Soldadera 126

[Septiembre 30]
La estancia fuera de Localia es ya asunto del pasado. Atrás quedó el trabajo en el AGGC (copias, notas y referencias sobre los ilustrados decimonónicos). También pertenece al pretérito el asistir como espectador, cada viernes por la tarde, a la pasarela de la alfombra roja, la que se tiende para las bodas que son celebradas en la catedral antigua (la coetánea al Cid Campeador). Aunque sigue el transcurrir ordinario en Localia, en la agenda tiene anotados tres viajes más de “turismo e intercambio académico”. El más importante es ir a un coloquio sobre impresos del XIX.
Inmerso en el acontecer ordinario –del común, muy común– de Localia, tendrá días con menos ritos que cumplir. A cambio estarán los cotidianos actos repetitivos que no abren ninguna espera y que equivalen a los ritos decimonónicos que perviven en la comunidad, como el ir a la última –¿última?– cafetería decimonónica de la ciudad (miércoles o sábado), al archivo histórico de Sombrerete (lunes o viernes), al cubículo de filosofía (de lunes a viernes, por la mañana y alguna tarde), a las tertulias dominicales en La Trasquila, a las Quince (viernes), al Quinta (dependiendo de quién le acompañe)...
Según las notas que asentó en la libreta Jordi Labanda©, se percibe que el viaje y la estancia cumplieron las expectativas planeadas: descanso/trabajo el programado, todas las películas posibles en el televisor –vía Ono©-, una semana en Roma, el pasar por París, gastos moderados… Quizá sólo quedo una falta, el no acudir a las librerías de la Gran Vía: La Casa del Libro y la fnac. No fue, pese a que lo tenía en la agenda. Platica, en varias conversaciones lo ha hecho, que le gusta ir a esas tiendas para hojear los libros reseñados en Babelia. Comenta que no se detiene para ojearlos –o leerlos -, pese que puede hacerlo en la fnac, donde hay un área de lectura con clima artificial, sino que le atrae el libro como objeto. En esa ocasión el interés iba por los libros de la asignatura de Educación para la ciudadanía (son los relativos a las clases de civismo de la educación secundaria). Deseaba ver cómo eran los textos destinados para los adolescentes españoles y con ello intentar construir un referente para cuando analice los documentos que abordan los temas de laicidad en el país. [En este tenor, sigue las observaciones de Chartier, cuando escribe que entre la inmaterialidad de las obras y la materialidad de los textos existe una misma tensión que caracteriza las relaciones de los lectores con los libros de que se apropian, aunque no sean ni críticos ni editores. Chartier: Inscrire et effacer, París, Ed. Seuil / Gallimard, 2005.]
Hay otro dato que fue determinante para no ir a las librerías, y esta referencia sí está escrita en la citada libreta Jordi: viajaba, además de la mochila Gitano© y de un maletón grande, con dos cajas de cartón atestadas con copias del AGGE. Las cajas eran de las de cinco mil hojas. Imposibilitado para desplazarse, decidió acudir directamente de la estación de autobuses al aeropuerto. Ante esta situación, el tiempo libre que quedo previo para abordar, lo dedicó para leer El País…
En la travesía, que duró más de nueve horas –es casi el tiempo que se hace de Localia a la Ciudad de México- sólo leyó en las revistas el “efecto Cecilia”. En otros momentos platicó con los ocupantes de los asientos vecinos. De ese día, uno de los objetos que guardó, para agregarlo a la libreta, fue la tarjeta del menú. [Comida: ensalada de pollo y trigo al estilo criollo. Plato principal, Fricasé de pollo servido con salsa de crema con aceitunas y puré de papas con albahaca. Queso Camembert, Delicia de vainilla, Tartaleta de higo sazonada con anís. Café. Cena: Tarta de Tatin de tomate. Ensalada de pasta estilo hindú servida con pollo asado. Queso, Pastel de manzana, Café. A mitad del vuelo se ofrecerán bebidas, sándwiches y Häagen-Dazs©. Los alimentos los acompañó con vin rouge La Baume 2006.]
[Libre de anotaciones la hoja donde pegó el menú del avión, en esa página escribió el sábado uno de diciembre: “Llegué al control de seguridad del aeropuerto, me quité el abrigo, la bufanda, el cinturón, la chaqueta, el reloj, el anillo de boda y los zapatos. Coloqué todo disciplinadamente en una bandeja roñosa y me puse a la cola, que era más larga de lo habitual. A los diez minutos, apenas había avanzado medio metro. Yo tengo la suerte de ser un neurótico, por lo que iba con tiempo de sobra, pero la mayoría de los viajeros comenzó a mirar el reloj con impaciencia. Estirando un poco la cabeza, observé que a una mujer que había olvidado sacar el ordenador (computadora) de la bolsa, la hicieron volver atrás y repetir toda la operación… gracias a mi neurosis, estaba tranquilo, pues mi vuelo no salía hasta al cabo de tres horas, y eso en el caso de que fuera puntual… Me dediqué, pues, a contemplar la enorme variedad de esa rara combinación de biología y conciencia que formamos los seres humanos…” Por la pulcra redacción se nota que el autor de esas líneas no es quien escribió en la libreta, sino Juan José Millás, cuyo texto apareció el viernes 30 de noviembre en El País. Pero la transcribió, porque proyectó esa descripción para él.]
Marco Flores

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