Escrito en el aire

Tú sabías que la vida no está hecha para compartirse

y de cualquier modo, te instalaste redonda en mi carne.

Amaneciste vulgar y pura, como hembra de los parques,

entre la ceniza de mi diapasón férrico y aéreo.

La noche es larga, y fría como la noche sólo sabe,

dijiste. Yo sonreí, porque como excusa no valía

lo que tu vuelo contra el mío.

Tampoco quise saber si las mentiras se dicen solo una vez

o saben mejor a la quinta repetición.

Tan solo estaba, tan sólo esperaba que Dios volviera

su rostro de agua y me dijera, por fin, si la albura

de los días agotaba el paso telúrico de la sangre

en mis oídos, o si la esbelta aparición del unicornio

entre mis parietales significaba la resignación

a las píldoras de colores.

Tú sabías que nada lograba mi pesada voz

en auxilio de tus muslos, ahí donde la página es más suave,

pero decidida a todo, todo lo que la carne puede,

te instalaste a lo largo de mi sonrisa.

Y aquí estamos, cumpliendo la esperanza:

el peor de los males.

Mientras, el sol encuentra una mejor ocupación

que devorar el rocío que crece mineral

encima de los sauces.

Luis Alberto Arellano

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