Recordando, rescatando e inventando la Cristiada

Sureya Alejandra Hernández del Villar*

“He hecho tal cosa”, me dice mi memoria. “Eso no he podido hacerlo yo”, me dice mi orgullo, y se mantiene inflexible. Al final es la memoria la que cede

Nietzsche

Una mañana, en la clase de historia de cuarto año de primaria –si mi memoria no me falla–, dimos vuelta a las páginas del libro de texto y perdida entre las notas alusivas a la Revolución Mexicana, apareció una pequeña reseña que hablaba sobre el conflicto religioso de 1926-1929: La Cristiada. Sólo una breve mención que fácilmente podía pasar desapercibida y la maestra, como es común, no dio explicación alguna, pidió que se hiciera un “resumen” y ahí todo quedó.

Tiempo después –no recuerdo cuánto– a regañadientes, casi obligada, asistí a una misa que me hizo recordar aquel episodio infantil. Me encontraba estoicamente sentada en una incómoda banca de iglesia y con la mente transitando por otros parajes cuando de repente las palabras del sacerdote lograron captar mi atención. Con voz enérgica y en ocasiones quebrada recordaba las persecuciones, las injusticias del gobierno y el ejército federal, y por supuesto, a aquellos que “murieron por su religión”; sermón confuso, ambiguo, intenso… me pregunto si alguno de los feligreses razonó el mensaje, ¿qué imágenes se habrán creado en su cabeza?, ¿qué recuerdos habrán venido a su memoria?

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Bernard Lewis distingue entre tres tipos de historia: historia recordada, historia rescatada e historia inventada.[1] La primera se refiere a la memoria colectiva de una comunidad o nación; la segunda es aquella rescatada por la academia; y la última, aunque basada en las dos anteriores, persigue propósitos distintos: embellece, corrige, elimina y busca la legitimación a partir de la “modificación” del pasado. Las tres, en su particularidad, presentan discursos que se imbrican y configuran la memoria acerca de determinados eventos pretéritos.

¿Qué se recuerda de la Cristiada?

Muchos la conocen a partir de los relatos de los abuelos, la valiosa memoria popular de quienes la vivieron o escucharon hablar de ella, recuerdos que se transmiten por generaciones, narraciones épicas, casi míticas, profundamente enraizadas en algunas regiones del país. Se escucha decir: “mi abuelito decía que cuando los cristeros llegaron…”, “que ahí andaban de revoltosos…”, “que los revisaban para ver que no trajeran estampitas de santos…” y así por el estilo; memorias vagas quizá, deformadas tal vez, pero finalmente memorias.

Y entre las trasmisiones populares encontramos el Corrido, obra de trovadores regionales que recogen y preservan la memoria colectiva de una comunidad. Algunos trascienden fronteras espaciales y temporales, se extienden, se transforman y se cantan sin reparos por distintas generaciones. Muchos conocemos, por ejemplo, el corrido de Valentín de la Sierra, surgido precisamente durante el conflicto cristero y que hace alusión a un personaje que participó en esta rebelión. Además, la literatura y el cine han hecho su parte: tinta, papel y celuloide resguardan imaginarios creados por el artista que pertenecen luego a la sociedad.

En estas ocho décadas que han pasado se han forjado diversas visiones de la Cristiada, no obstante haya sido silenciada y condenada a perderse en el olvido. Archivos desaparecidos, testimonios censurados, remembranzas proscritas que devienen en contramemorias que intentan resistir las purgas oficialistas, ya que “[…] frente a una memoria que será hegemónica, se levantarán también muchas memorias sometidas y subalternas […] que con su existencia habrán de complicar el tejido global de esas mismas memorias colectivas sociales.”[2]

¿Qué se ha rescatado?

La “conjura del silencio”[3] ha pesado profundamente sobre la historia de la Cristiada, sin embargo, algunos osados se atrevieron a abordar un tema tabú y en gran parte desconocido. El trabajo más importante sobre este tema y que ha dado pie a que se vacíen otros tinteros acerca de éste es La Cristiada de Jean Meyer, historiador de origen francés que con el propósito de confeccionar su tesis doctoral, desentrañó recuerdos sentenciados al olvido en un momento en que aún era peligroso hablar de ellos. “Ya sabemos que ‘la cristiada’ es un fenómeno oculto, medio soterrado, medio prohibido por la Iglesia y por el Estado. Recuerden ustedes que todavía en 1968 (40 años después), a Jean Meyer se le pide salir del país por estar ‘hurgando’ en esos escondrijos”.[4] Incluso, cuando Siglo XXI decidió publicar su trabajo en 1973, esto fue considerado un acto de valor. Además de La Cristiada, Meyer ha publicado otros textos sobre este tema y aquella se ha convertido en el libro de cabecera de quienes pretendan estudiar la rebelión cristera, en cada estudio publicado sobre el conflicto religioso puede encontrarse como fuente.

Ahora se cuenta con diversos trabajos sobre la Cristiada que reconstruyen los acontecimientos de determinada región, o que retoman aspectos rezagados por la historiografía como es el caso de la participación de la mujer en el conflicto; además se han recogido testimonios de ex combatientes y testigos, e incluso se ha buscado hacer una hermenéutica de éstos. Sin embargo, aún hay espacios en blanco por llenar.

¿Qué se ha inventado?

Las historias oficiales forjan memorias colectivas de las cuales se excluyen ciertos episodios o son convertidos en turbias leyendas negras, la memoria cede ante el orgullo de una nación que intenta diluir los momentos “vergonzosos” de la historia entre las “gestas heroicas” de los próceres de la patria.

Se buscó, en la medida de lo posible, borrar el recuerdo de la Cristiada, y lo que quedó de éste se articuló de manera que no afectara la imagen de las facciones “hegemónicas” en disputa. La Iglesia reconoció a los mártires muertos durante el conflicto religioso, pero ninguno de éstos participó en la lucha armada, ya que estuvieron “[…]lejos de encender o avivar sentimientos que enfrentaron a hermanos contra hermanos. Al contrario, en la medida de sus posibilidades procuraron ser agentes de perdón y reconciliación”[5]; la Cristiada más bien es vista como un movimiento ajeno a la Iglesia.

Por su parte, el Estado confinó esta historia concediéndole únicamente un espacio reducido dentro de los libros de texto gratuitos, en los cuales poco se menciona sobre el conflicto. Sin embargo, desde la coyuntura del 2000, la derecha ha revisado la historia oficial y en la pretensión de incorporar una visión más conservadora ha intentado agregar episodios y personajes antes relegados. Tal es el caso de la Cristiada que con la reivindicación de los mártires cristeros[6] ahora se incluye dentro de la historiografía nacional.

Pero si debemos hablar de verdaderas invenciones, no hay que olvidar el polémico vestido que meses atrás hizo que “nuestra belleza” fuera nombrada Miss Cristera, quien después de la controversia causada por los ahorcados plasmados en los pliegues de su falda y los escapularios que portaba como accesorios, tuvo que ceder ante las presiones de la “opinión pública”. A juzgar por esto el conflicto cristero ha dejado de ser un tabú, un tema intocable e incomprensible, tanto, que hasta Televisa se atrevió a ridiculizarlo con un atuendo que finalmente nada tenía que ver con la Cristiada y que supuestamente representaba a la cultura mexicana a través de su historia.

Una historia escrita por los vencedores y quienes ostentan el poder; diría la Maldita Vecindad: “desgraciada la nación, sin memoria, sin historia”


[1] Lewis, Bernard, La historia recordada, rescatada, inventada, México, FCE

[2] Aguirre Rojas, Carlos Antonio, Mitos y olvidos en la historia oficial de México, México, Ediciones Quinto Sol, 2003, p. 18.

[3] llamada de esta manera por Aurelio Acevedo (originario de Zacatecas), protagonista durante la lucha armada y fundador de El David, publicación que narraba la versión cristera sobre el conflicto religioso.

[4] Acevedo, Martínez Cristobal, La Cristiada en Zacatecas. La dimensión cultural de la cristiada, “Narraciones cristeras de Zacatecas”, Material inédito, 2006, p. 8.

[5] González, Fernando, Matar y morir por Cristo Rey. Aspectos de la Cristiada, México, UNAM/Plaza y Valdés, 2001, p. 279.

[6] Aguirre Rojas, Op. Cit., pp.12 y 66.

*Sureya Alejandra Hernández del Villar. Actualmente es becaría del área de Investigación y Difusión del Patrimonio Cultural del FECAZ, con el proyecto "La Cristiada en Zacatecas a través de la Memoria"

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