DIARIO

I. Éste es otro sábado. Al concluir la lectura de ABC, seguí con el libro de Scherer García. Una media hora después, tras subrayar algún sustantivo preciso, un verbo rápido o uno de los adjetivos que suelen caracterizar la redacción del fundador de Proceso, me pasé a la computadora. En la máquina revisé una reseña sobre las revistas literarias que circularon en el xix en la ciudad; eso sí, de rato en rato juegue con el Spider solitario, para distraer la mirada…

II. Justo, en ese sábado, cuando le fastidió seguir leyendo en la computadora, el lector creó un nuevo archivo para escribir sobre sus percepciones –muy limitadas, por cierto- de la estancia veraniega. Sigue el proceso visible de un sujeto poco letrado y menos competente en la escritura literaria: redacta lentamente, lee y relee para corregir. Escribe, obviamente, lo que no puede contar a otras personas. Por ejemplo, dice que con ese día han transcurrido tres sábados fuera de localia y que la melancolía está acentuada por las ausencias y la insoportable distancia.

El lector escribe, utilizando las imágenes de Ciudad de ciegos, el efecto que le provoca el ruido de las llaves en la cerradura de la puerta del departamento. Más cuando el sonido es generado por la persona deseada. El objetivo del texto, que redacta el lector, es reconstruir las rituales esperas sabatinas:

Le espero en el sillón ejecutivo, frente a la tv y junto a la mesa de trabajo. En ella, como efecto del trabajo diario, están los periódicos que leí (EP –viernes y sábado-, y Milenio). Para dar fe de ello hago, sobre todo en los suplementos, anotaciones, rayas y notas que le compartiré en la conversación. Le aguardo con paciencia, pero también tengo la maldita espera a flor de piel –por si no llega-…

Asienta que la espera inicia a la media noche. Que puede pasar la una am, pero si arriba solo a las dos, el siguiente encuentro será una semana después. Anota que la soledad es interrumpida cuando ocurre el estruendo que genera el abrir y empujar la puerta mal instalada del departamento. Relata que la visita avanza directamente a la silla que es parte de la mesa de trabajo. Y no saluda con la mano, sino con el clásico -¿Qué haces?

El lector reconoce que no le frustra que la visita se sigue con el monopolio de la palabra; pues, sin esperar respuesta, reseña las cuitas del día o de la semana -y que nunca repite un episodio-. Pero sí le acongoja que lo dicho sea de asuntos domésticos: que la ropa, el decir de sus compañeros de trabajo, las nuevas formas de hurtar en la tienda, -donde, por cierto, los objetos en venta son de un precio superior al salario mínimo obrero-.

Como no está asentado por el lector, se puede intuir que en la perorata de la visita no aparece la cita de un libro (pese, a que la tienda vende múltiples impresos de diferente contenido). Otra omisión notoria en el texto del lector son los detalles sobre terceras miradas, los guiños para otros rostros y las otras malditas aguas saladas que cotidianamente aparecen y se consumen sin remordimiento. Tampoco señala cómo interrumpe o en que momento le corresponde hablar. Pero sí está lo que dice: los paseos, las adquisiciones en el mercado nuevo y las lecturas que hizo ese día. En la línea de la lectura, coloca el fragmento de un poema que posiblemente leyó en Babelia o Laberinto:

Ven, déjame,

Que no queden márgenes entre tu cuerpo perfecto y mis manos,

que pierda el control con tus superficies trémulas,

único horario esclavo al que consagro cada segundo.

Ven y deja que me envenene contigo,

satisfecho por la cicuta jugo de tus pupilas sorprendidas.

Ven y deja que venere el grito desenrollado

Que mi laringe hace arrancar a tu vientre,

que ese instante sea lastre suficiente para el resto de mis días.

Ven este jueves por la madrugada,

o ven mañana.

Ven cualquier día o ven siempre. Pero ven.

Me gusta suponer que la lectura es en voz alta, que las palabras son pronunciadas sin declamar, porque el afán es persuadir con tiento, para procurar que perviva su historia.

III. Si el texto que leíste, le agrada, te tomará la mano, recorrerá tu rostro con la mano izquierda, o directamente te besará. Suave al principio... y a partir de ahí, sin que el tiempo se detenga, al cielo le tenderán una sombrilla, el foco puede seguir encendido, está es una story común. Recuerda: si es week-end sin quincena de pago, al abrir tus ojos estará junto a ti

[…] Descansa, le dije, descansa

porque esta plegaria pierde su valor

como salvoconducto al empapado harén de recuerdo perfectos justo con la luz del día.

Ahora descansa, sólo descansa. [Octavio Gómez Milián]

Marco Flores

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