NO ES SUEÑO. TAMPOCO ES AMERICANO.

Es una realidad. Para muchos una pesadilla. Igual para americanos, orientales, europeos y habitantes del globo entero. A fin de cuentas no importan las razones por las que se ha tomado la decisión de partir al país del norte.

Algunos toman sus pocas pertenencias -las indispensables para un largo viaje- piden prestado, venden lo poco que tienen y contactan con el amigo de un amigo del primo, al coyote o pollero que se encargará de permitirles llegar “al otro lado”. Todo parecía indicar que emprendían su empresa de este modo debido a la falta de recursos económicos, sin embargo es bien sabido que sus gastos invertidos en transporte y sobretodo en el pago al tipo que se encargará de hacerlos llegar a su destino, son considerables. La posible respuesta es que actúan de dicha forma dadas las conocidas dificultades para obtener la entrada legal a través de una visa.

Otros –quienes evidentemente ya realizaron el trámite del respectivo pasaporte- comienzan a recabar todos y cada uno de los posibles documentos requeridos para el enfrentamiento con los cónsules, además del dinero necesario –porque esta vez tiene costo. Algunos abren cuentas en el banco, otros se inscriben en la universidad y todos se atemorizan ante la expectativa del encuentro: ¿qué papeles me irán a pedir? ¿y si me falta esto? ¿y si me sobra aquello?

Antes de dicho enfrentamiento ya se tuvo que haber pasado por el exhaustivo relleno al formulario emitido en la red por la Embajada estadounidense, en el que se pretenden averiguar hasta tus posibles acciones terroristas –¿tan ilusos son?-; se debió haber soportado la grabación telefónica de cerca de 10 minutos, con cuenta a tu recibo de catorce pesos por cada uno, solamente para dar tu número de pasaporte y escuchar que la fecha de tu cita se cumplirá en tres meses.

Por fin, antes de que aparezca el sol y comience a darle calor a todo alrededor, es necesario tomar parte en una –aún- pequeña fila esperando ingresar a la Embajada. Nuevamente el caos hace presa de todos al temer haber omitido alguna respuesta estrictamente necesaria para ser admitido en dicho país. Los altibajos continúan en la fila cuando más cerca se encuentra la puerta del recinto consular, los oficiales encargados de su resguardo se lanzan sobre los solicitantes con amenazas hasta por cargar un cortaúñas – la paranoia en su máxima expresión.

Una vez dentro, tras demostrar que no se es un terrorista, sus archivos se tragan toda la información portada con fotografía incluida. Sólo resta esperar el momento crucial mientras se sufre el espectáculo del medio tiempo: algunos con caras alegres le hacen saber al resto que han sido elegidos, al mismo tiempo otros dejan ver en sus gestos la incredulidad de haber sido rechazados. Se sabe a cuales se quiere pertenecer pero aún cabe la duda.

Frente al escrutador al que con dificultad se entiende tanto por su marcado acento como por el nerviosismo que convierte en papel los oídos, resta analizar y actuar meticulosamente en cada movimiento, no perdiendo detalle de las expresiones que nacen tras el prolijo examen de los documentos. Cualquier gesto en el rostro se vislumbra mensajero de la mente y al poco tiempo se abre la boca portadora del veredicto.

No se acaba por asimilarlo cuando se presenta la necesidad de contarlo, siempre es difícil contar una derrota cuando todo se hace bien. Los planes laborales, residenciales y vacacionales se frustran sin argumentos inteligentes. Se limitan a entregarte junto con el NO una pequeña hoja que se supone portadora de las razones de la negativa. Sin embargo, resulta ser la misma impresión destinada a todos y cada uno de los rechazados. En ella no se expresan los motivos detallados acerca de por qué fulano de tal no se ha encontrado limpio para ingresar a su próspero país. Es solamente emisaria de frases prefabricadas destinadas a hacer notar -de la forma más diplomáticamente posible- sus sospechas a planes de residir definitivamente en su nación.

Miles de ciudadanos del mundo se habrán desangrado intentando descubrir sus errores. Algunos, al no encontrarlos, habrán maldecido al cónsul, a la Embajada y al sistema de gobierno estadounidense entero. ¿Por qué se dan el lujo de rechazar a personas honestas, trabajadoras que sólo planeaban ir de vacaciones y a visitar a su familia?

La realidad es que los gringos no tienen un plan definido de acción, hasta ahora sus actuaciones son absolutamente incoherentes. No rechazan por ser desempleado, o por haber dejado sin concluir la escuela, ni siquiera por no poseer nada, igual desacreditan a quien tiene empleo en el gobierno, a quien cursa exitosamente su educación escolar y a quien es dueño de varias propiedades y cuentas de banco.

Nada es seguro con ellos, el colmo es que una vez obtenido el permiso legal para cruzar la frontera, tras haber aportado la evidencia necesaria de que sólo se va a vacacionar, en la ventanilla de los permisos de ingreso todavía se tiene que convencer al agente de las lúdicas intenciones. Tal parece que tanto la visa, como el posterior permiso que se vuelve a solicitar entrando a su territorio, dependen del estado de ánimo tanto de los cónsules como de los agentes de migración. Resulta increíble y hasta ridículo que en la frontera te exijan portar recibos de luz y agua para acreditar que se es residente de México. Que falta de coordinación! ¿No estarán enterados que al ser otorgada la visa se avalan los “fuertes vínculos” que permitirán el regreso? ¿Que ya fueron entregados los comprobantes de domicilio?

Una vez más, quién los entiende. Presumiendo de su alta tecnología bélica y matando al sentido común. No hay modo, yo no iría si el Gran Cañón no nos hubiese sido robado y si no habitara en ese país más de la mitad de mi familia.

Nancy Rodríguez

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