Soldadera 136

Febrero 10-08

Hoy, merced al despertador, me levanté temprano. No le quite la alarma de las 7 AM. Ayer leí algo del Diario londinense, lo hice mientras miraba una película de Julia Roberts. El interés por John Boswell lo mantengo, porque siendo contemporáneo a los primigenios masones ingleses, me atrae la idea de que él haya convivido con algún francmasón; todo por la coincidencia del tiempo/espacio. Aunque ahora miré el libro para localizar el pasaje que intuyo es la base de la historia de la mente (en singular) de un individuo. Es curioso, y hasta puede ser forzado, pero el pasaje sobre el que asumo el indicio de que el Diario es también una autoficción moderna, es del día 11 de febrero (1763): “En este día no sucedió nada que merezca la pena anotarse en mi diario. Pasó imperceptiblemente, como la vida entera de más de una existencia humana”.
Anoche salí de minimarcha. Gary cumplió años, lo celebró en el Coronel. Ahí saludé a Roxana Herrera y volví, como cada vez que le veo, a tomarme un par de imágenes con ella. Llegué con Ricardo –antes bebimos cerveza en un par de lugares clásicos de Localia-. Pese al ruido del lugar, platique con una alumna de Letras –que apenas conocí-. Ella me preguntó de si yo era el profesor de historia, el que estudia a los escritores zacatecanos del siglo XIX. Y por enésima ocasión respondí que no. Que no soy ese. El es Marco Antonio Flores. Pero le dije lo que sé de él –lo hice para continuar con su compañía-. Le comenté que él es un vejete pedante e intratable. Para enfatizar le pregunté si le conocía un amigo de antes, pues sólo le sabía de reuniones con profesores que fueron estudiantes y alumnos recientes; todos ellos con aspiraciones a ser escritores profesionales. Son, porque los he visto, lectores de autores europeos y con los vínculos tradicionales con el sector cultural del gobierno, hecho que los coloca como los actores permanentes de la cultura impresa en Localia. Le seguí con los detalles de su estancia en el CIESAS Guadalajara, para estudiar antropología social, y lo que es angustiante para mí: que asistiré a su taller de historia de los impresos y sus lecturas en el México decimonónico. Le insistí: lo conozco y no soy él.

II
[Quizá, por que tienes que viajar ese día, no escribes en la libreta que entre ese profesor y tú, no existe la posibilidad para emprender la estrategia del Triple autorretrato (1960) de Norman Rockwell: ver, mirar, dibujar, uno al otro, mientras un tercero –que es alguno de ustedes- inscribe los diálogos en un texto.]
Entendido que el traslado a La Trasquila se hace en más de tres horas, metió a la mochila dos revistas EPS. Las revisó con detenimiento en el autobús que lo llevó a Fresnillo. Conforme leía, al impreso le asentó marcas para indicar los pasajes que atrajeron su atención.
Afuera de la estación de autobuses de Fresnillo abordó la camioneta que lo llevaría al pueblo. El vehículo era una vetusta “troca” de los ochenta, de las de tres toneladas. En ese transporte no leyó, pero se previno para mirar. El camino subía y bajaba. Al ser La Trasquila un pueblo existente, al ir se baja. En el transcurrir por el camino, miró que el escenario no tenía cambios sustanciales. Se mantenía conforme a la descripción que le hizo Albert Gilliam –el correo ocasional entre José María Bocanegra, Fernando Ramírez y Antonio Castrillón-: “observé que mi día de viaje previo me había llevado a un país templado, pues muchas de las casas del lugar tenían verjas de grandes órganos. Esta es una especie del nopal que no sólo es bella de admirar sino que constituye una rareza del mundo vegetal. Es de un color verde oscuro perfecto y se alza del suelo como una sólida columna, de tamaño uniforme, alcanzando con frecuencia una altura de veinte pies. Regularmente se bifurca, de la base a la cima, con la exactitud de la línea, la regla y el compás del artista. El maguey también florecía aquí…”
Llegó a La Trasquila a las doce del día. Sin desperdiciar tiempo, caminó directo a la casa familiar. A esa hora el visitante era el último individuo que esperaban en la reunión –que por ser de índole privada, no aludiré los temas que allí trataron-. Lo que si puedo decir es que el visitante no atendió con cuidado las conversaciones, sino que se entretuvo mirando el viejo edificio. Observó que no había más muros caídos; que los derruidos seguían abajo y eran los mismos de cuando dejó el lugar.
A las 7 PM concluyó la reunión. Pero previo a salir del edificio –en cuyo frontispicio tiene inscrito el año de 1810-, fue a uno de los cuartos que se mantenía “en pie”. Acudió para procurar los libros en los que aprendió a leer y escribir. Y sí, ahí estaban las cajas de cartón con los libros de texto gratuito para el quinto año de primaria.

Marco Flores

No hay comentarios: