Soldadera 129

Poesía, ¿sin metáfora?

Escribir es una forma de traducir lo que pensamos. Hay ocasiones en que mis pensamientos toman rumbos extraños; no logro traducirlos con palabras porque para mi es complicado encontrar las palabras que enuncien en su totalidad las ideas o imágenes de lo que quiero decir. Uno desea compartir con fidelidad la forma de pensar, aunque esto no evita que cada lector tenga su propia interpretación.
Al respecto me interesan los procesos de escritura en los que intentamos transmitir experiencias poéticas, mismas que provienen de actitudes contemplativas (líricas) y activas (épicas o dramáticas). Es claro que este proceso se debe, principalmente, a la mezcla de sentimientos y emociones. El poeta es quien desarrolla este conocimiento transformando su realidad de entelequia a cosa material y convierte una expresión común en un poema. No obstante, pienso que no es nada fácil encontrar las voces que expresen exactamente las emociones o sentimientos en forma fiel y total. Pienso, que en la búsqueda de proporcionar una representación a estos eventos subjetivos donde se pretende intimar con la palabra y la imagen, el poeta no realiza en su integridad la fusión de lo que dará vida a la experiencia poética, y siempre se queda algo pendiente, algo que no se alcanza a decir, algo que no encuentra nombre.
La poesía tiene ciertas características que le convierten en poesía propiamente dicha. Una de ellas es la búsqueda de la esencia en las cosas. Es posible entonces que esta esencia se encuentre tanto en lo que se ha expresado con palabras como en lo que se intuye y no se puede expresar. Esto, pensando en lo que no es posible desvelar completamente la esencia de las cosas o pensamientos y nombrarlos, por decirlo de alguna manera con voces de este mundo, porque es del mismo modo inasible, incognoscible, sin metáfora.
¿Qué sucede entonces con lo que no se nombra en el poema? ¿Se pierde, se pronuncia de otras maneras? ¿Recurre a otros lenguajes? En todo caso, no por ello deja de ser parte de nuestra vida, de nuestros sueños, de nuestros pensamientos, de todo aquello que también nos apresa aunque no tengamos evidencia de ello.
Lo que pretendo decir –a estas alturas, si es que pretendo algo–: es que la poesía sea también algo más que texto y palabra, la imagino como un ente que se asoma en la vida cotidiana en pequeños trozos, algo inexplicable, pero que igualmente provoca una experiencia poética, aunque no la podamos asir, decir o nombrar y aunque, finalmente, sea parte del olvido.
Considero que la poesía que no se viste de signos es la propia existencia, independientemente, de si se expresa o no por medio de estos paradigmas. Si bien, es innegable que la palabra y la escritura son la condición para existir y trascender en el tiempo: ¿quién asegura que no existan estos enigmáticos sucesos poéticos que se desvelan en lo imperceptible e innombrable de la existencia sin metáfora alguna?


Patricia Casas Muñoz
(integrante del Taller de Ensayo y Crítica Literaria del IZC que coordina Sigifredo Esquivel Marín)

No hay comentarios: