Sonido y visión

BEOWULF: DE HÉROES Y OTROS DEMONIOS


La primera cuestión que viene a la mente tras empezar a ver la nueva aventura cinetecnológica de Robert Zemeckis, tras Expreso Polar (03), es ¿para qué? Es decir, no queda del todo claro, al menos desde el punto de vista de la estética visual, el sentido de digitalizar actores con avanzados procedimientos para mirarlos como parte de un sofisticado videojuego rico en texturas y ambientaciones, con el consabido componente de acción.
Si los efectos visuales sirven, o al menos eso creíamos, para crear situaciones o escenarios de otra manera imposibles de llevar a la pantalla, entonces qué caso tiene modificarlo todo para generar un despliegue sintético ante nuestras pupilas. Una de las finalidades, supongo, tiene que ver con reformular la experiencia 3-D para hacernos sentir dentro de las correrías del héroe enfrentándose a sus propias decisiones, más que a los monstruos y su progenitora, toda una especialista en el arte de la seducción (Angelina Jolie), como lo podrá corroborar el señor Pitt.
Inspirada en un antiguo poema épico inglés ambientado en los años 500’s (previamente adaptado por el poeta Seamus Heaney), actualizado –casi reformulado- por los especialistas Roger Avary (viejo colega de Tarantino) y Neil Gaiman (guionista de La princesa Mononoke y autor de Stardust), Beowulf (EU, 07) se inserta en las vertientes del cine digital, junto a 300, por citar un caso reciente, y del de las aventuras épicas, puesto al día por la trilogía de El Señor de los Anillos y toda su estela de influencia.
Con algunas salpicadas gore, que incluyen desmembramientos y violencia gráfica, y desnudos convenientemente presentados, la puesta en escena termina por atraer gracias a la exhaustiva producción informática, más que por el desarrollo argumental. Impresiona, desde luego, la recreación de secuencias tanto en el aire como bajo el agua y en espacios abiertos y cerrados, puntualmente iluminados y capturados a través de elaborados procesos en las salas de cómputo.
Un monstruo mocoso de oídos sensibles y maternalmente sumiso conocido como Grendel (Crispin Glover), gusta de interrumpir salvajemente cualquier celebración en la comarca danesa, lidereada por un rey en decadencia (Anthony Hopkins) soportado a regañadientes por la estoica reina (Robin Wright Penn) y por su conspicuo consejero de cabecera (John Malkovich). La llegada del guerrero que da título al film (Ray Winstone), apoyado por su fiel escudero (Brendan Gleeson) supondrá una esperanza de liberación cuando se enfrente al gigante sin piel y a un dragón, fruto de la ambición desmedida de quien ostenta el poder.
Irreprochable resulta el diseño de arte y la versatilidad de la cámara, así como la creación de escenarios y el uso del color; no obstante, por más que uno busque detrás de todo este derroche tecnológico, es difícil encontrar emoción genuina, más allá de admirar la construcción de las batallas. El tono épico, que debiera entenderse más desde el corazón que desde los músculos, acaba por diluirse y la propuesta visual termina por distraernos de los propios personajes y su profundidad: el héroe, a pesar de su potencial, queda más como personaje de historieta.
Aunque pareciera que la película se basa en la testosterona, son los personajes femeninos los que acaba por resultar más atractivos, desde la diabólica madre hasta la prudente reina, pasando por la joven amante en turno (Alison Lohman).Y ahí está, en sus diversas facetas, la manifestación del poder con algunas de sus aristas: de la posición política, del sexo, de la fuerza bruta, de la oscuridad, de la paternidad…
Una cinta, en síntesis, que funciona más como ejercicio tecnológico que como obra fílmica; más en la construcción visual que en la narrativa y mucho más como proyecto que como realidad. Un intento con más carne que alma, con más bits que neuronas, con más píxeles que sentimientos.


Fernando Cuevas
Nos leemos después.
Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx

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