Húmeda punta de la lengua

José Ángel Higuera y El espejo roto del río

§El poeta digital

La imagen que tengo del poeta José Ángel Higuera es de un hombre que se cuenta los dedos de la mano. Ángel oye la poesía y sigue el ritmo con los dedos, contando, o mejor dicho, cantando las sílabas con los dedos de la mano. No se lo quiero decir, pero he sospechado que cuando uno habla con él está contando las sílabas de la conversación: buscando un octosílabo, un endecasílabo. Ángel cuenta y recuenta la poesía y la ha querido celebrar poetizando. Contando y recontando los fragmentos de su espejo roto del río.

Ángel señala con un dedo las palabras, las sílabas, las letras, los acentos; Ángel va por ahí, señalando las sílabas que parece palpar con la yema del dedo. Como buscando el número, pero también la textura, las bajadas y alturas de los versos, Ángel señala con los dedos, sin miedo a que se le llenen de verrugas.

En su poesía se nota. Ángel sabe que la poesía es una ciencia exacta, que necesita un número preciso de palabras, un tipo preciso de sonidos, un tipo preciso de sabores, una cantidad precisa de humedad para existir. Se moja la punta del dedo para saber en que dirección se lleva el viento las palabras, mete el dedo meñique en el caldo poético para comprobar la temperatura: mete la lengua para degustar el sabor.

§. La poesía se hace en la punta de la lengua

Todos sabemos que se piensa con el cerebro, que se ama con el estómago; todos sabemos que la poesía se lee con el oído, todos sabemos que se escribe con la lengua. Con la punta de la lengua. La lengua es el órgano más íntimo del deseo, el más introvertido de los hablantes. El espejo roto del río, un álbum descreído de amor y (¿pero?) voluptuoso; poemas húmedos de mar, de lluvia y de saliva, escritos con dedos y con lengua. El rumor del mar, el proceloso río. «Desnuda a la orilla del río creces como junco/ la brisa del verano rodea tu cuerpo con múltiples caricias/ levitando te preparas a penetrar al agua, a poseerla// dentro de ella te envuelve su lengua tibia».

Poesía del tacto y la saliva. Poesía que busca y encuentra en la punta de la lengua todas sus palabras. Las palabras son muchachas que huyen a la punta de la lengua, esa punta que debe contener listas y listas de preciosas palabras que se van de nosotros como huye la carne del encabritado deseo. Poemas donde el agua muestra sus eternas transmutaciones: mar y saliva, río y humedad; pero además la lluvia, como ese símbolo de la indiferencia melancólica. La lluvia que caerá, el río que seguirá su turbulento curso, más allá del humano deseo. Y es entonces que la poesía de Ángel reúne voluptuosidad y lucidez. La voluptuosa lucidez de la poesía, que revela el fracaso invencible del amor: el espejo roto sumergido en el fondo del deseo. Entonces el amor es el fracaso más profundo, el naufragio que escribe el epílogo del deseo, «allá un pez devora un trozo de espejo // un bocado corta mi garganta// es la hora.» Y en el naufragio, en la asfixia por agua, comienza la canción más larga, aquella que consiste en buscar la última palabra la que no se habrá de encontrar, perdida en la punta de la lengua.

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Bienvenido sea El espejo roto del río, fruto de la aventura de Ediciones de botella, que ahora alcanza el número VII de su serie Pavesas; esfuerzo de jóvenes editores que han sabido combinar la publicación de autores reconocidos en el ámbito nacional (como Eusebio Ruvalcaba) con escritores que logran ver su primera edición bajo este sello. Que el naufragio sea largo, muchos los libros de botella.

Javier Acosta, septiembre de 2007.

José Ángel Higuera El espejo roto del río. Ediciones de Botella, Zacatecas, 2007, 20 pp.

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