pero sin duda la fortuna más grande y más bella que tuvo, fue que toda su vida estuvo al lado de la que muchas veces fue su amor en la pantalla, haciendo de la vida cotidiana un romance cinematográfico inigualable.
Hoy la historia del cine mexicano le rinde tributo, hoy la historia adquiere voz y con las mismas palabras que el cantó le dice “el tiempo pasa y no te puedo olvidar”.

Alejandro Ortega Neri
Más que a la soledad y a la penumbra, le temo a las ratas que rondan por ahí mientras te espero…

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