Sonido y visión


UTOPÍA Y NÉMESIS: BREVIARIO FÍLMICO

Si una utopía, más allá de su sentido etimológico (no-lugar), es lo que todavía no es, cabe preguntarse sobre el proceso, más que sobre el alcance del objetivo: ¿qué tiene que suceder, cuáles son las condiciones que debemos crear y de qué manera podemos transitar rumbo a ella? Y cuando se llega, la utopía ha muerto: por eso, estamos más en el terreno de la inspiración que de la concreción; más en el atisbo del horizonte que en la resolución cotidiana; más en la construcción colectiva que en el logro individual; más en la desmesura que en el cálculo racional.

La utopía es tan certera en el sueño como difusa en la realidad. Vale la pena cuestionar: ¿utopía para quién? ¿O podríamos hablar de antiutopías? A la religión primero, a la ciencia después y a la tecnología informática ahora, se les ha querido ver como las promesas para crear esa utopía de bienestar y felicidad para el género humano, resolviendo todos los problemas y dotando de sentido y significado a todos, jugando a desarrollar peligrosos estados de perfección que al final rara vez apuntan al Bien Común.

De Platón a Tomás Moro; de la Nueva Atlántida de Francis Bacon a La ciudad del sol de Tomasso Campanella; de la oscuridad de George Orwell al espíritu en la máquina koestleriano; de 1789 a 1848 y de 1968 al 2001, pasando por 1989, las utopías y sus contrapartes han recorrido el pensamiento de la cultura occidental. Como al cine nada le es ajeno, ha sido vehículo de expresión para retratar estos mundos imaginarios que, no obstante, nos interpelan en nuestro cotidiano. Sobre todo, son las antiutopías las que han poblado las pantallas con el peligroso sino del totalitarismo desbocado, a pesar de mantener el arquetipo del héroe como figura mítica.

En Intolerancia (Griffith, 16) se planteaba, desde la denuncia, la utopía de la convivencia armónica, que según ciertos cánones, sólo podía conseguirse a partir de la Revolución: los grandes cineastas soviéticos de los veintes lo plasmaron con la convicción de que sus películas estaban al servicio del movimiento de 1905, como el modélico caso de El acorazado Potemkin (Eisenstein, 25). Y en contexto más acotado pero igualmente transgresor, Cero en conducta (Vigo, 33) esparcía las plumas por los nuevos aires de libertad, para que años después se dificultara decirle Adiós a Lenin (Becker, 03), estar siempre regulando La vida de los otros (Henckel von Donnersmarck, 06) o asumir La caída (Hirschbiegel, 05) de la superioridad racial.

La utopía pacifista encontró en La gran ilusión (Renoir, 37) acaso su primera obra cumbre que ha servido de inspiración para incontables films de corte antibélico: guerras locales, regionales o mundiales –y hasta interplanetarias- de hoy, ayer y anteayer, siguen siendo motivo para mantener el mensaje de paz, no exento de maniqueísmo en muchas ocasiones y de perversas manipulaciones ideológicas que acaban resultando justo lo contrario: las contrautopías o el Apocalipsis ahora (Coppola, 79).

Mientras tanto, la utopía espacial, con todo y sus tintes metafísicos, viajaba a través de sus dos pilares: 2001: Odisea del espacio (Kubrick, 68) y Solaris (Tarkovski, 72). Las respuestas están más allá de la especie humana pero quizá en su propio origen, atrapadas en El planeta prohibido (Wilcox, 56); encerradas en El séptimo sello (Bergman, 57); difuminadas en Las alas del deseo (Wenders, 87); enraizadas en La fuente de la vida (Aronofsky, 06) o cercanas a cualquier Alerta solar (Boyle, 06).

Justo cuando pensábamos en la linealidad de la historia, en el progreso como lógica única, vendrían los desencantos. Para ejemplificarlo, qué mejor que recurrir a Denys Arcand para conversar sesudamente en La decadencia del imperio americano (86) y rememorar nostálgicamente en Las invasiones bárbaras (03). Antes, tanto beatniks y hippies (ejemplo reciente: El hombre oso, Herzog, 05) como el resto de los hijos de la contracultura (Zabriskie Point, Antonioni, 70) dibujaban en sus visiones ciertas posibilidades de un futuro divergente al impuesto por el status quo… ¿para convertirse en él o para continuar como Soñadores (Bertolucci, 03)?

La distopía experimental o, si la pensamos en términos fílmicos, se encuentra en Naranja mecánica (Kubrick, 71) retrato implacable de la hipocresía social que se desenvuelve por igual en Atrapado sin salida (Forman, 75) y en Brazil (Gilliam, 85), especie de síntesis en la que caben diversos totalitarismos, burocracias y modas de todos colores, a lo largo y ancho del siempre tramposo espectro político, funcionando de acuerdo a La historia oficial (Puenzo, 85) tendiente a eliminar los micro relatos.

Cerramos con la utopía creacionista: de Frankenstein a la Matrix (Wachowski Bros. 99), la creación se vuelve hacia el creador. El Gran Hermano como la antiutopía libertaria en aras del control, tipo Sentencia previa (Spielberg, 02) o Fahrenheit 451 (Truffaut, 66), al tiempo que la homogeneización y la ingeniería genética nos lleva a las últimas consecuencias como en Gattaca (Niccol, 97). Los absolutismos donde nunca vamos a caber todos, como resultado indeseable de la utopía.

¿Será que pronto viviremos en Días extraños (Bigelow, 95) y soñaremos con ovejas eléctricas, mientras recorremos circuitos de chips en busca de alguna aventura sensorial que nos recuerde la carnalidad de donde venimos? Un mundo feliz…

José Fernando Cuevas

Junio, 07

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