Las ciudad y el misterio. Sal, si puedes, de Salsipuedes

La ciudad como misterio, como anclaje, como esa suerte de paisaje que siempre viene a la memoria, aun cuando se está lejos de ella. Borges hizo lo propio con Buenos Aires, Baudelaire con París. Ambos le imprimieron a su urbe un cariz de inmortalidad. Alrededor de las ciudades se tejen historias, cobran vida los poemas, se trazan nuevas cartas de navegación, acaso para aquellos que desean huir, hartos del marasmo que sobreviene al anclaje. Lo que quieren es salir de ahí y perderse en el olvido.

Todos somos tránsfugas, viajeros de paso que encuentran no sitios para vivir sino lugares para aprender a sobrevivir. Sal, si puedes; olvida, si es que alguna vez tuviste memoria. Así son la urbes, es parte del encanto que guardan con todo y los personajes que alojan.

Granja de hormigas, caldo de cultivo para sentimientos y, sin embargo, el devenir de los años no hace otra cosa que arrojarnos en la cara la certeza de que hemos sido nosotros mismos desde el principio.

De eso está conciente Alejandro García, también tránsfuga, también viajero incansable y empedernido bibliófilo, que teje alrededor de una ciudad, no inventada sino intuida, un puñado de historias que por momentos parecen devorarse entre sí.

Salsispuedes: el sitio. Salsipuedes: el personaje. Salsipuedes: la recomendación y, al mismo tiempo, la advertencia. Alejandro García nos dice que las cosas pueden verse desde una perspectiva un tanto oblicua. Incluso hace dicho planteamiento en varios de los relatos que integran su libro de cuentos llamado Salsipuedes.

Nos ofrece no una, sino diversas posibilidades de lectura y no menos niveles del discurso. Hay en Salsipuedes un abierto desafío a la estructura tradicional del relato. Todos los caminos llevan a Salsipuedes, parece advertirnos y, a la vez, invita a mirar hacia el interior, a lo más profundo de la condición humana, donde conviven el placer, la tristeza, el dolor, la alegría

Alejandro se vale de un tono que alcanza su máxima algidez cuando parece resignarse a aceptar la nula existencia de una salida de emergencia. Como decía el Rey Lagarto: nadie sale vivo de aquí. Salsipuedes también es un paseo inmoral por una ciudad que no existe y en la que, sin embargo, conviven personajes que por momentos parecen no entes sino voces, susurros en ocasiones, o una entramado de alegatos que emulan el barullo de una urbe, que bien podría servir de fondo para que se desarrolle ahí cualquier fantasía pop.

Abróchese o desabróchese el cinturón. Está usted a punto de entrar o de salir, si lo prefiere. Salsipuedes será su guía, la voz, voces, personajes a quienes parece pesarles la idea de estar en ningunaparte e ir a ningúnlado, con la terrible certeza de que ellos mismos se ha convertido en apenas una sombra de lo que pudieron haber sido alguna vez.

Hace tiempo, cuando tuve la fortuna de realizar una primera lectura de esta colección de cuentas, recuerdo que llamó poderosamente mi atención la capacidad de Alejandro para llevar el discurso al máximo.

Reconozco en él a un escritor no sólo preocupado por la forma, sino también interesado en explotar nuevas vías para abordar la narrativa, de tal manera que permita la menos concesiones al lector. En ese sentido, me atrevo a decir que Salsipuedes es un una de sus obras (llamémosle así) más experimentales. Con una destreza inquietante revela en la lectura varias posibilidades de abordar la historia, pero también abre otras nuevas que rebasan el concepto más conocido de la anécdota.

Los temas (vicisitudes humanas, en su gran mayoría) son de la más variada naturaleza. Hay cuentos como «Placer», donde asistimos, por ejemplo, a una sesión sinestésica de la mano de nuestras fantasías más cachondas. Y otros donde la crueldad del hombre también queda al descubierto hasta que, poco a poco, sucede lo mismo con los demás tópicos sin que parezca haber un atisbo de salida.

Se trata del juego eterno de tratar de salir de Salsipuedes, porque eso ocurre sólo en esta ciudad sin principio ni final visibles, en la que el horizonte termina justo donde comienzan a ver nuestros ojos: «Hoy vuelvo a constatar que morir es involuntariamente fácil, casi proporcional a la dificultad de vivir. También, confieso, eso duele, matarte es tan duro como el vivirnos».

Otro rasgo distintivo de esta obra es su mapa aleatorio de voces. Una imagen sugerente sería pensar en la Hydra relatando el mismo suceso pero pensando con todas sus cabezas individualmente, hasta que las bocas comenzaran a narrar en una especie de lógica del non sense, que nos lleva por una amplia variedad de registros.

No obstante, el orden y la disposición de los relatos obligan a hacer una relectura, a través de la cual se logra vislumbrar el panorama de una ciudad inexistente con problemas que sólo existen en el imaginario colectivo pero que suenan abrumadoramente reales. La metáfora de los tiempos modernos y la necesidad del hombre de convencerse de su naturaleza efímera.

Ah, si tan sólo dejáramos de ser hombres. Si sólo pudiéramos salir de Salsipuedes. Si Salsipuedes pudiera salir de sí mismo y develarnos el misterio que oculta en su estructura laberíntica, tan parecido al trazo caprichoso de esta callejuelas.

Me viene a la mente una minificción de Luis Felipe Lomelí, El emigrante, que queda a la perfección:

«—¿Olvida usted algo?

—Ojalá».

Juan Gerardo Aguilar

zacatecas, zac: octubre de 2007

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