Soldadera 133

Una fotografía es una isla
en las Antillas del tiempo


Según el modelo estructuralista, una imagen es en primer término una representación, pero de manera aun más esencial, aunque por regla general oculta, es un argumento sensible. El oxímoron es desde luego deliberado. Es obvio que una sensación necesita algo diferente de un argumento. Necesita, si algo, otra sensación. No para confirmarla, ni para reforzarla, sino para troquelar sus bordes. La sensación es sensación sólo si choca con otra sensación. Si hay argumento es porque la sensación de la que arranca se ha hundido en el pasado, sobrevive como recuerdo que en cada actualización pierde o gana o equivoca su sentido. El argumento sensible no es explicativo, ni justificatorio: solamente decreta el paso de todo presente. Es por ello que su <> no es nunca otra cosa que la muerte. La muerte no como imagen, se entiende, ni como lugar de erupción del sentido, sino justamente como deadbeat, como el troquel o la rítmica que otorga bordes y resplandores a la vida.
Ahora bien, ¿qué sensación provoca una imagen fotográfica? Se diría que depende de aquello que muestra, o de cómo se dispone técnicamente para mostrarlo. El argumento sensible de la fotografía dice o delinea las cosas tal cual son. Pretensión que se cumple a condición de decidir que la imagen fotográfica mantiene un nexo especial de fidelidad con la verdad. Una fotografía, se cree, no miente, no puede mentir. Y bien, esta pretensión es completamente ilusoria. Una fotografía es, dicho con rigor, una alucinación. Comenzando porque no existe en verdad nada que tenga la fuerza de mantener la absoluta fijeza y terminando por el hecho de que en la inmovilidad absoluta ninguna imagen sería factible. La <> no lleva del pasado al presente y hacia el futuro, la línea del tiempo es el abismo invisible, infotografiable, en el que el tiempo es engullido. La imagen está recortada del tiempo, que sólo por ilusión es coercible o por coerción imaginable.
Digámoslo con la mayor claridad: la imagen no encuentra el poder de detener el tiempo, pero en su fracaso muestra un flanco temporal que la mirada común no podía sospechar.
Elíjase de la presente serie una imagen fotográfica y tratemos de representarnos su truco. La imagen no es la cosa, pero que no lo sea pasa a segundo término. No desaparece, sólo se coloca por debajo de su imagen. La imagen desdobla el tiempo como en esa fotografía de dos niños que soplan enormes tubas comenzando a darse mutuamente la espalda. Cada figura representa un instante. Un momento más y el instrumento ocupa la totalidad de su mente. Como la cámara, que da la espalda a la realidad concentrada en la imagen que ha producido artificialmente. La parvada de estorninos asustados, el descanso de la ballerina, el risueño asombro detrás de un habano, los añejos y curvados pasos del campo, los pistilos helicoidales, los vehículos estacionados en un rincón del siglo XX, el dandelion en reposo inminente… El truco consiste, según lo ha insinuado entre otras la crítica semiológica, en separar la percepción de la atención. El instante que no retorna es captado ello no obstante de un modo que ningún ojo percibe. Es <>, pero lo real no coincide jamás con lo verdadero. En la imagen fotográfica penetramos en un mundo que no existe más, y en tal sentido es imperceptible, pero notamos también que ha pasado íntegramente al plano imaginario. Ya no pensamos si <> tuvo lugar.
El truco es tomar la huella por la cosa, y tomarla en un giro que suprime toda inquietud y, en el límite, toda nostalgia.
Los buenos fotógrafos son aquellos que intentan comprender este misterio, el misterio de la reversión y del doblaje, sin confundirse ellos mismos. Podrían autoconcebirse como espías de lo real, pero no hay Central de Inteligencia que monopolice sus informes. La imagen desenmascara a la imagen comprobando que ella es siempre máscara. El instante, al igual que lo real, es privado. No es casual que los pueblos primitivos de todos los tiempos y lugares desconfíen tan inconsolablemente de su imagen en emulsión de plata. Es literalmente cierto que una imagen les (nos) roba el alma. Lo es si concedemos que <> es exactamente esa parte de las cosas animadas e inanimadas que consiste en huir de la imagen en el instante exacto en que es capturada y reproducida por el lente.
Una fotografía es una isla en las Antillas del tiempo. Rafael Magallanes Quintanar despliega en esta muestra intitulada El orden y el caos una voluntad de verdad que no sufre por su irremediable descascaramiento. La foto <>, como dejó escrito en un día ya casi lejano Roland Barthes. La imagen detiene el tiempo sin detenerlo, lo hiere sin matarlo, lo enrosca como un caracol en la palma de la mano, y en ello es extraordinariamente parecida a las sucesivas capas de calicanto, pintura, musgo, orín, moho y humedad que recubren los muros de alguna antigua edificación en sí misma suspendida en el mar de los sargazos del tiempo humano. La fotografía, retrate o no semejantes figuras y atmósferas, posee ese carácter lloroso y cálido y de extraño colorido de un islote antillano para el cual, por celebrar un célebre asalto, y por anunciar y asegurar una revolución incesante, <>.
Que así sea —aun si sabemos que no lo ha sido y menos todavía que lo será algún día.


Sergio Espinosa Proa
Zacatecas, febrero de 2008

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