Soldadera 136

Artes Extremos y otros excelsos I


Hay las bellas artes, y también hay unas no tan bellas artes que sin embargo requieren mucha creatividad e ingenio. Frente a las Bellas Artes como la poesía, la música, la arquitectura o la pintura, siempre ha habido una serie de artes menores, que estarían ligadas directamente a la impresión de los sentidos erróneamente considerados menores como el gusto, el olfato y el tacto, como por ejemplo la perfumería y la gastronomía. En tanto forma de expresión, el arte transmite ideas, sentimientos, afectos, percepciones y sensaciones. Antaño el arte se solía asociar a la belleza. Pero desde el surgimiento de la modernidad, el arte ha emprendido una exploración sin retorno hacia lo desconocido: se abisma en lo sublime, feo, siniestro, anómalo, grotesco, desagradable, antiestético. Aunque quizá desde siempre ha estado en el corazón de la creación humana esa alteridad que persigue la belleza como sombra oculta.
Ahora que el concepto de arte se ha ampliado hasta difuminar sus límites, lo no artístico es una de las principales fuentes del arte. Las obras de arte son provocaciones con las cuales polemizamos, nos inquietamos, nos exasperamos más que explicárnoslas.
Antes se buscaba la verdad detrás de las apariencias, ahora, en la obra y experiencia artísticas, ya no hay más contenido de verdad ni juego de esencia, puede haber finalidad o intención, pero eso ya no cuenta en absoluto. La experiencia, la recepción y relectura de la obra, sustituye a la obra. El arte ha dejado de traducir una realidad metasensible, ahora si hay una espiritualidad es la de la experiencia cotidiana.
Y sin embargo, ya estamos muy lejos de la modernidad estética de las vanguardias, hoy el arte no más un juego, una provocación subversiva. La transgresión cotiza en la bolsa de valores. La sociología de la vida cotidiana nos ha mostrado que el placer estético se relaciona cada vez menos con la intensidad y la diversidad de sensaciones naturales que con las intensificaciones y aprendizajes culturales hegemónicos. Desde el mercado, la política y la cultura, el gusto ha sido deconstruido como categoría estética neutral. Y en este contexto, la genialidad de la mercancía ha despertado la lámpara maravillosa del genio de la simulación. Repetición demencial de formas y gestos, el arte contemporáneo se recicla, se regodea en sus propios residuos. Exhibe la banalidad absoluta de una obscenidad cotidiana. La pornografía es nuestro consumo diario, o en palabras de Jean Baudrillard: “La imagen ya no puede imaginar lo real, puesto que ella es lo real; ya no puede trascenderlo, transfigurarlo ni soñarlo, puesto que ella es su realidad virtual. En la realidad virtual, es como si las cosas se hubieran tragado su espejo. Al haberse tragado su espejo, se han vuelto transparentes a sí mismas. (Esto se debe a que) los simulacros dejan de ser simulacros y pasan a tener una evidencia material; son fetiches completamente despersonalizados, desimbolizados y, sin embargo, de intensidad máxima, investidos directamente como médium. Es aquí donde nuestros objetos más superficiales y esteriotipados recuperan tal vez un poder exorcizante similar al de las máscaras sacrificiales” .
Siguiendo a Baudrillard, podemos decir que el arte contemporáneo se retrotrae sobre sí mismo: Cita, simulación, reapropiación, el arte actual se dedica a reapropiarse de manera lúdica, kitsch, de todas las formas y obras del pasado, cercano, lejano y hasta contemporáneo. A semejanza de la historia, el arte fabrica sus propios cestos de basura y busca redimirse en sus deshechos. El arte actual explora de forma radical la insignificancia de todas las cosas y experiencias. Los autores hoy contribuyen con sus imágenes a la insignificancia del mundo, incrementando su ilusión hiperreal. La gestión y la inmortalización de los desechos incorporan la simulación como realidad primera. Ahora, “el arte en su conjunto no es más que el metalenguaje de la banalidad” .
Superficialidad y banalidad estética, el arte huye a toda prisa de lo artístico. Si todo puede ser arte, nada singular lo es. El mercado del arte y la economía de consumo estético crean una experiencia transitoria de lo no artístico, de lo no estético. Se juega con los umbrales, pero ya no se tiene el gesto de transgresión de las vanguardias sino su repetición cansina o, en el mejor de los casos cínica.
La crisis del arte tiene efectos positivos, pues nos ha mostrado la impostura de hacer del arte un sucedáneo de la religión en un mundo secularizado. Por ejemplo el arte corporal ya no está en el arte o en la estética sino en la cultura posthumana de cuerpos artificiales. De las caderas y pechos, pasando por la clonación, al cambio de sexo, la tecnocultura del cuerpo es la verdadera vanguardia del arte corporal. En todo caso, el arte no escapa al cansancio generalizado de Occidente, a su repetición tragicómica. La autorreferencialidad del mundo contemporáneo hace que el arte devenga otra cosa que disuelve su diferencia en un espejo de identidades indiferenciadas e indiferentes. ¿No sería en este gesto de devenir lo otro, donde el arte ha encontrado una deriva imperceptiblemente creadora, anónima, y sin embargo: anómala?

Sigifredo Esquivel Marín

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