Calandria

Los Etruscos, vecinos eternos de Roma la eterna, tenían fama de interpretar prodigios y conocer la cura de enfermedades diversas. Tanta era su ciencia en las artes ocultas a los hombres que tenían un singular remedio para casos difíciles. Se cuenta que con uno de sus varones ilustres, Miriátides Corvo, Apolo estaba en deuda, una cuyo origen la tradición ha perdido. Para resarcir este contrato, el dios del sol y la lira le confío un secreto capaz de salvar la vida de sus muchos guerreros. Que una vez heridos por hierro o venenos, ya fuera animal, mineral o vegetal, los expusiera al canto inducido de una calandria. Para tal fin los ejércitos Etruscos habían criado una raza de aves particularmente efectivas, dichas calandrias eran alimentadas y parían a la sombra de los montes de Faleria. Cuando un herido presentaba la gravedad necesaria, se tomaba un ave de esta crianza, se le arrancaba un ala con el fin de que gritara y esperaban que este chillido lanzara fuera del cuerpo el veneno o cerrara la herida del hierro más feroz. Si la calandria guardaba silencio, nada quedaba por hacer, sino cerrar los párpados del caído, aún cuando él insistiera, terco, en mantenerlos abiertos.

Luis Alberto Arellano

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