Soldadera 129

Sangre y circo
I.
Es incomprensible por qué la humanidad ha disfrutado de la violencia durante miles de años.
Desde el asesinato más antiguo y registrado puntualmente en las escrituras bíblicas, los seres humanos hemos sido artífices o testigos del sufrimiento ajeno.
Poco a poco fuimos “institucionalizando” el mecanismo de despojar a un ser vivo de esa esencia que lo denomina como tal.
La palabra fue clara, el humano sería la corona de la creación divina y podría disponer de todos los frutos para comer, además de enseñorear las bestias del campo.
Sin embargo, aún no está claro cómo nos convertimos en los mayores explotadores y extinguidotes de millones de especies vegetales y animales.
Ya en la antigüedad romana se destacó la construcción de un impresionante inmueble destinado a la realización de extraordinarios espectáculos.
La majestuosidad del Coliseo dejó rastros de una estructura diseñada para brindar dramatizaciones acuáticas.
Al mismo tiempo, este monumento histórico también está íntimamente relacionado con la muerte de gladiadores y cristianos.
Para darnos una idea un poco lejana de las mismas, ya fueron recreadas al puro estilo hollywoodense algunas tramas que nos brindan ideas generales de lo sucedido
Uno de los espectáculos principales de dicho recinto fue aquel en que los prisioneros tenían la oportunidad de matar para vivir.
De cualquier forma, lejos de gozar de la escenificación de cualquier tragedia, al pueblo se le complació con la realización de verdaderos dramas de vida y muerte.
Vuelvo a la pregunta inicial, en qué momento nos convertimos en espectadores conscientes de uno de los actos más bajos de la humanidad.
II.
Miles de años después, la política de pan y circo continúa reproduciéndose desde las profundidades hasta las más altas esferas de la sociedad.
Si bien, está claro que la muerte es el fin último de la vida, aún es cuestionable hasta qué grado el ser racional es ejecutor y espectador de dicho acto.
Actualmente, están a disposición del público un sin fin de diversiones que permiten saciar esa hambre de irracionalidad y sed de sangre.
El denominado “arte taurino” –acto en el que un hombre (entiéndase humanidad) mata lentamente a otro ser viviente- es poseedor de uno de los más “engalanados” públicos que se da el lujo brindar al torero porciones del animal como premio a las mejores técnicas de un simple acto asesino.
No contento con disponer del permiso correspondiente para tomar y conducir el destino de miles de especies, el ser humano se toma el tiempo para “jugar” con la agonía de las criaturas.
No traigamos a la memoria los inexplicables métodos de extracción de pieles animales en los que se llega a los niveles más altos del absurdo.
Tampoco as adornadas tardes en la Plaza México donde la gente se escama más de que los toros –¿seres sin razón?- den saltos increíbles buscando una salida a su encierro, y no se cuestione disfrutar el momento preciso en que el torero atraviesa el corazón latiente del animal.
Tampoco recordemos aquellos encuentros estudiantiles donde la matrícula escolar se reunía en una esquina de la secundaria para ser testigos del anunciado enfrentamiento del día.
Pensemos cómo poco a poco nos hemos convertido en consumidores de espectáculos en el que un ser humano le hace daño a otro.
Primero con la inclusión del boxeo como una de las disciplinas olímpicas y finalmente con las tardes frente al televisor disfrutando de la lucha libre dominical.
Es este el momento para aclarar que los párrafos anteriores no pretenden condenar las actividades mencionadas aunque efectivamente no se esté de acuerdo con ellas.
Cada una fue pieza fundamental para llegar a una conclusión muy simple: lentamente nos hicimos inmunes al dolor y a la muerte.
Parecerá ridículo cuestionar uno de los espectáculos más fuertemente ligados a la vida recreativa de nuestro país, mismo que ha dado héroes tan emblemáticos como el Santo, Blue Demon, Huracán Ramírez y recientemente Místico y el Perrito Aguayo.
Sin embargo, resulta preocupante hasta qué grado asistir a las funciones se convierte en una terapia en la que libremente dejas salir el lado más oscuro e irracional de la existencia.
Cuando por muy ficticios que sean los golpes el que realmente está siendo violento eres tú al gritar “pégale con la silla”, sediento de mayor “realismo”.
Decía que institucionalizamos el mecanismo primero a través de la guerra y luego del espectáculo.
¿Qué reflexión debemos sacar de ello? ¿Deberíamos preocuparnos?
Arazú Tinajero
No será problema dejar la fiesta taurina que nunca le ha gustado,
“las luchas” son punto y aparte.

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