Soldadera 135

SOY LEYENDA: CONVIVIR CON LA SOLEDAD O EL FIN DE LA ESPECIE

En aras de buscar un filón con mayor potencial comercial o hacer la historia más accesible y de acuerdo a las expectativas que un sector del público genera, las adaptaciones fílmicas de cuentos o novelas pueden dejar de lado elementos sustanciales o, incluso, olvidarse del espíritu del texto literario. Aunque se trata de dos lenguajes distintos, sabemos que un buen guión adaptado es aquél que justamente consigue reconstruir, a partir de otros códigos, la esencia de una historia.
Un ejemplo que tenemos a la mano es Soy leyenda (EU, 07), filme dirigido por Francis Lawrence (Constantine), que funciona mejor desde lo visual que desde lo argumental. Hemos visto en repetidas ocasiones que el cine de ciencia ficción conjuntado con el de horror es un terreno resbaloso: así, pareciera que el film está más cerca de obras como Exterminio o El regreso de los muertos vivientes, que de su contraparte literaria en la que abundan subtextos relacionados con la condición humana.
La tercera adaptación del clásico de 1954 de Richard Matheson, autor de El hombre menguante, después de El último hombre en la Tierra, (64) y El hombre omega, (71) plantea un promisorio arranque y un adecuado desarrollo, pero falla en la resolución a partir de la aparición de la mujer y el niño, sobre todo si comparamos la perspectiva pesimista e inquietante de la novela con el simplón desenlace del film, cayendo en convencionalismos muy propios de las películas de los grandes estudios.
Mientras que en la novela el personaje de Ruth es fundamental y poliédrico, en la película carece por completo de matices, restando por completo todo el potencial reflexivo en torno a las especies y al nuevo orden -que aparecen en el libro- y a la relación que establecen ambos, mucho más intensa que lo que alcanzamos a visualizar en la cinta. “Neville miró los nuevos habitantes de la Tierra. No era como ellos. Semejante a los vampiros, era un anatema y un terror oscuro que debían destruir. Y de pronto, nació la nueva idea, divirtiéndolo, a pesar de todo” (p. 180)
En efecto, la complejidad y profundidad del texto original se pierde en esta versión que busca responder a una visión innecesariamente triunfalista, acaso contextualizada y provocada por el 11 de septiembre y con una mirada heroica de carácter celebratorio. Se entiende que se limiten las disertaciones científicas, aunque se extrañan ciertas explicaciones que vinculen la secuencia de la entrevista inicial a la doctora que ha encontrado una cura contra el cáncer (Emma Thompson), con la posterior presencia del virus transformador.
Al estilo de la Amenaza de Andrómeda, la humanidad ha quedado devastada: en Nueva York hay un sobreviviente (Will Smith, en su mejor interpretación sosteniendo toda la película), cual versión de un Robinson Crusoe en la isla de hierro y asfalto. Sólo es acompañado por su perra negada a comerse sus vegetales y pasa el tiempo esperando algún contacto humano, persiguiendo venados, experimentando con ratas, acumulando víveres, hablando con maniquíes, cuidándose de una especie de zombies-vampiros y lidiando con los recuerdos de su familia. Bob Marley, por su parte, suena cadencioso e iluminador.
Gracias a la eficaz puesta en escena, el manejo versátil de la cámara, la puntual inserción musical y la construcción de escenarios (ese Nueva York inundado por la ausencia), pronto nos vemos inmiscuidos en la peculiar circunstancia del protagónico, por momentos rayando en la demencia pero aún manteniendo la esperanza sobre un futuro que le permita a la especie empezar de nuevo: cada amanecer invita a conservar las expectativas de vida que siempre se verán acechadas con la llegada de la oscuridad.
Con todo, los momentos de dramatismo, humor y tensión se entreveran con equilibrio y mantienen durante un buen tiempo el interés y hasta la empatía del espectador, acaso imaginándonos como seres solitarios, luchando contra nuestra propia naturaleza gregaria en un entorno ruinoso construido por nuestros ancestros: ahí queda la discusión sobre los inescrutables designios divinos y las mutaciones no sólo corpóreas, sino sociales y afectivas.

Fernando Cuevas
Nos leemos después.
Comentarios: cuecaz@prodigy.net.mx

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