odeio você

Veio um golfinho do meio do mar roxo…, cantaba el bahíano mientras los tres únicos músicos que lo acompañaban sacaban la nota de la noche: virtuosos, jóvenes, descarados, ¿qué más se le puede pedir a una banda, si, con estos rasgos, acompañaron a Veloso (Caetano, claro) durante su concierto? Odeio você, odeio você, odeio você…, terminó la canción entre el paroxismo de los asistentes.

Antes de eso, en el camino, me topé con una mujer que hace tiempo no veía. Ella dejó caer tal sorpresa e indiferencia —pasaba de una a otra— que no las pude evadir ante la imposibilidad de la situación: esperábamos en la misma fila del banco. Ella siempre afirmó entre cierto círculo de amigos que años atrás yo le había hecho perder algo de su tiempo, inocencia y dinero, ya que fui el depositario de una parte de sus emociones y ahorros que, al distanciarnos, tardé en devolverle (sobre todo el dinero).

Tiempo después le pagué todo lo que le debía y se involucró con un primo. Al parecer se llevaron bien hasta que le propuse a él que me vendieran el coche de ella. El vehículo —el vocho, para ser sincero— marchaba sin problemas y tenía buen color pese a los treinta años de uso. Le pagué hasta el último centavo pero nunca hice el cambio de propietario; fue mi primer carro: en él me fui a mi primer trabajo serio y pasee a mi primer hijo y esposa. Más tarde le di el coche a mi papá y él se encargó de hacerle sentir que era un modelo ‘74: choques, banquetazos, tapicería rota y dos estéreos robados. Hace poco me llamó la mencionada mujer y me dijo que acababa de ser requerida porque debía siete mil pesos de multas de estacionamientos, y que si yo no pagaba y hacía los trámites correspondientes me levantaría una demanda.

Pedí una reducción al ayuntamiento y pagué sólo 60 por ciento del adeudo, hice el cambio de propietario y me olvidé de la mujer, al fin que mi primo vive fuera del país, hasta nuestro encuentro en el banco. Tras 20 minutos de hacer la fila juntos sin hablarnos, yo estaba apenas un turno antes que ella, pasé a la caja y tardé tanto que cuando le tocó llegar a ella a la ventanilla contigua le dijo el cajero que ya no había “línea”, y que “no podrían realizar su trámite”. Por supuesto se indignó y se puso a gritonear, llamó al gerente y les tiró al piso todos los folletos que tuvo a su alcance. Cuando se dio por vencida me alcanzó en la puerta —porque me detuve a admirar su escena— y me dijo “te odio”, como nadie jamás me lo había dicho.

Todo eso recordé mientras Caetano y sus músicos deleitaban la noche, y al terminar una canción Veloso explicaba que odeio você (“te odio”) es la forma más cercana para decir amo você (“te amo”); y así seguí todo el concierto, sin poder entender la complejidad músical de Caetano de cara a la simpleza emocional en mi encuentro de aquella tarde. Esa sí, para olvidar.


Carlos López de Alba (Guadalajara, 1978). Editor y narrador,

dirige la revista Reverso (revistareverso@gmail.com).

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