colaboración especial

Artistas del hambre I

(Ayunadores cristianos)

Sigifredo Esquivel Marín

Los ayunadores no flaquean, se mantienen siempre fuertes porque comen el cuerpo y el vino sagrados de Dios. La fe es su pan de cada día. Los ayunadores comparten esa amarga definición de Ambrose Bierce de lo “Comestible”: “Dícese de todo aquello que es bueno para comer, y fácil de digerir, como un gusano para un sapo, un sapo para una víbora, una víbora para un cerdo, un cerdo para un hombre, y un hombre para un gusano”[1].

Fueron los monjes cristinos quienes adoptaron y adaptaron la práctica del judaísmo, y su concepto grecorromano, e hicieron del ayuno una forma de arte y un ejercicio místico. Concibieron el ayuno como auténtico símbolo de unión divina. Los héroes del ascetismo monástico preferían hortalizas crudas y verdura cocida: un plato de verdura cocida tenía el carácter de comida festiva. Desde las vanguardistas clínicas de ayunoterapia y adelgazamiento hasta prácticas budistas y new age, los ayunadores saben que no sólo se trata de adelgazar sino que es una manera de vivir muy singular que replantea la relación con la comida, la bebida, el trabajo y la vida entera. Empero, el sentido del ayuno está casi olvidado, según un religioso de la abadía de Münsterschwarzach dos son los motivos principales por los que el ayuno está perdiendo su sentido: el dualismo (se recalca el espíritu del ayuno y se mira con desdén al ayuno meramente corporal: el ayuno adquiere un carácter económico). Y el legalismo (la iglesia se contenta con una serie de reglas sin preocuparse del significado y objetivo últimos y olvida el sentido de su ejercicio).[2] Los ayunadores saben que con la venida de Jesús como Mesías ya no habrá más pecado ni muerte, y sólo entonces el ayuno perderá su significado original; mientras tanto hay que ayunar mientras se espera la segunda venida del Señor que consume la perfección del mundo; espera mística del amado, el propio Cristo es el esposo que vendrá en mitad de la noche y desposará con el alma del penitente. El ayuno posee un sentido escatológico y erótico. Se ayuna porque todavía no ha llegado la salvación. Sin embargo el ayuno también posee otra significación escatológica no comer alimento corpóreo sería alimentar el Espíritu con el Espíritu –carne metafísica de Dios– y por tanto no defecar desechos materiales: purificar el cuerpo de su materialidad perecedera. A través del ayuno el ser humano se acerca a la salvación entendida como emancipación corpórea.

El Antiguo Testamento describe el pecado original como el acto de comer la fruta prohibida. La inclinación a comer y el impulso oral buscan acapararlo todo, muestran el ansia de afirmar una existencia fugitiva e intentan desesperada e inútilmente colmar el hueco insobornable de la nada. Al rechazar nuestra radical banalidad buscamos engullir el mundo entero para ser como Dios. Al ayunar reconocemos la grieta de la nada que abre nuestra existencia y suplicamos al Creador que nos otorgue la gracia de tener un poco de dicha y perfección en nuestra vida. Por eso los ayunadores se preparan para recibir limpiamente la eucaristía: ese acto íntimo de unión con Dios donde las dádivas del pan y del vino se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo. Tal es el sentido de consagrar la comida y la bebida: volverse uno con Dios, liberar el impulso que nos determina y gobierna; est tal es el verdadero deleite de la beatitud. Hombre de complexión robusta, placeres sencillos y sobre todo, de buen comer, por algo fue apodado el buey, Santo Tomás sabía que el deleite corporal no es la beatitud, ni siquiera uno de sus accidentes, pues “es imposible que la beatitud del hombre esté en algún bien creado. Consecución del fin último y gozo de la verdad última y perfecta, la beatitud no puede estar sino en la fruición de la esencia divina”[3]. Empero, la beatitud es únicamente potestad de Dios, el hombre sólo puede estar en pos de la beatitud sin alcanzarla por completo. La beatitud premia la vida virtuosa. Y el acto de ayunar está orientado hacia la esencia de la beatitud.

Desde la antigüedad, el ayuno ha sido practicado por budistas, sufíes, órficos y pitagóricos. Se ha considerado que ayunar es sanar cuerpo y alma. Protección ante la influencia demoníaca y revitalización del organismo enfermo, es liberarse de fuerzas y poderes maléficos. Filósofos naturales, los ayunadores griegos buscaban purificar la mente y alcanzar la felicidad y libertad interiores. El profeta del oráculo de Claros ayunaba durante tres días antes de anunciar los preceptos divinos. Los neoplatónicos consideraron que el ayuno hace el hombre semejante a Dios. A través del ayuno liberan el alma de ataduras carnales y la purifican hasta que sea una con lo divino. El ayunador redescubre aquello que permanece oculto a los sentidos. Los cínicos veían en el ayuno la liberación absoluta de cualquier determinación extrínseca. En cambio para los estoicos su fin era alcanzar la felicidad como libertad interior según una vida conforme a la razón. El asceta hace del ayuno una forma de arte de pensar y método de vida. El hedonismo de los epicúreos exige la imperturbabilidad personal en base a un modo de frugal vida. Para las antiguas escuelas filosóficas el ayuno es inherente al ejercicio del pensar, conduce a la libertad interior y autorrealización: la sabiduría. Razones similares aducen las grandes religiones orientales como el hinduismo, el budismo y el taoísmo. Para el Islam el ayuno contrarresta la frivolidad. En todas las religiones ayunar es purificar y purificarse, abrirse a Dios y a sus virtudes. Ya los Padres de la Iglesia habían enfatizado la importancia del ayuno de cuerpo y alma. San Atanasio coincide al señalar que el ayuno sana enfermedades y deseca los humores malignos, expulsa los amores insensatos y libra de malos pensamientos. Para Tertuliano el ayuno tiene un significado místico: nos revela a Dios y sus misterios insondables. Fruto de una sabiduría mortalmente humana, ayunar es ver a través de las cosas su sentido invisible. El ayuno abre las puertas de la percepción del inconsciente; al ayunar el hombre orienta su libido hacia los símbolos arcanos. Vivir absteniéndose, el ayuno también abre el templo de nuestro cuerpo para que sea habitado por la palabra de Dios. Gambusinos de gozo celestial, mortificadores de los apetitos bestiales y amantes de Dios, los ayunadores son viajeros inmóviles que buscan el camino para una vida angélica en la patria interior, en la luz espiritual; el magma del inconsciente. Por lo mismo, constantemente experimentan depresión y se sumergen en laberintos maniáticos. Debido a su estimación exagerada e hipersensibilidad, pueden volverse autistas y regularmente son egocéntricos. Iluminación o deslumbramiento, luz o ceguera, sabiduría o locura están unidos en el ayuno. El abismo de nuestra impotencia clama ante el abismo de Dios, pero casi siempre ninguna voz audible reclama la escucha.

Hoy se comercia la ayunoterapia como el combate de muchas enfermedades y trastornos. Los antiguos ayunadores cristianos buscaban que su cuerpo se convirtiera en Templo del Espíritu Santo, que se tornara transparente para el espíritu divino. Se sabía que no poseemos un cuerpo sino que somos nuestro cuerpo. Abrirse a Dios es abrir el cuerpo a lo divino. El ayuno nos desnuda, muestra nuestra finitud de forma unitaria y absoluta, permite experimentar de forma única e íntima nuestra más honda realidad singular: que estamos en pos de Dios y que sólo Él puede apaciguar nuestro desasosiego por medio de la gracia divina. Con trágica fortuna, pero idéntica fuerza, los ayunadores actuales enfrentan sus pasiones y sus pensamientos, su finitud y su precariedad. Y aunque ya no luchan contra la pureza de corazón, ni el vicio o pecado. Los ayunadores posmodernos saben –en carne propia– que ayunar no basta, para alcanzar sus objetivos estéticos y dietéticos, utilizan distintas estrategias: en lugar de la oración y el amor al prójimo, la mortificación del cuerpo con masajes, cremas reductoras, acupuntura, gimnasios y cursos intensivos de yoga. Guerrero que se anticipa ante el estado de sitio del enemigo, el ayunador no espera ser sometido, sino que vuelve débiles a sus adversarios al fortificar su intemperie. A través del ayuno uno encuentra a sus verdaderos enemigos, y finalmente se encuentra consigo mismo. Los ayunadores se despojan de todo lo superficial, descubren en la bebida y en la comida un autoconsuelo fugaz. El ayunador abre sus heridas profundas, descubre su verdad más profunda e intransferible. Después de ayunar durante cuarenta días en el desierto, Jesús confronta su existencia humana con el verdadero adversario: la posibilidad de fracasar ante Dios. Detrás del relato de las tentaciones se (des)vela el rostro de nuestro mortal enemigo; “El ayuno y el desierto están relacionados entre sí. Ambos nos enfrentan con la más pura desnudez. Nos despoja de la venda tras la que se ocultan nuestros verdaderos deseos y pensamientos. En el desierto no disponemos de refugio alguno tras el que nos podamos esconder. Y el ayuno nos hace más vulnerables ante esta falta de refugio”.[4] Lo que Friedrich Nietzsche contempla horrorizado como negación de la vida, los ayunadores cristianos glorifican como afirmación de la más plena vida interior y espiritual. Han visto a la bestia interior y quieren someterla, por eso ayunan para conseguir la admiración de los demás. Su sentido reside en la paz interior y la lucha desmedida contra la soberbia de saberse ayunador. El ayunador va más allá de sus propios límites. Como replicara San Agustín a Nietzsche por anticipado, “no se trata de un enfrentamiento del espíritu contra la carne motivado por el odio sino el deseo de liberarse”. Los ayunadores desplazan la voluntad de poder a otro plano, su verdadero objetivo es tener un corazón puro y volverse transparentes a Dios. Ayuno y oración van siempre de la mano y con ambas manos, pues ayunar es rezar –en silencio– a Dios con todo el cuerpo. Si la oración es una plegaria de alabanza a Dios, el ayuno es su invocación en cuerpo y alma. Clamor del ser hacia Dios, el propio ayuno es ya una plegaria. El ayuno nos vuelve compasivos, nos conmueve hasta las entrañas; las entrañas son el abismo y relámpago interior de emociones oscuras. Ayunar no obtura las entrañas sino que las abre al exterior más absoluto. Al ayunar me vuelvo una persona abierta y solidaria, me torno por completo vulnerable. Ejercicio de compasión y misericordia, al ayunar me elevo impotente hasta mi abismo para arrojarme desde ahí al abismo de los demás bajo la compasión de Dios[5]. Devoción sacramental, confesión de la propia impotencia, expresa una profunda solidaridad por el dolor de los otros y una esperanza de que Dios sea el camino de toda solución. Se ayuna para estar despierto y abrirse al Espíritu y no confundir el bienestar con la benevolencia de Dios.

Hoy se ayuna por doquier, escasamente en los monasterios. Cristianos y musulmanes, agnósticos y ateos ayunan por diferentes motivos. Se ayuna por la paz, la guerra, la vida, la muerte. Algunos buscan autocontrolarse, otros sentir la solidaridad real; hay los qu experimentan nuevas terapias. Se ayuna para meditar, por la salud, por la estética, para tener un cuerpo delgado y ser princesa o príncipe de cristal. En cualquier momento el ayuno se convierte en anorexia. Trastorno mental con devastadores efectos corporales, la persona anoréxica rechaza su cuerpo y sexualidad. Rebelión contra la vida y la corporalidad, la anoréxica odia la representación de su cuerpo. En las sociedades del consumo, se ayuna como castigo y flagelación de una imagen corporal imperfecta. La obesidad y la vejez son la peste social de la cultura posmoderna, la cual ha divinizado la delgadez y la juventud. El ayuno posmoderno está ligado al miedo, miedo de comer algo perjudicial y nocivo para la salud y, como hoy todo puede ser científicamente nocivo o tiende a serlo, más miedo y ansiedad genera comer. Cuanto más miedo tenemos comer más nos enferma comer. Los ayunadores han escuchado a su cuerpo. En el silencio cristalino, el cuerpo del ayunador habla el lenguaje secreto de las cosas. Sólo seremos uno con nosotros mismos cuando aceptemos todo lo que hay en nuestro interior. Meditación y contemplación, conocimiento y autorreconocimiento, el ayuno es la encarnación traslúcida de nuestro ser. (02/08/07)



[1] Ambrose Bierce, Diccionario de Diablo, Buenos Aires, Ediciones Libertador, 2004, p. 38.

[2] Anselm Grün, Ayunar, Conjugar en cristiano, Madrid, San Pablo, 2006, pp. 6-7.

[3] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica (Selección), México, Espasa-Calpe, 1994, pp. 99-101.

[4] Anselma Grün, Ayunar, Conjugar en cristiano, Op. Ci., p.37.

[5] Ibid. p.58.

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